México D.F. Sábado 9 de octubre de 2004
La orquesta de cámara ejecutó
el capítulo más relevante de ese rubro en el FIC
Europa Galante prodigó un delirio de belleza
con música de privilegio
Doce atrilistas cimbraron la añeja estructura
del templo de La Valenciana, en Guanajuato
Notorio desequilibrio en la programación del
arte sonoro dentro del festival
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Guanajuato, Gto., 8 de octubre. Una de las mejores
orquestas de cámara del mundo actual, Europa Galante, virtió
oro sonoro bajo el oro barroco del retablo del templo de La Valenciana,
en lo que constituyó el capítulo más trascendental
de todo el rubro de música de concierto en esta versión 32
del Festival Internacional Cervantino (FIC), cuya programación presenta
un notorio desequilibrio precisamente en esta área, que en años
anteriores sí brillaba.
En confirmación del viejo adagio popular parafraseado
que reza: no todo lo que brilla es orégano, el oro de Europa Galante
destelló de manera deslumbrante. Ardió con lumbre nacida
de instrumentos de época, joyas de la laudería pulsadas por
11 atrilistas encabezados por el mismísimo Fabio Biondi, quien es
una leyenda viviente del mundo musical contemporáneo.
Poderío interpretativo
Incluida
de último momento en la programación cervantina, este agrupamiento
presentó, empero, un programa fuera de serie, un conjunto de partituras
que habilitaron las mejores virtudes de esta orquesta joven pero ya legendaria:
en primer lugar su poderío interpretativo, que confirma su supremacía
al presentar obras poco conocidas, en este caso la Sinfonía de
las disonancias, de uno de los hijos del Padre de la Música,
Johann Sebastian Bach (si Bach es el Padre de la Música, entonces
Mozart es el Papacito de la Música, je), y de manera inconfundible
obras de Vivaldi, una de las especialidades y portentos de Europa Galante.
En estas páginas (la columna Disquero) hemos compartido
con los lectores de La Jornada las maravillas que ha desplegado
en su vertiginosa carrera Europa Galante. Su concierto del viernes al mediodía
en el templo de La Valenciana conjuntó lo mejor de su discografía
en dos horas de música de privilegio. Salvo algunos músicos
de orquestas mexicanas que por la noche tendrían actividad en otros
conciertos del Cervantino, pero que al mediodía pudieron asistir
al templo de La Valenciana, la presentación del capítulo
estelar en música de concierto de este Cervantino pasó prácticamente
desapercibida.
Debido a que los programas de mano de los conciertos cervantinos
están para llorar (mal impresos, pésimamente diseñados,
con información irrelevante en demasía y la relevante, como
los nombres de los movimientos de las obras y su duración, brilla,
como el oro, por su ausencia) el propio Fabio Biondi, coherente con su
misión en la vida, que consiste en compartir con el mundo el amor
por la música, explicó, en perfecto español, las características
del programa entero.
Sonido cimbrador
Todo empezó con Telemann, que no es el Hombre de
la Tele (Tele-Man) sino uno de los jefes del movimiento barroco alemán
entero. Su Burlesque de Quixote es una extrapolación de su
ópera a partir del texto de don Miguel de Cervantes Saavedra. Desde
las primeras notas se dejó caer, como una epifanía, una cascada
de corcheas que se tendió desde el púlpito hasta la puerta
de la iglesia como si fuera la cabellera de un ángel femenino en
pleno delirio de emociones.
¡Santo cielo, qué sonido! ¡Santas alucinaciones,
Bat-Man! ¡Teleféricas terribilis, telúricas tensiones
trepidantes, Tele-Man!
Y es que el sonido poderosísimo de Europa Galante
cimbró las estructuras añejas del templo de La Valenciana,
hizo trepidar los cerros, entabló contacto con la divinidad en sus
pasajes calmos, en sus pianissimi como caricias de un arcángel
y puso en diálogo potente a las potestades todas con sus atronadores
fortissimi, sus escalofriantes tuttis, sus eléctricas
velocidades milimétricas, sus impresionantes descargas adrenalínicas
en violonchelos barrocos sonando como locomotoras volantes, como aviones
sobre vías de tren, como aves en medio de una tormenta en alta mar.
Todo el concierto fue un delirio de belleza. Al final,
el momento más sublime sonó en las piezas de regalo, en especial
en un juguete en pizzicato que terminó en una difuminación
del sonido como un acto de magia, como si un hada enviara un beso al viento
para que se deshiciera en cuanto llegase a su destino.
Fue de esa manera como el sonido de las cuerdas de Europa
Galante se apagó tenue, dulcemente de la misma manera como expira
un ángel cuando ha terminado su misión de amor en la tierra
y asciende a su plano original, a su estado de gracia sempiterno.
Sonó así el sonido primordial del universo.
El murmullo apagado de la marea que se retira.
Kyrie eleison.
|