México D.F. Lunes 27 de septiembre de 2004
REPORTAJE /GUERRA SUCIA EN OAXACA
Caciquismo y corrupción policiaca, materia de
la represión
Amenazas, persecución y éxodo en los
Loxichas
Sobrevivir al aniquilamiento implica volver a nacer a
una vida dominada por el miedo. Si la víctima se sobrepone y pide
justicia, si busca el fin de la impunidad y exige castigo para los asesinos
de sus familiares, ha de internarse en la maraña de las redes judiciales
y hacer frente a cotidianas intimidaciones
BLANCHE PETRICH /II Y ULTIMA
En un rincón de la cocina toman café, silenciosos,
los padres de Celerino Jiménez, asesinado en abril de 1997. Ninguna
autoridad pide su opinión, pero cuando jueces y funcionarios de
la procuraduría estatal de justicia se han marchado de la ranchería
Los Limares, Taurino Jiménez saca del bolsillo de su vieja chamarra
un papel manuscrito que dice:
"Licenciado
juez, lo que le va a informarle es un acta. Si algo le llega a suceder
a mi nuera Estela Ramírez García el responsable es el ex
presidente municipal Lucio Vázquez. Si no lo manda hacer él
mismo, lo manda hacer con otro". Firma él y su esposa Adela Almaraz,
que suscribe con una cruz.
Ocho años después del asesinato denunciado,
la temeridad de Estela sigue causando asombro entre la gente de su comunidad.
Todos conocen el asedio que vive su familia, las rondas frecuentes de familiares
de Lucio Vázquez, que ostentando armas largas llegan hasta las puertas
de la ranchería preguntando por la viuda de Celerino. Desde el mismo
momento en que se atrevió a levantar un acta por el homicidio de
su esposo -en los días siguientes al entierro- las amenazas son
su pan cotidiano.
En la época en que ella, Donaciana Antonio Almaraz,
y otras mujeres, formaron la Unión de Pueblos contra la Represión
y la Militarización de la Región Loxicha, sufrió un
intento de secuestro y varios ataques en la ciudad de Oaxaca y hasta en
el Distrito Federal. En 2000 le ofrecen una beca para Dinamarca. Acepta
esta forma de exilio informal, pero cuando regresa encuentra un panorama
"bien triste". La unión estaba en vías de dispersión,
víctima de divisiones e intrigas internas.
"Estela es una mujer valiente que tuvo que superar muchos
miedos y amenazas para llevar adelante esta batalla jurídica. Pero
es una sola. Hay por lo menos 40 familias -víctimas de otros tantos
asesinatos- que no denunciaron por miedo a las represalias", apunta el
sacerdote Wilfredo Mayén Peláez, director de la Comisión
Diocesana de Justicia y Paz.
Agrega que si el juez dicta una sentencia ejemplar a Lucio
Vázquez "puede ser el punto de partida para que los pueblos se llenen
de valor y esperanza; que la gente se anime a denunciar la larga cadena
de delitos y agravios que se cometieron allá".
Estela nació en esas montañas que colindan
con los cerros de Loxicha. Severa, su madre, parió diez hijos y
además cargó con buena parte de las labores de la milpa,
debido a que su marido, ya fallecido, era ciego. Todos sus hijos, menos
Sofía, se han marchado. Lo que llaman ranchería son cuatro
chozas de piso de tierra. El granero está en ruinas, las láminas
del techo de la cocina, inservibles. Un pe-queño burrito es el medio
de locomoción de la familia.
Reconstrucción de un crimen
A las once de la noche el secretario del juzgado da comienzo
a la diligencia de reconstrucción de hechos. Pide una mesa, pero
los Ramírez no poseen ninguna. Dos cajones y algunas linternas sirven
para habilitar el "escritorio".
Los testigos del policía judicial sostienen que
la noche del crimen una columna de 15 hombres caminaba por la vereda entre
Santa María Jalatengo, rumbo a Juquilita, para ejecutar dos órdenes
de aprehensión, cuando fueron atacados desde la maleza por sujetos
que disparaban a unos 15 metros de distancia. Según esta versión,
Lucio Vázquez, que iba hasta adelante, disparó contra algo
que se movía. Cuando cesó la balacera encontraron herido
a Celerino. Vestía solo un pantalón, iba descalzo, pero tenía
un pasamontañas en el bolsillo. Portaba una carabina Winchester
y una escopeta. Murió, afirman, camino al hospital de Pochutla.
