FORO DE LA CINETECA

Carlos Bonfil

Historias mínimas, de Carlos Sorín

El cineasta ofrece un road movie intimista y emotivo

HISTORIAS MINIMAS, EL tercer largometraje de Carlos Sorín, es muestra elocuente del buen momento que vive hoy el cine argentino. En un número considerable de cintas recientes persiste la renuencia a aclimatar en el país austral las temáticas y fórmulas hollywoodenses, la negativa de muchos directores a ceder a las propuestas de moda, desde el thriller ultra violento hasta la comedia ligera plagada de lugares comunes y de un lenguaje llamativo. Más de una cinta argentina le apuesta a las virtudes del minimalismo narrativo, a la sencillez en el trazo de personajes, y a la exploración crítica, desencantada, de la realidad local. Los modelos e influencias más perceptibles no son precisamente los iconos del cine comercial estadunidense que inunda las pantallas, sino las de maestros del cine europeo, asiático o iraní. En el caso de Carlos Sorín, manifiestamente, la huella del neorrealismo italiano, no tanto la de Milagro en Milán, de Vittorio de Sica, sino la de otra cinta suya, a menudo olvidada, Umberto D.

La búsqueda, el tema compartido

EL TAMBIEN DIRECTOR de La película del rey (1986) vuelve a ubicar sus historias en el territorio inhóspito de la Patagonia. Esta vez en la época actual. Son tres sus historias y la división entre ellas es apenas perceptible, como si en el entrecruzamiento accidental de sus personajes se prolongara una misma trama, un tanto diversificada. El tema compartido es la búsqueda. Un anciano busca al perro que lo abandonó años atrás, y para ello recorre cientos de kilómetros, en un afán aparentemente absurdo; un vendedor se desespera por adivinar detrás del nombre de René(e) el género del infante a quien desea regalar un pastel, y a cuya madre corteja; una joven muy humilde viaja con su hijo en brazos a un puerto cercano para participar en un concurso televisivo, gana un premio y no sabe qué hacer con él. Las trayectorias revelan realidades contrastantes: un estudio de televisión y sus imposturas patéticas, como en Un mundo raro, del mexicano Armando Casas; o una velada en la que unos trabajadores reciben con calidez, en el último rincón del mundo, al anciano extraviado que busca a su perro Malacara; o los ámbitos domésticos visitados por el locuaz comerciante embriagado de amor y, como los demás personajes, perdido.

Perplejidad, sorpresa y frescura humorística

EL FILME NO está exento de melancolía, pero no es esa la tonalidad dominante. Hay perplejidad, sorpresa, inesperadas cargas de afecto, y una gran frescura humorística. El anciano don Justo no pierde la lucidez en sus múltiples demostraciones de terquedad: lo suyo es una vieja deuda moral con un animal, y entienda quien quiera entender.

EN UNA CINEMATOGRAFIA abocada, las más de las veces, a describir la realidad social del país, la persistencia de la crisis, el desencanto de sus habitantes, Carlos Sorín ofrece un road movie intimista y emotivo, cargado de signos que quedan en la sombra, conflictos que sugieren algún desenlace que nunca llega, y una narrativa siempre sobria, atenta a la exploración de gestos y actitudes. Tal vez lo más notable en Historias mínimas es su distanciamiento con el melodrama y la grandilocuencia expresiva, reflejos a los que no escapa una parte del cine argentino, de Campanella a Mignona. Hay en la cinta una contención emocional que se ajusta bien a la fotografía pulcra de Hugo Colace, a sus discretas variaciones cromáticas, sus ángulos inclinados, su manejo sugerente del territorio inabarcable. El paisaje patagónico es aquí barómetro del estado de ánimo de los personajes, de sus violencias súbitas y de la calma que luego les sucede, aún más inquietante.

LEJOS DE LA frustración o la desesperación, Historias mínimas es una cinta fundamentalmente optimista. Una propuesta inteligente. Se proyectará hoy a las 12, 16:30 y 18:45, y el viernes además a las 21 horas, en la sala 2.

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