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México D.F. Miércoles 15 de septiembre de 2004

Néstor Bravo Pérez

Decimoprimera Bienal de Fotografía

La imagen fotográfica está presente en todos los espacios de la vida, el territorio que conforman es bastante amplio y se comporta de una manera tan vertiginosa que afecta nuestra existencia a tal grado que marca una forma de entendernos a nosotros mismos y la manera en como nos acercamos a las cosas. Las representaciones de la realidad en este espacio trazan rutas que se aglutinan en núcleos de consistencia líquida: revistas, televisión, Internet, álbumes familiares, cine; accesibles de manera rápida, aunque esto no garantiza su entendimiento.

Los códigos se traslapan; la imagen ilustra la palabra y viceversa. Esta dinámica se establece de una manera que permite la conexión entre dos estrategias de generación de sentido, dos semióticas que están interconectadas y que en algún momento de la historia han promovido la subordinación de la imagen a la palabra.

Nos hemos acostumbrado (parece ser una costumbre difícil de romper) a leer las imágenes verbalizándolas, haciendo una crítica de ellas desde la escritura. Esto no siempre ha sido así. Recientemente la revisión de esta relación ha llevado a polémicas que plantean la imposibilidad, para muchos especialistas en la materia, de traducir un código a otro.

Nuestro acercamiento a la fotografía, por lo general, trata de establecer la relación con la imagen desde una perspectiva compleja que no distingue (o que une) lo verbal con lo visual como un solo paquete, como si se tratara de dos partes de la misma plataforma que nos permite comprender el mundo. Me parece que se trata de la necesidad de establecer parámetros mas claros, que den a la aparente vaguedad que se muestra en la fotografía, una cierta concreción.

En la decimoprimera Bienal de Fotografía hay una muestra clara de este tipo de relaciones; dos casos me parecen representativos, el de Marco Antonio Pacheco, quien otorga a la palabra todo el peso de la significación, en la medida que el texto propuesto por el artista da sentido a la imagen y, dado el carácter abstracto de sus imágenes, nos muestra, y quizá construya, su referencia.

Otro caso es el de Humberto Chávez Mayol, donde encontramos que la escritura es una parte inevitable de la serie fotográfica, con la que el autor establece un entramado narrativo, que inserta en los espacios legales del lenguaje, aspectos de un orden personal. Me parece que es tan importante la escritura en su trabajo que sin ella sus imágenes pierden sentido.

No son los únicos casos, toda la muestra está vinculada a estos principios, a cada imagen la acompaña una cédula en la que los fotógrafos establecen sus principios conceptuales o los puntos de partida que utilizaron para desarrollar su trabajo.

Parecería que ya es inevitable presentar trabajos en los que se lleve a cabo la relación entre imagen y escritura. Se trata, al parecer, de una estrategia que permita la comprensión de las escenas, de los hechos que se muestran en las fotografías, esto es, que las cosas rebasen el carácter de cualidades generales por medio de la lectura que hacemos de ellas, implementando, en este caso, en un trayecto interpretativo que apele a la escritura.

La imagen fotográfica promueve la representación mediante las características de las cosas o de los actos, no pretende mostrar las cosas mismas. La imagen junto con el texto busca mostrarnos las estrategias que se siguieron para llevar el fluido de lo real, general y vago, a espacios de encuentro.

En el caso de Edgar Martínez, por ejemplo, se tratan problemáticas referentes a la identidad en las que su propuesta escritural es de gran ayuda; de otra manera observaríamos una sobreposición de imágenes en las que los personajes representados apenas alcanzan a distinguirse; si sólo viéramos las imágenes, su propuesta se quedaría en un mero ejercicio formal cuando lo que realmente busca es la posibilidad de establecer un vínculo con su pasado utilizando imágenes del álbum familiar, que le permiten reconstruir, con todo tipo de recuerdos, la mejor manera de reconocerse, el modo en como las imágenes se van heredando no sólo para establecer un espacio mental donde habita la memoria sino la realidad objetual resguardada en el álbum familiar. La boda, el cumpleaños, la primera comunión.

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