México D.F. Lunes 27 de septiembre de 2004
Hermann Bellinghausen
En tránsito
Aunque viajó en clase económica, fila ventitatantos, atravesar el pasillo atestado de impacientes pasajeros no se le dificulta. Tan sencillo como en su casa o el billar. Asideros conocidos. Pero al salir por la escotilla en el puente de la terminal necesita una silla (su silla, apilada entre carriolas de niño). La aerolínea ofrece una empleada filipina para conducirla a la aduana. Háganse de ahí, dice Mónica con un ademán que significa puedo sola.
Rueda el granítico pasillo, blanco y vidriado, entre viajantes que trotan rumbo a la ruda aduana estadunidense. Muchos van inmóviles, como simpáticos autómatas sobre la banda móvil. Los que caminan sobre las bandas, más autómatas parecen pues su velocidad es prestada. En fin, las cosas que Mónica observa desde la altura de su silla.
Es mediodía y en la aduana se aglomera la multitud desembarcada. Llegaron a la vez vuelos de Singapur, Tokio, Sidney (lleno de turistas alemanes), Hong Kong y Mexico City. La gente intenta serle servicial pero la orgullosa de Mónica se niega, con su encantadora sonrisa que deja a todos muy tranquilos, como si de veras la hubieran ayudado. Los hombres especialmente. Mónica es una guapa, y los hombres predecibles.
ƑQué fue eso? Le llega una sensación conocida, profunda, nunca olvidada. Un olor con nombre. No puede ser, piensa. Al instante alguien toma el manubrio de la silla de ruedas y empuja, suave, a Mónica que no voltea; de hecho, cierra los ojos, y dice:
-Sombra.
La mano de Sombra toca su cabeza, el destello de sortijas doradas en su cabello castaño. Para sorpresa de todos los orientales a la redonda que la creen paralítica, Mónica se incorpora ágilmente de la silla, apoya la derecha en el respaldo un segundo y se lanza al cuello de Sombra, que la recibe en el océano de sus brazos. Aunque han pasado cinco años, de inmediato y común acuerdo se besan en la boca. Regordetas damas chinas en traje sastre y bolso tipo Dior sonríen con ternura. Un jovencito japonés con ropa estilizada de Astroboy exclama algo incomprensible y aplaude. Un regocijo recorre la fila de migración.
Rápido se cuentan. Sombra viene de Singapur, y cambia de avión para volar a Orlando.
-ƑA Orlando? -le pregunta horrorizada Mónica. Él no explica más. Típico Sombra. Ella no inquiere Singapur.
-Y tú -dice Sombra.
-Aquí me quedo. Vengo a visitar a Kim, mi sobrina preferida, estudia en la Art School.
-ƑYa tiene cuántos? -dice Sombra.
-Los diecinueve -sustantiva Mónica.
-El tiempo, Ƒverdad? -dice Sombra.
-Sí, el tiempo.
Jugadores como son, aceptan las cartas. Este es el juego que tienen. Ella no pierde el tiempo contándole de sus novelas, la trilogía que ya publicó, ni de la familia. Le cuenta de Lepe, el lépero del billar. Se casó, tú crees, ya es papá. Lo dejan ir algunas tardes todavía a donde Abed, pero se reporta con la mujer cada hora, y pobre de él si no. Ahora somos amigos. Lepe y yo, a la mujer ni la conozco.
Sonríe divertido el rostro marcadamente japonés de Sombra, flaco y arrugado con fuertes trazos en la frente y los ojos, un poco canoso de las patillas. A Mónica le sigue pareciendo más guapo que muchos guapos. Sus manos la tocan: cuello, mejillas, labios, su nariz tan sensible. Los lóbulos de las orejas sin aretes. Los párpados. El dorso de las manos. Invade a Mónica un placer casi olvidado. El silencioso tacto de Sombra. Ella habla, locamente, se desliza a la silla y lo deja hacer. Baja la voz, y él debe inclinarse para captar sus palabras. Mónica siente en el pecho el aliento de Sombra, y dice con emoción parecida a un sollozo:
-Tiento ahora mismo dentro de tu piel. Cada músculo. Me clavas el acero de tus ojos. Eres una bomba, te reconozco.
Sombra escucha. De traje, corbata, zapatos de charol y la lap top al hombro, tiembla de inesperado deseo.
Cruzan la aduana. A ella, por ser mexicana, la interrogan más. Él porta pasaporte japonés, y ella no pregunta Ƒno que eras mexicano? para no perder el tiempo en tonterías. Se deja conducir por Sombra hasta el carrusel del equipaje, pero no le permite descargar su maleta. Lo hace sola, y la engancha a la silla con un ingenioso aditamento atrás, como los trenes.
-Kim me espera -dice ella.
Él, en tránsito, sigue su destino. El vuelo a Orlando sale de inmediato por la puerta 23. Sin apresurar el adiós, se despiden en silencio, a la manera de Sombra. Se besan como locos, a la manera de Mónica.
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