México D.F. Martes 28 de septiembre de 2004
Manlio Fabio Beltrones Rivera*
Gobernabilidad y responsabilidad política
Hace apenas algunos años la principal cuestión para la mayoría de nuestros políticos y para los analistas del sistema de gobierno mexicano era la de la representación. Hoy se está planteando iniciar un nuevo ciclo de reformas institucionales cuyo propósito es construir mayorías estables en los órganos parlamentarios y propiciar consensos entre el Ejecutivo y el Legislativo, buscando un renovado equilibrio en los antiguos dilemas que impone la polaridad entre gobernabilidad y pluralismo.
No obstante, este enfoque en realidad no está permitiendo que avancemos con la necesaria rapidez en el diseño de soluciones a los problemas políticos y económicos de México, pues omite el hecho fundamental de que la falta de acuerdos generales no obedece a las peculiaridades de las prácticas democráticas, sino más bien a no profundizar suficientemente en ellas por haber soslayado la necesidad de abrir y ampliar espacios de diálogo permanentes entre todas las fuerzas responsables de marcar la ruta del país.
Lo primero es hacernos cargo de que no hay fórmulas generales para las transiciones políticas. Lo que hay son experiencias propias y una lógica de modulación y oportunidad que responde al perfil de cada nación.
Nosotros debemos avanzar, sobre todo, de un régimen presidencial con partido hegemónico, ya agotado, a uno presidencial y multipartidista rigurosamente sustentado en el derecho y en los valores democráticos. Nuestra tarea es cómo hacer funcional esta realidad política, cómo resolver el espacio de acción de cada poder del Estado y cómo hacer más efectiva su responsabilidad en esta nueva circunstancia.
Creo firmemente que lo más necesario es destrabar las inercias y reticencias que complican el proceso de diálogo y acuerdo, y que para ello es indispensable empezar por crear un ambiente que priorice las coincidencias. Hay asuntos urgentes que podrían trazar el camino a seguir. Por ejemplo:
Exploremos la figura de jefe de gabinete. Ello daría más funcionalidad a la relación entre poderes y nos aproximaría a una adecuada separación entre jefe de Estado y jefe de gobierno. Diseñemos lo necesario y avancemos hasta donde dé el consenso.
Pensemos en las cámaras como colegio electoral para el caso de la elección presidencial en que ningún candidato obtenga una diferencia amplia en su porcentaje de votación. Centremos la discusión en éste u otros instrumentos que permitan gobernar con legitimidad y, sobre todo, con capacidad para lograr acuerdos.
Reflexionemos sobre la conveniencia de incorporar a nuestra práctica parlamentaria la figura de "trámite legislativo preferente", acotada, especificada, pero que obligue al Presidente de la República a fijar sus prioridades y al Legislativo a dictaminarlas. Modifiquemos la dinámica presupuestal y apostemos a una reforma de fondo que permita un presupuesto nacional que incorpore ingresos y egresos, que fije con más claridad criterios, actores y atribuciones para reducir la incertidumbre y, a veces, la confrontación anual entre poderes.
Actuemos con decisión en la reforma de nuestro propio espacio de acción política. Hagamos la reforma del Congreso y orientémonos hacia un fortalecido sistema de comisiones legislativas con trabajos regulares y mayores atribuciones.
Hay que darle también claridad al papel presidencial en la promulgación y publicación de las leyes. Con ello se puede eliminar el "veto de bolsillo" y establecer criterios y tiempos consensuados para que se opine sobre lo que el Legislativo produce, enriqueciendo el diálogo corresponsable entre poderes.
Como se advierte, no se trata de apostarle a las grandes reformas -lo que mucho ha tenido de vacuo-, sino de ir hacia las reformas que son a la vez necesarias y posibles, sobre las cuales realmente puede avanzarse en el diálogo y en el acuerdo. Hay que tocar en ellas áreas de la relación, a veces difícil, entre el Legislativo y el Ejecutivo. Si las abordamos, podemos ir construyendo paso a paso las condiciones de una mejor gobernabilidad y, en consecuencia, de mayores resultados para nuestro régimen político.
Es lo que el país quiere: que al discurso le sucedan resultados legislativos prácticos que contribuyan a la solución de los problemas. Responder a esta demanda es un reto central de la actual Legislatura. * Presidente de la mesa directiva de la H. Cámara de Diputados.
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