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México D.F. Lunes 4 de octubre de 2004

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Más del otro testamento

Por su humanidad, urge legislar al respecto

AL LICENCIADO RAFAEL Flores Urrutia, "catedrático con casi 45 años de labor en pro de un constitucionalismo cotidiano", le pareció "simplificador y fallido" el tono con que en la columna pasada nos referimos a la piadosa labor concientizadora de la Secretaría de Gobernación para que los ciudadanos en posesión de un patrimonio hagan su testamento.

"Y LO QUE se denomina testamento vital -concluye mal el licenciado Flores- no es sino el primer paso para legalizar la eutanasia y el suicidio asistido en nuestro país, aunque usted califique de decimonónicos a quienes defendemos valores intemporales, incluido el respeto a la vida humana."

AL MARGEN DE la cotidiana ridiculez en que en materia constitucional incurre nuestro país, y del desconocimiento del drama que implica una terminalidad no hollywoodense sino real, hay que reiterar que una cosa es vivir y otra, muy diferente, durar, sobre todo sin el mínimo de calidad que permita a la vida humana llamarla tal.

ENFRENTAR SIN AYUDA o con apoyo insuficiente estados clínicos como un daño cerebral severo e irreversible, un tumor maligno diseminado en fase avanzada, enfermedades degenerativas del sistema nervioso y/o del sistema muscular en fase avanzada, con importante limitación de movilidad y falta de respuesta positiva al tratamiento específico; demencias preseniles, seniles o similares, y enfermedades o situaciones de gravedad comparables a las anteriores, distan mucho de las miradas compasivas, pero teóricas de quienes pretenden sacralizar la vida humana, independientemente de la voluntad de quien padece ese tipo de dolencias de que su vida no sea prolongada artificialmente.

LOS TERRIBLES RIESGOS de no hacer un testamento vital o acuerdo de voluntades anticipadas, firmado por dos testigos y un representante, aunque aquí aún no tenga carácter legal, puede ilustrarlos el siguiente ejemplo: presenté a un anciano viudo de 83 años, invadido de cáncer en los huesos y en la próstata, un machote del testamento vital (La Jornada, 11/8/03), que estuvo de acuerdo en firmar.

DE SUS SEIS hijos, sólo una, la que lo cuidaba, accedió a firmarlo, mientras los demás hermanos ignoraron la voluntad del padre. Avanzó la enfermedad, las caídas se hicieron más frecuentes, cierta ocasión fue reanimado tras sufrir un paro cardiaco, aumentaron las agresiones, insultos y bastonazos para la hija y la cuidadora, pues el deterioro del sistema nervioso se agudizó, y los hijos que se negaron a respetar el testamento vital jamás lo volvieron a ver.

TRANSCURRIDOS CASI DOS años y luego de sufrir un paro respiratorio, el anciano fue trasladado a un hospital, conectado a un respirador a solicitud de los compasivos hijos, quienes suplicaron a los médicos hacer todo lo posible "por salvarlo". Felizmente para la hija que lo atendía, el hombre falleció 20 días después de una innecesaria, costosa e inhumana hospitalización. Eso sí, ya había hecho su otro testamento para evitar pleitos entre los herederos.

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