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México D.F. Miércoles 29 de septiembre de 2004

Carlos Martínez García

Fundamentalismo, integrismo, (in)tolerancia

Toda clase de fundamentalismos están en boga en las sociedades contemporáneas. Esas visiones de la vida nos ofrecen sistemas acabados que tienen respuestas para todo y soluciones definitivas para cada problemática. El integrismo es panóptico: todo lo incluye en su ojo vigilante. Sanciona cada pensamiento y conducta de acuerdo con un canon bien establecido por los intérpretes de los textos sagrados, sean religiosos o políticos. La intolerancia es casi consustancial a cada grupo humano; la variante es la forma en que se exterioriza, ya sea con un simple movimiento negativo de cabeza o mediante actos que buscan la desaparición de los diferentes.

El fundamentalismo debe su nombre a una reacción dentro del protestantismo conservador estadunidense, que a principios del siglo XX produjo una serie de libros llamados The Fundamentals, cuyo objetivo era fijar las verdades fundamentales del cristianismo frente a los avances del ala liberal protestante que cuestionaba o negaba la dimensión sobrenatural de algunas enseñanzas bíblicas. En consecuencia, como bien ha dicho Umberto Eco, el fundamentalismo es antes que todo un "proceso hermenéutico ligado a la interpretación de un libro sagrado". Por supuesto que el fundamentalismo existió mucho antes de los primeros años del siglo pasado, pero es a partir de entonces cuando la postura que toma literalmente los postulados bíblicos, o de cualquier otro texto tenido por divino, llega a ser conocida con aquel concepto.

Fundamentalistas hay en todas las religiones, pero esto no tiene por qué ligarse necesariamente a posturas agresivas o imposiciones éticas a quienes tienen otras creencias y prácticas. Por ejemplo, grupos que se consideran poseedores de la verdad y practican una clara diferenciación entre ellos y el resto de la sociedad. Se es parte de ellos por medio de la conversión, y acto seguido hay un compromiso del converso en las tareas de difundir su nueva fe. Se espera que los postulados éticos de la creencia sean practicados por los integrantes del grupo, pero no por los de afuera porque carecen de la apropiación de los principios que solamente da la experiencia conversionista. El compromiso es voluntario y, por tanto, el integrismo (definido como la disposición a practicar las enseñanzas religiosas en cada aspecto de la vida cotidiana) es limitado, ya que está circunscrito a quienes forman parte del grupo.

Muchas veces hay confusión entre fundamentalismo e integrismo y se les toma por sinónimos. Nuevamente recurrimos a Umberto Eco para clarificar el malentendido semántico: "Por integrismo entendemos una posición religiosa y política, a la vez, que persigue hacer de ciertos principios religiosos un modelo de vida política y la fuente de las leyes del Estado" ("Definiciones lexicológicas", varios autores, La intolerancia, Ediciones Granica). En este sentido son intregristas Provida, Osama Bin Laden y sus huestes: la Christian Coalition, organización estadunidense protestante conservadora, y un amplio abanico de agrupaciones que buscan imponer mediante las estructuras de poder sus convicciones religiosas a toda la sociedad. Todo integrista es fundamentalista, pero no todo fundamentalista es integrista. Puede parecer una diferenciación ociosa, pero en el matiz hay una distancia que es importante tener en cuenta al momento de los análisis que conforman nuestras decisiones y actitudes.

Aunque nunca se fueron del todo, en las últimas décadas del siglo XX vimos la resurrección de los integrismos. Mientras parecía constante el avance del Estado laico, con distintos ritmos, por todo el mundo, imperceptiblemente se iban fortaleciendo los gurús, profetas, iluminados y santones que prometían llegar al cielo por asalto e instaurarlo como realidad factible en las sociedades terrenales. Para ellos quienes duden de esta posibilidad, la critiquen o desdeñen son infieles a quienes no vale la pena convencer, sino que es necesario someter. En esta acción todos los medios son válidos, contra los herejes cualquier recurso es útil dado el tamaño de su contumacia y peligrosidad.

La intolerancia encuentra terreno fértil por todas partes. Lo mismo entre los rancheros texanos que se organizan para atacar a quienes les parecen indocumentados que en las intrincadas explicaciones del doctor de Harvard Samuel P. Huntigton en su libro ƑQuiénes so-mos? Los desafíos a la identidad estadunidense (Ediciones Paidós, 2004), en el cual pontifica sobre por qué Estados Unidos debe revitalizar su herencia cultural fundante y excluir a quienes la amenazan, como los latinoamericanos reacios a convertirse al American way of life. De la misma manera la intolerancia florece en algunas comunidades indias, que expulsan a quienes se convierten al protestantismo, que entre científicos sociales dados a teorizar sobre las razones por las cuales los indígenas deben seguir con sus ritos ancestrales y rechazar al demonio protestante.

Ante todo esto es necesario reforzar las tareas educativas alrededor de esa frágil virtud que es la tolerancia, que por sí misma no puede enfrentar a sus enemigos (necesita el refuerzo de la leyes), pero que es indispensable en las sociedades auténticamente democráticas.

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