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México D.F. Domingo 26 de septiembre de 2004
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Un cartelazo
Ramos, El Pana y El Glison, en honor de doña Carmen Pesado
ASI COMO HAY toreros que por sus limitaciones anímicas o su tauromaquia predecible sacan al público de la plaza, los hay, aunque muy escasos, que por su maestría o su misterio lo sacan a uno de su casa para ir a verlos donde se presenten, incluso en una comida de agradecimiento.
ALGO MAS QUE personalidad, belleza intemporal y don de gente posee doña Carmen Pesado, viuda del maestro Jesús Solórzano Dávalos, apodado en su competitivo tiempo El rey del temple, para que tres toreros excepcionales como Mariano Ramos, Rodolfo Rodríguez El Pana y Jorge de Jesús El Glison, le hayan brindado sendas faenas en otras tantas plazas.
ESE ATRIBUTO ADICIONAL de doña Carmen no es otro que su afición sin adjetivos y su asiduidad incansable a las corridas, sean en cosos como de primera o en escenarios modestos, siempre y cuando los diestros anunciados sean capaces de sacarla de su casa.
VAYA, A CARMELITA no hay torero que le pueda pegar un pase en el sentido de impresionarla o emocionarla con recursos artificiales delante del toro. Conocedora profunda del arte de la lidia -esposa, cuñada y madre de toreros-, posee ese sexto sentido para descubrir esencias por encima de las apariencias, y el ojo para aquilatar tauromaquias a pesar de las alharacas. Y el pasado jueves esta dama logró armar un cartelazo que desde luego ninguno de los metidos a empresarios ha podido o querido ofrecer al público, ya por falta de visión, ya por exceso de sumisión a quienes, sin idea de espectáculo, mangonean en la fiesta de toros.
ƑPOR QUE UN cartelazo? Pues porque en una exquisita comida de agradecimiento supo reunir no a pegapases infames ni a cortaorejas cascabeleros sino a tres magníficos exponentes del arte del toreo: Mariano Ramos, El Pana y El Glison, quienes sabedores del taurinismo refinado de Carmelita, de su conocimiento y sentimiento en torno a las vertientes de la tauromaquia, la distinguieron con brindis en San Pedro Xalostoc, Tlaxcala y Tlalnepantla, respectivamente.
Y DOÑA CARMEN, como es tradición, correspondió a tan honrosas dedicatorias con un ágape íntimo, acompañada de su bella hija Verónica y de sus hijos Salvador, Antonio y Samuel, quien destacó la ética de Mariano al concebir el dominio técnico como obligación moral; la estética mágica de El Pana para crear e improvisar cosas que provocan el éxtasis, y la patética de El Glison, por su tauromaquia macha y dolorida que detiene el aliento o provoca el grito angustiado. Tres torerotes de un incopiable sello... imperdonablemente desaprovechados por los falsos promotores que ahogan a la fiesta.
NI EL PODERÍO marianista ni la poética paniana ni el dramatismo glisoniano, que en su momento provocaron la mayor expectación del público, pudieron contra los figurines ventajistas, los críticos vendidos y los empresarios sin sentidos: carentes de visión de futuro, gusto por las expresiones propias y contrastadas, olfato del gran negocio que significaban, oído para percibir el apasionamiento de los públicos, ni tacto para haber construido, con estos señores de la individualidad tauromáquica, una gran época del toreo. Este atajo de seudopromotores, más que sumarse a la mejor historia taurina de México, se instaló en la nefasta costumbre mexicana de desperdiciar buenos toreros.
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