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México D.F. Lunes 20 de septiembre de 2004

Iván Restrepo

Recalentamiento global: ciclones y huracanes

El lunes pasado mencionamos aquí cómo se cumplieron las previsiones que hace cinco años hizo la Agencia Europea del Medio Ambiente sobre los efectos negativos (inundaciones, sequía) del "recalentamiento global" en dicho continente. Para prevenir daños mayores y adaptarse a los cambios, la agencia anuncia ahora medidas preventivas radicales, mientras en México el panorama es desalentador y no porque el cambio climático sea desconocido por las autoridades, especialmente las responsables del medio ambiente y los recursos naturales. Hace justo 15 años, por ejemplo, Ernesto Jáuregui, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional, alertó con datos precisos sobre el aumento de la temperatura (hasta de dos grados) en ciertas áreas del país. Mencionaba los casos de Hermosillo, Puebla y la zona metropolitana de la ciudad de México. Se debía tanto a la expansión de la mancha de asfalto y a la falta de pulmones verdes (árboles y áreas agrícolas) como a la elevada combustión de hidrocarburos vía el transporte automotriz y la industria. Otros especialistas reafirman que ese aumento continúa y se observa en otras partes de México sin que exista una estrategia para contrarrestar sus efectos negativos a escala local, regional y nacional.

Por eso se espera el aumento y la intensidad de los desastres causados por ciertos fenómenos naturales, como huracanes y ciclones, especial-mente en la economía de las áreas afectadas y en la infraestructura pública y los bienes de la población. Un ejemplo de lo que nos puede pasar lo tenemos en el Caribe tras el reciente ciclón. De igual forma se prevé que por el cambio climático disminuya aún más en México la disponibilidad de agua para la población, la agricultura y demás actividades económicas. Los desajustes también se tendrán en la producción de alimentos, la proliferación de ciertas plagas y la presencia de enfermedades que se te-nían bajo control. No abarcarán solamente al medio rural, sino, igual o más, a las ciudades, las cuales crecen sin planeación y arrastran serias carencias en servicios públicos y en empleo. Además, su diseño e infraestructura no responde a los desafíos fruto del aumento de la temperatura y la existencia de millones de marginados.

Las autoridades saben muy bien de todos estos asuntos y de muchos más ligados al medio ambiente y al cuidado de los recursos naturales. En los tres últimos sexenios los funcionarios que han tenido bajo su responsabilidad esa parte de la agenda nacional anunciaron diversos planes para resolver los problemas y asistieron a las conferencias y reuniones internacionales sobre calentamiento global y desarrollo sostenible. Suscribieron compromisos con la comunidad internacional de naciones, como es el caso del protocolo de Kyoto. Y aunque México no es un megagenerador de los gases de invernadero, sí derrocha recursos naturales no renovables, como el petróleo, destruye otros (como selvas y bosques); degrada y contamina sus cuencas hidrográficas, básicas para la producción de alimentos y otros satisfactores que demanda cada vez en mayor cantidad una población que no deja de crecer.

Igualmente grave es lo que sucede con el uso y preservación de la franja costera. Pese a tantas alertas de los especialistas, sigue su ocupación anárquica vía asentamientos humanos y actividades turísticas e industriales. El mejor ejemplo de lo anterior es el litoral del Caribe y el golfo de México. El posible paso de Iván por allí mostró cuán vulnerables somos ante los fenómenos naturales y cómo abrimos el camino a futuros desastres. En vez de planificar el desarrollo sostenible de la franja costera, las autoridades ocupan su tiempo en sancionar y regularizar a quienes la ocupan ilegal y peligrosamente, en ocasiones con la venia oficial. Ahora permiten la destrucción de los manglares, riqueza natural única para contrarrestar la fuerza de ciclones y huracanes y el aumento del nivel del mar.

Esta vez nos salvamos, porque, según el profeta del sureste, Chacho García Zaldivea (también la hace de alcalde de Cancún), Dios quiere mucho a los que viven en esa ciudad. Ojalá esa deidad protegiera también al resto de los mexicanos, y nos salvara de los malos funcionarios y del deterioro que permiten.

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