Cuando Germán Dehesa brindó pachorruda sustancia al cínico psicoanalista de Cilantro y perejil, entre sus incontestables sentencias hubo una que retrató de inmejorable manera la Gran Familia Mexicana: somos un muégano edípico. A propósito de esa chiclosa desmesura que supone la crónica deportiva en tevé, esta diatérmana columna le pide prestado al lacaniano doctor Dehesa el troquel que acuña frases y se permite sustantivar la chamba de los locutores de deportes, a unas semanas del empacho ateniense, como Muégano Olímpico. Es común que los locutores de deportes, particularmente de futbol, liberen oscuras patologías a la hora de narrar cómo el Chamaco de Temaca birla el esférico a sus oponentes para situarlo con diabólico chanfle donde las águilas hacen su nide. Son antológicos los berridos de Ángel Fernández cuando embocinaba un largo "gol" hasta donde lo permitían su pleura sobrehumana y nuestra muy mexicana paciencia, así como son memorables los lacónicos desatinos de Fernando Marcos. Pero nada como ahora, que parecen tirados al olvido los buenos oficios, la mesura de grandes de la narración deportiva, como el extinto Sonny Alarcón. Las Olimpiadas de Atenas 2004 sirvieron para que las televisoras volvieran a pelear en el ring del rating y lo que vimos, poniendo aparte casi todas las intervenciones de don Andrés Bustamante, fue una mezcolanza confusa de telenovela lacrimógena, cutres destellos humorísticos de teporocha fineza, lamentables entredichos de la improvisación y brillantes demostraciones de arrogancia. Hubo, sí, buenas intenciones y momentos sublimes, como cuando durante el combate de uno de nuestros tristes púgiles Julio César Chávez envió a los jueces que calificaban el encuentro, en público y con todas sus exquisitas letras, "a chingar a su madre, cabrones", como en un cuento de Blanco Moheno. No está claro por qué los locutores, que hacen del idioma su herramienta de trabajo, se empeñan en despedazarlo, en no traducir los tecnicismos que impone el inglés siquiera los castellanizaran, como aquel "dale áperca" por "tírale upper cuts" que acuñara el otro J.C. para fortuna de nuestras literaturas, cuando escribió su Torito, o por qué se insiste en esdrujulizar el habla a la Faitelson. Lo cierto es que campearon la exageración y la histeria cada que un atleta ganaba o cuando no ganó el favorito del berreón. En denuesto de la objetividad periodística ganaron las preferencias de algunos comentaristas improvisados entre atletas de carrera por ciertas representaciones, como sucedió con el comentarista de basquetbol de tv Azteca, Eduardo Nájera, cuando el oneroso dream team estadunidense cayó ante Argentina y fue además abucheado por el público. Pero es que eran sus cuates. No sé qué pensar de esa fórmula de humor y crónica seria que tan bien le sale a José Ramón Fernández y tan forzada a la gente de Televisa. Lo que sí quedó claro es que al director editorial de Televisa Deportes, Javier Alarcón, no le gustaban las irrupciones seudo humorísticas de Eugenio Derbez o Angeliquita Vale. Y no lo culpo. Televisa envió a un auténtico contingente de comediantes (más dos mujeres que no me queda claro qué hacen, Montserrat Olivier y Yolanda Andrade) desesperados por equilibrar el fiel de la balanza que ostensivamente se inclinaba, inclina y seguirá inclinando por un Andrés Bustamante enorme y creativo, contra quien Televisa opuso, diría Gonzalo de Berceo en los albores del buen español, ni sendos rabos de malos gavilanes. Injusto no reconocer que hubo comentaristas juiciosos y conocedores de la materia en las escuadras televisivas, pero la atmósfera prevaleciente fue empalagosa. Como si no hubiese más en el mundo que los cincuenta segundos de Ana Gabriela o las machincuepas de las rumanas. Y la mejor amiga de las Olimpiadas, la Televisión, logró convertir Atenas en un dulzón muégano olímpico, con envoltura de colores y una parafernalia publicitaria digna de candidato presidencial. ¿Se fijó usted con qué galanura Toño Rosique convirtió la gesta olímpica en sesión de anuncios, como si fuera Madaleno en el Club del hogar? Dato glacial: el Comité Olímpico Mexicano envió a Atenas una delegación de ciento once deportistas, mientras que solamente las dos megatelevisoras enviaron cerca de trescientas almas a realizar la cobertura informativa y chistosesca. Que el mundo no diga que no exportamos
bienes culturales, ya que deportivos nomás tenemos cuatro o cinco.
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