México D.F. Miércoles 15 de septiembre de 2004
Alberto Mendoza sirvió 5 años
a las fuerzas armadas y fue compensado con $10 mil
Denuncian nuevo caso de militar dado de baja por ser
portador del VIH-sida
Duele el rechazo de los superiores, luego de que al
ingresar como soldados se nos dijo que éramos hijos de la patria
y uno está dispuesto a sacrificar todo, expresa el ex militar
ANTONIO MEDINA/AGENCIA NOTIESE ESPECIAL PARA LA
JORNADA
Una deficiente atención médica y el resultado
positivo de la prueba del virus de inmunodeficiencia humana (VIH)) fueron
los motivos por los que el soldado Alberto Mendoza quedó inutilizado
para el servicio de las armas, causando baja automática de las filas
del Ejército Mexicano.
Comisionado en junio de 2001 a la zona del conflicto zapatista
en los Altos de Chiapas, Alberto Mendoza recibió la orden de trasladarse
al Hospital Central Militar de la ciudad de México después
de sufrir una recaída en su salud y de habérsele practicado
diversos exámenes clínicos. Internado en ese hospital, y
luego de otra serie de análisis médicos, el joven militar
chiapaneco se enteró del motivo de su traslado: el resultado positivo
al VIH.
En
los 11 meses posteriores, Mendoza ingresó varias veces al hospital
militar, donde se le practicaron dos intervenciones quirúrgicas
para extirparle el apéndice y para realizarle una colostomía
o abertura en el colon, debido a dos perforaciones intestinales, que lo
obligaron a defecar por un costado de su abdomen en una bolsa de plástico
adherida al cuerpo.
Finalmente, cuando en mayo de 2002 lo dieron de alta en
el hospital, se le informa al mismo tiempo de su baja en las fuerzas armadas,
privándolo de la continuidad de su tratamiento médico.
Alberto Mendoza ingresó al Ejército en 1997,
a la edad de 20 años, debido a que, por falta de recursos, no pudo
continuar su carrera de ingeniero en sistemas. Ahí se desempeñó
como soldado de transmisiones, "era el encargado de solicitar a través
del radio medicinas, víveres o apoyo material cuando se decretaba
el Plan DN-3 en alguna zona de Chiapas", relata a La Jornada el
joven militar, quien también es técnico electricista. "Hubo
una ocasión que estuve más de tres semanas pegado al radio",
añade. Esta exposición constante a los sonidos y cambios
de frecuencia sonoros también le provocó una hipoacusia,
o disminución de la sensibilidad auditiva.
En su primera recaída de salud, Alberto Mendoza
fue atendido por el enfermero de su unidad militar, pero al no poderle
curar un quiste que le provocó una fístula en la región
anal, se le trasladó al hospital regional militar de Tuxtla Gutiérrez,
donde fue operado y le aplicaron la prueba de detección del VIH
sin consultarlo y sin informarle de los resultados. A los tres días
de darlo de alta le ordenaron trasladarse al Hospital Central Militar en
la ciudad de México, sin explicarle el motivo.
El viaje de más de diez horas en autobús
le provocó el desgarre de la fístula, por lo que fue internado.
Una nueva prueba del VIH confirmó el resultado positivo y el joven
militar fue informado que, además de las complicaciones intestinales
y la pérdida parcial de la audición, era portador del VIH.
"En uno de esos días el dolor me hizo soltar unas
lágrimas; una enfermera se acomidió a atenderme, pero al
verla uno de los doctores le dijo: 'no, no lo toques, tiene sida'. El dolor
físico no fue nada comparado con lo que sentí por ese rechazo."
A partir de entonces, Alberto sufrió el constante acoso de los doctores,
quienes lo acusaban de ser gay. "A cada rato me mandaba traer el doctor
Frías y peladamente me preguntaba si alguna vez me la habían
metido o si me había metido con alguno de mis compañeros
o si me daba por salirme a tomar con otros hombres que no fueran militares."
