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México D.F. Lunes 11 de octubre de 2004
"Por diversos factores he vivido una fiesta
brava elusiva", confiesa El Cónsul
Los toros dejaron de ser fuente de inspiración
por su falta de misterio, asegura aficionado
Prevalecen el descastamiento y la vulgaridad, mientras
otras artes evolucionan, señala
LEONARDO PAEZ
"La fiesta de los toros, no sólo en México
sino también en España, ha perdido misterio, para seguir
siendo fuente de interés e inspiración en literatura, pintura,
música, escultura, cine, televisión, diseño gráfico,
video e incluso fotografía. Esto va de la mano de la vulgaridad
que permea entre promotores y exponentes del espectáculo, donde
hay toreros conflictivos o demagogos, pero sin misterio, y por el descastamiento
o docilización del toro actual, que puede tener presencia y peso
pero cuyo comportamiento en el ruedo sólo ocasionalmente emociona."
Habla
el aficionado Armando Ortiz, mejor conocido como El Cónsul,
a quien lo mismo se puede ver de traje y luciendo impecable corbata de
moño en partidos de polo, que dar clases de literatura inglesa,
americana o periodismo enfundado en ¡la camiseta de las Chivas! Y
si bien por la primera indumentaria su amigo Salvador Arellano lo empezó
a apodar El Cónsul, por su desempeño a lo largo de
tres años en la embajada británica fue nombrado cónsul
honorario de Gran Bretaña en México por el entonces embajador
sir John Morgan.
Además de maestro universitario y políglota,
cantante de zarzuela y otros géneros, Armando es licenciado en comunicación,
publirrelacionista, organizador de eventos y gerente de bares, "con una
gran disposición al espontaneísmo y una vocación tremenda
por el fenómeno taurino no sólo por su espectáculo".
"Esa vocación me la transmitió mi padre,
un gran aficionado que tuvo dos barreras de sol en la Plaza México
desde su inauguración hasta que empezó el mangoneo de Manolo
Martínez. Más que éste, le indignó la actitud
de postración del resto de los taurinos. Ese fue el primer factor
que me volvería elusiva la fiesta brava.
"El segundo fue cuando por razones de estudios y de trabajo
permanecí ocho años fuera de México. Cuatro en Londres,
uno en París, dos en Los Angeles y uno en Nueva York. Lo interesante
es que en las citadas ciudades hay muy buenos aficionados y peñas,
pero ninguna posibilidad de ver espectáculos taurinos. Las circunstancias,
pues, no me permitían ser un asistente asiduo a los cosos.
"Luego de una temporada de residir en Querétaro
y cuando a punto estaba de retornar con regularidad a la México,
Herrerías se instala en el ensayo y error empresarial taurino y
por motivos de salud mental y emocional vuelvo a dejar de asistir a esa
plaza con la frecuencia que quisiera.
"El cuarto y último factor de esta cadena de elusiones
taurinas fue cuando tuve oportunidad de conocer, tratar y hacerme amigo
del inolvidable Jaime Avilés Lumbrera, al tiempo que me volvía
adicto a su ingeniosa columna Crónica de Crónicos o a qué
plaza fui, donde con sus propios textos exhibía el nivel de estulticia
y compromisos de los cronistas taurinos con relación a la corrida
del día anterior.
"Desde entonces poseo el espíritu de la duda metódica
con respecto a la fiesta, pero a pesar de estas elusiones conservo ilusiones
y un amor por el fenómeno riquísimo que entraña. Esa
música callada del toreo, que dijera Bergamín, y también
su propia musicalidad, dramática, intensa aunque, repito, ya no
haya en el ruedo poesía que propicie composiciones de la calidad,
por ejemplo, de La macarenita.
"Un caso extraño, sin poema, estudio ni pasodoble
a la altura de su trascendencia torera, es David Silveti. Creo que su suicidio
fue un acto místico, además de depresivo y lúcido
a la vez. Un acto de protesta definitiva ante lo irremediable, de apasionada
rebeldía ante el hecho de no poder ya vivir en la pasión.
El toro tiene también mucho de expiación, de culpa y de penitencia,
incluso para conseguir boletos cada 5 de febrero en la México.
"Asimismo -finaliza El Cónsul-, en las últimas
décadas la literatura taurina ha sido, como diría Cela, de
un cursi que preocupa, a excepción de escasos ensayos y algunas
crónicas, sobre todo en los estados, pero mantengo una fe de carbonero
taurino en el resurgimiento de la fiesta y de las artes en torno suyo.
Mientras el milagro llega, compruebo que un docente tiene mucho de torero:
el público, como el alumnado, es distinto cada tarde, así
como las plazas y las aulas, la embestida a descifrar y la clase a exponer.
Y si bien como aficionado desearía que en el ruedo hubiese más
verdad, profundidad y sello, hay que aceptar igualmente que, por su naturaleza,
sin engaños no puede haber fiesta."
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