Jornada Semanal,  domingo 10 de octubre de 2004          núm. 501
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
ÁNGELES TORREJÓN: ELENCUADRE FIEL DE LO COTIDIANO

Lo que la apasionaba era la imagen en movimiento: el cine. Pero la foto fija la llevaba en las venas por la rama de su abuelo paterno, retratista de estudio en Tlaxcala, y por la afición casera de su padre al tomar diapositivas de cuanta reunión familiar aconteciera. Con ese antecedent , Ángeles Torrejón (DF, 1963) dirigió su entusiasmo hacia la imagen fija, se alió al fotoperiodismo y después se regaló pausas para cocinar a fuego lento su mirada.

Estudió Comunicación en la UAM-Xochimilco porque pensaba que sería su entrada al cine, como guionista o directora. No fue del todo así, aunque el nexo con la imagen no se rompería nunca. Trabajaba en la edición del periódico Tiempo de Niños cuando conoció al equipo de fotógrafos de la entonces naciente agencia Imagen Latina: Pedro Valtierra, Andrés Garay, Marco Antonio Cruz y otros que le entregaban material gráfico de infantes que servía para darle sustento real a aquel espacio de entretenimiento e información. Concluida la universidad, ingresó a la agencia en la parte administrativa, se convirtió en pareja de Cruz y empezó a imbuirse en el universo de la foto.

Con una cámara que le regaló su madre más un montón de rollos que le daban en la agencia, Ángeles dejó el escritorio y las cuentas para empezar a retratar personajes públicos y anónimos en la Cámara de Diputados, en marchas políticas y en las banquetas. Primero dentro de la agencia y luego en La Jornada y Proceso, se apasionó por el mundo de la imagen que será publicada casi de inmediato.

Más madura, Torrejón volvió a Imagen Latina. Allí viró su enfoque y del reporte visual cotidiano buscó hacer fotografía de más largo aliento a través del ensayo y el reportaje. Empezó en la sierra norte de Puebla, en Pahuatlán, y advirtió el enorme goce que le daba establecer un compromiso con la gente que retrataba. Con este nuevo enfoque de investigación, hizo clic sobre todo en los rostros y actitudes de mujeres y niños. De manera natural, en marchas y sesiones camarales le atraían las mujeres, iba a las fábricas de costureras y retrataba a las fumadoras compulsivas. Para ella un gran salto fue Chiapas. Estaba frustrada por no haber sido testigo presencial de lo acontecido en la Selva Lacandona desde la insurrección zapatista así que, terminados los Diálogos de San Andrés, levantó la mano y dijo: "Ahora yo voy." En Imagen Latina le propusieron que presentara un proyecto, ella recordó sus años de universitaria, redactó dos cuartillas y se lanzó a la selva.

Con un planteamiento sencillo y claro, y frente a sus colegas fotógrafos en San Cristóbal desanimándola hasta el infinito, ella agarró una camioneta prestada y se adentró en la Lacandona. Para esa misma tarde, y con todos los augurios en contra, el subcomandante Marcos aceptaba su proyecto: retratar la vida cotidiana de las mujeres zapatistas tanto militares como simpatizantes. A todos les pareció que estaría tres días y se quedó un mes esa primera ocasión para retornar varias veces por año entre 1994 y 2000.

No sacó la cámara desde el primer día. Había escuchado las enseñanzas de Nacho López y Mariana Yampolsky de familiarizarse primero con las comunidades sin retratarlos para que la cámara no fuera un elemento de intromisión. Se bañó con las mujeres en el río, durmió en sus hamacas y platicó mucho hasta que la cámara fue parte de ella misma y las zapatistas con o sin paliacate se sintieron a sus anchas al ser captadas en su vida cotidiana. Posteriormente, con cada regreso a la selva ella organizaba una exposición: extendía un mecate y con pinzas de ropa colgaba las imágenes. Algunas gustaban porque las zapatistas se veían a sí mismas "bonitas" pero a otras no les agradaba salir lavando ropa. Imágenes de la realidad fue el libro con esa experiencia de vida. Hoy el volumen está agotado y espera su reedición para ver otra vez esos rostros que son mezcla de convicción profunda, fortaleza, juego y dulzura.

Madre de Emiliano, Ángeles no ha vuelto a Chiapas desde 2000. Espera hacerlo con su hijo de la misma manera que planea acelerar el ritmo de su proyecto sobre la noche en la Ciudad de México. Desde hace siete años capta la soledad, amor, trabajo y sorpresa que acaparan las calles del df con sus personajes que, como ella, son búhos atentos en medio de la oscuridad. Si primero fue la sierra de Puebla y la selva de Chiapas, hoy esta chilanga se lía a su espacio urbano, nocturno, lleno de magia y enigmas frente al cual hace encuadres sin artilugios, fiel a lo que le conmueve de su mirada intuitiva.