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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004
Enrique Dussel A.*
Política-espectáculo: lo populista y lo popular
I
La "política-espectáculo" define al ciudadano como espectador-mercado, pasivo, consumidor, expectante ante la "mercancía-política" bien empaquetada. Todo es virtual, como la imagen, como el objeto ficticio que se crea por la propaganda.
El hambre real es una ilusión porque no aparece en la imagen; sentir hambre no es del orden de lo representable (R. Rorty); y, además, el que dice sentir hambre enuncia un error, porque se refiere a algo que no es del orden de lo que la imagen propone. La Coca-cola, "chispa de la vida" según la publicidad, es para los solventes que sacian fácilmente su hambre; sólo tienen sed, pero no la sed del que no recibe el agua por estar en la pobreza o por estar en el desierto perseguido por la migra; no es la sed de los que están fuera del circuito del mercado.
Para la "política-espectáculo" las encuestas de opinión pública son convenientes porque manifiestan la medición domesticada (por la propaganda) del espectador-mercado. Quien logra mejor lugar en dicha estadística mercado-técnica, y mayores porcentajes que el que enjuicia desde el poder, o quien tiene mayor popularidad que el político-espectáculo, se lo critica como "populista". Es decir, como mejor publicista alcanzó mayor porcentaje, porque, en el fondo, siendo la propaganda para el político-espectáculo una manipulación del deseo del espectador, lo considera (al que tiene mejor porcentaje) como alguien que tiene menos escrúpulos que el mismo político-espectáculo. De otra manera, es un "populista". Es un hablador virtual que propone demasiado. Es un propagandista que ha pasado los límites responsables del oficio y promete lo imposible.
El "populista", para el político-espectáculo, en la relación gobernante-gobernado como propaganda, es el falsario mayor, el que habla sobre lo que habría que guardar silencio, y por ello es, deslealmente (según las reglas formales del mercado), el más apreciado por el espectador. Promete más de lo que debe prometerse, por ejemplo, intentar saciar el hambre de las mayorías. II
Ahora nos preguntamos escépticos: Ƒy si, además de las imágenes virtuales, hubiera cuerpos de carne y hueso con "estómagos vacíos" (E. Bloch), y tuvieran real, verdadera y físicamente hambre que la propaganda virtual no pudiera aplacar? šAl fin y al cabo una hamburguesa virtual vista en la televisión (o proferir: "Estamos en una situación económica envidiable, mejor de lo esperado", que no es sino una imagen puramente virtual sin relación con la realidad) no vale una buena tortilla con frijoles bien real!
Para la política real, la de carne y hueso, no la virtual, sería "popular" el que se propone al menos intentar cambiar el orden de cosas para que los que no comen, o comen poco (50 por ciento del pueblo mexicano está bajo la línea de la pobreza de Amartya Sen, y otro 25 por ciento en situación muy difícil), puedan llegar a comer. No se comen "imágenes virtuales", se come el "pan" (de aquel pan de: "šDi pan de comer al hambriento!" del Libro de los muertos de Egipto, retomado posteriormente por muchos grandes éticos de la humanidad).
El "populismo", como término técnico en ciencia política, indica el tipo de regímenes que se organizaron en América Latina aproximadamente de 1930 a 1954 (de G. Vargas en Brasil hasta el golpe de Estado contra J. Arbenz en Guatemala, y que comprende también a L. Cárdenas hasta J. D. Perón, y muchos otros líderes de la época), que se propusieron un proyecto de capitalismo industrial autocentrado (nacionalista antimperialista: antianglosajón), consolidado socialmente sobre un pacto entre una naciente burguesía nacionalista, una clase obrera inicial y una clase campesina, con el objetivo de producir para el mercado interno. Fue lo políticamente más democrático, industrialmente más progresivo, y socialmente más consolidado de todo el siglo XX.
Ante el desastre del neoliberalismo, renace un América Latina un neonacionalismo popular que intenta salvar "lo que queda", a favor de un pueblo empobrecido, excluido y en vías de mayor miseria. Los líderes que se religan con esa angustia popular, con ese hambre, son enjuiciados de "populistas". En el Pentágono se habla de un "neopopulismo radical". III
Habrá que saber discernir entre el insulto del político-espectáculo que cataloga a su enemigo eventual de "populista" (como propagandista encantador de serpientes, o del pueblo, pueblo a priori considerado de baja capacidad crítica) del político realmente "popular", que sabe articularse a ese pueblo hambriento que necesita políticos que lo representen. No se trata de una división entre "izquierda" (populista) y "derecha" (en buena parte es una división anacrónica). Se trata de políticos que despiertan la esperanza popular, dado el estado de postración extrema del pueblo excluido y empobrecido, y de los políticos insensibles que continúan salvando bancos nacionales y extranjeros, pagando deudas externas e internas, antes que cumplir con el deber de volver los ojos a la miseria del pueblo que los eligió para servirles. La situación es angustiosa. En la Babel de la inversión de la significación de las palabras, el político-espectáculo lanza la confusión, porque en río revuelto ganancia de pescadores poderosos. Al líder popular que intenta corresponder los deseos justos del pueblo de los pobres se lo descalifica, porque inesperadamente ha superado las expectativas, y, mucho más allá de las posibilidades de su partido político particular, ha despertado la esperanza de una posibilidad real de un gobierno distinto. Es por ello que el político-espectáculo tiene que impedirle ejercer el poder. Se sabe muy bien que el peligro no está en el líder, sino en el despertar del inmenso pueblo desesperanzado, despolitizado, dividido, fraccionado, que pide rescatar el honor patrio, la riqueza nacional, los ahorros de decenas de años de millones de obreros que constituyen los fondos de sus jubilaciones. * Filósofo La cita de Giorgio Agamben fue tomada de Moyen sans fins. Notes sur la politique, Payot, París, 2001, p. 97.
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