Ojarasca 89 septiembre 2004
Desde las torres y haciendas de Monterrey nuestro país se divisa como un inmenso territorio de clientes. Y de esclavos, empleados o desempleados. Pero La Sede alterna del poder real en el país tiene, como toda urbe mexicana, identidades múltiples y divididas. Las ciudades asiento de los grandes capitales y las instituciones del poder son también receptoras de millones de migrantes pobres.
Representan mercados jugosísimos de cuanto negocio legal o ilegal se propongan los inversionistas y los políticos. Monterrey, como el Distrito Federal, León, Puebla, Guadalajara, en ellas viven lo mismo indios y nacos que profesionistas, políticos profesionales, millonarios o sólo ricachones pinches. Abundan la tira y las bandas buenas y las bandas malas. Lo demás es sociología.
Pero sólo en un lugar como Monterrey, todo un lado del corazón social puede latir en Houston y San Antonio (Texas), no por casualidad sede comercial de la junta de facto que gobierna Estados Unidos. Allí Halliburton. Allí Enron. Sí, supermercados, hospitales, goodies; pero allí atienden los patrones de Bush y Cheney, para decirlo pronto. La burguesía y buena parte de la clase media regiomontana viven las ciudades texanas como su metrópoli. Y tan tranquilos. ¿De qué podrían quejarse? Son dueños del gobierno mexicano, y socios del patrón mundial.
El país no está fragmentado, pero nos lo han puesto en pedazos. Entonces, y si bien no lo despedazaron, habría que ir por partes. Con mencionar algunas. El ocaso del siglo XX vio a los mexicanos convertirse en un pueblo de migrantes con una sóla dirección: el norte. No sólo donde brilla el billete verde que en-dios-confía (In God We Trust); también son tierras extensión de éstas, y que antes fueron nuestras, o de los pueblos originarios. Samuel Huntington, profeta por encargo millonario de las ultraderechistas fundaciones Bradley y Smith Richardson del "choque de civilizaciones" y las invasiones bárbaras de mexicanos, tal vez tenga razón al propalar sus interpretaciones "anglosajonas" y tener miedo, mucho miedo.
En Los Angeles o los campos de Watsonville y Salinas, California, la identidad de un ex campesino (hoy albañil, personal de limpia de oficinas, banquetes y excusados, o... agricultor acasillado) respira también y sobre todo en las montañas secas de Oaxaca, Guerrero y Michoacán. En zapoteco, mixteco, nahua. Una manera de ser binacional muy otra de la del poder, la del indígena integra y se reintegra, construye identidad y cultura en su lengua y la lengua colonial que haga falta.
Binacional también, el poder desintegra: esa es su meta. Malbarata. Desmantela. Apuesta a la extinción paulatina de lo que los mexicanos actuales consideramos México. Inevitablemente, la más moderna identidad mexicana se da en la resistencia, aquí y allá (siendo aquí y allá intercambiables).
Poderosa es la migración externa de trabajadores rurales. Poderosa su migración (expulsión, exilio, éxodo) interna hacia Tehuacán, Neza, Tlane, Coatza, Toluca.
Veamos el lado positivo de esta crisis de nuestras soberanías: México es un país en movimiento, se anda todo menos quieto. Posee la condición indispensable para que los cambios sean posibles. Y sí cambien.
La lucha se hace. Una décima parte de los mexicanos pobres (que por lo demás constituyen a su vez las tres cuartas partes del total de mexicanos) trabaja y/o vive en las ciudades y los campos de Norteamérica. Janitors, cerillos de supermercado, cargadores o jardineros, ilustran la inexorable conclusión geopolítica del concepto "changarro" (dígase trampa, dígase engaño). Hoy, la economía nacional depende de las "remesas". O que cada quien se rasque como pueda. La política neoliberal del gobierno y su montonal de socios se orienta (vergonzante pero resueltamente) a reducir el empleo, acaparar el espacio físico y entregar los recursos al patrón del norte.
Ahora mismo, en Montes Azules y La Parota, cientos de miles de hectáreas se sustraen de los mexicanos, con las mismas excusas desarrollistas de siempre. Esta política de expulsión y despojo, de salirse con la suya, será genocida. A secas.