La defensora Adriana Carmona tratará de demostrar
ante el juez de que estas dos versiones son incongruentes, ya que un grupo
de guerrilleros difícilmente intentaría emboscar a una unidad
de policías en las puertas de su propia casa, y menos a tan corta
distancia, bajo la luna llena, con una visibilidad aceptable. Otra incongruencia
es que de las dos órdenes de aprehensión que dicen que iban
a ejecutar una ya estaba cumplida.
Envueltas en sus rebozos, Sofía y Estela miran
desconsoladas. Su madre sentencia en voz baja: "Que hablen falso, pero
Dios, nuestro señor, está viendo".
La versión de Estela y sus familiares refiere que
ella dormía con su marido cuando un grupo de hombres armados irrumpió
a patadas en la vivienda. Arrastraron a Celerino de los cabellos hacia
fuera, ella aferrada a la cintura de él. Dos veces la lograron arrancar
y la aventaron al piso. A la tercera un policía se paró sobre
ella. Entre las frases que escuchó recuerda dos: "¡Accionen!
¡Fórmense en abanico!"
Había hombres armados en todos lados. Sofía
peleaba porque no se llevaran al padre ciego. La madre asistía a
Aquilino, su otro hijo, que fue arrojado desde el tapanco y yacía
inconsciente en un charco de sangre. Otros más saqueaban lo poco
que encontraban. Calculan que en el operativo participaron entre
50 y 60 hombres. Cuando se retiraron Estela salió a buscar a su
esposo siguiendo un rastro de sangre y vómito. Encontró el
cuerpo al día siguiente en el cuartel de la Policía Judicial
de Pochutla.
"Nunca desistí. Cuando se disolvió la unión
y me quedé sola quise dejar to- do, pero pensé: si no se
puede seguir con la lucha de los demás, al menos debo seguir con
lo que me corresponde como esposa."
La lucha por organizarse
Celerino nació en la comunidad de Tobalá
Copalita, municipio de San Agustín Loxicha. Tenía 26 años
al morir. Era consejero municipal y fungía como coordinador de los
proyectos productivos. Cuando en 1996 caen presos todos los integrantes
de la alcaldía, incluyendo a Agustín Luna Valencia, el presidente
municipal, Celerino queda como máxima autoridad. "Ese año,
día tras día se hablaba de allanamientos, de muertos. Estaba
tan preocupado que en octubre organizó un foro de derechos humanos
en San Agustín, que terminó a balazos porque fue agredido
por los pistoleros de Lucio. De ese suceso nació la red de la sociedad
civil con los Loxicha", relata Estela.
Lucio Esteban Vázquez Ramírez fue comandante
de la Policía Judicial Federal en este municipio en 1996 y 1998,
al tiempo que presidente municipal durante el periodo de los operativos
más cruentos en los Loxicha. A las denuncias de represión
en la zona, de las que tomaron nota organismos internacionales, el cacique,
como autoridad, respondía: "No hay ninguna represión, o al
menos yo hasta ahorita no la veo. La gente anda muy a gusto, trafica, camina".
Su familia forma parte del pequeño grupo de mestizos
que en los años treinta llegaron a la región Loxicha, despojaron
a los indígenas y se hicieron de grandes propiedades. Nieto e hijo
de caciques, fue conocido pistolero. Se hizo de la presidencia municipal
por la vía de elección de partidos, como priísta,
contra la tradición política de asamblea comunitaria.
Para contrarrestar la creciente alarma a nivel nacional
e internacional por la violación de derechos humanos en Loxicha
durante su gestión, Lucio Vázquez organizó a un grupo
antagónico a la Unión de Pueblos Zapotecos. Conocido como
el grupo de "las viudas", este conjunto reclamaba la comisión de
201 asesinatos desde 1985 a 1998, a manos de la Organización Popular
Indígena Zapoteca (OPIZ) y del presunto núcleo del EPR en
Oaxaca. Sin embargo, las familias nunca presentaron denuncias ni el presidente
municipal siguió proceso legal alguno.
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