A los dos meses y medio de ser dado de alta de su primera
internación, en septiembre de 2001 el soldado de transmisiones regresó
al Hospital Central Militar con la salud severamente deteriorada, por lo
que se le realizó la apendicectomía y se le diagnosticó
tuberculosis diseminada. Pero el mismo día que lo dieron de alta,
luego de una estancia de casi dos meses, Alberto Mendoza se agravó
y fue intervenido de nuevo de emergencia. Le descubrieron dos perforaciones
intestinales, por lo que los médicos José A. Frías
y Tomás Manjarrez determinaron desconectarle el intestino del recto,
adaptándole una colostomía (bolsa en la que se almacenan
los desechos fecales) con el propósito de que el soldado drenara
por esa vía mientras su intestino descansaba. Desde entonces Alberto
Mendoza vive con una bolsa de plástico adaptada a un costado de
su cuerpo por medio de un orificio que hace las veces de ano, e ignora
si así vivirá para siempre, ya que una vez que el doctor
Manjarrez se enteró de su baja del Ejército se negó
a verlo las veces que lo buscó para que valorara la posibilidad
de reconectarle el intestino al recto.
Finalmente, el 16 de mayo de 2002 Alberto recibió
la confirmación de su baja y fue compensado con sólo 10 mil
600 pesos por los cinco años de servicio activo.
El de Alberto Mendoza es uno de los muchos casos de militares
dados de baja por ser portadores del VIH. Tan sólo en 2003 la Secretaría
de la Defensa Nacional reportó, según datos dados a conocer
por el Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH-sida
(Censida), 48 casos. A pesar de ello, es poco lo que la institución
castrense hace por educar y prevenir a sus miembros de posibles infecciones
sexuales.
El militar, por estar fuera de su familia o su comunidad,
está más expuesto a ir a lugares donde se ofrece el trabajo
sexual, y en esas circunstancias uno puede tener relaciones sexuales sin
protección, explica Mendoza. Además, lo "que muchas veces
busca el militar es también el afecto, la compañía
y sentirse querido por alguien, y lo que menos se piensa es en comprar
un condón, que son caros".
Refiere que aunque en algunas unidades militares sí
dan eventualmente pláticas de prevención, él nunca
tuvo la oportunidad de acudir a alguna. "En mi unidad teníamos enfermeros
que en cierto momento podrían orientarnos, pero si uno les pedía
un condón no nos lo proporcionaban."
Entrevistado en Puerto Arista, cercano a la zona militar
donde prestó sus servicios, Alberto Mendoza relató que trabaja
ahora en un restaurante haciendo la limpieza. Entró de mesero, pero
antiguos compañeros militares lo reconocieron y le informaron al
propietario de su estado serológico; éste último,
por aprecio al joven ex militar, sólo lo cambió de cargo;
por ende su ingreso se redujo, al no recibir las propinas. "Ahora tengo
que trabajar por la mañana, cuando no hay clientela, y gano mil
200 pesos al mes." Con esa cantidad, Alberto tiene que solventar los gastos
de sus bolsas para la colostomía, cuyo monto mensual rebasa los
700 pesos, más la compra de guantes especiales, gasas y cantidades
industriales de papel de baño.
Alberto se atiende ahora en el Hospital Regional de Tuxtla
Gutiérrez de la Secretaría de Salud de Chiapas. Ahí
le dan medicamentos antirretrovirales y están valorando la posibilidad
de intervenirlo nuevamente para restaurarle el intestino y cerrarle la
colostomía, pero Alberto no está seguro de poder costear
dicha operación. "Hay ocasiones en que me despierto pensando que
todo ha sido una horrible pesadilla y que me tengo que levantar, bañarme
con agua fría, ponerme el uniforme, amarrarme las botas y salir
a mi base militar para pasar lista de diana, pero mi bolsa de la colostomía,
que se ha convertido en parte de mi cuerpo, me vuelve a la realidad", relata
con tristeza.
A dos años y medio de su baja y al enterarse por
La Jornada de las denuncias de militares seropositivos expulsados
del Ejército, Alberto Mendoza decidió también denunciar
públicamente las violaciones a sus derechos y la negligencia médica
de la que fue objeto por parte de las autoridades militares. Con el apoyo
del Colectivo Integral para la Atención a la Familia AC, ubicado
en Tuxtla Gutiérrez, Alberto Mendoza ha ido recobrando poco a poco
el ánimo.
Arturo Vázquez, miembro de esa organización,
afirma categórico que "no fue el VIH el que inutilizó a Alberto,
sino la deficiente atención médica que recibió".
Ese convencimiento es lo que llevó al ex soldado
de transmisiones a dar a conocer su caso e incluso pidió publicar
la fotografía que le tomaron sus compañeros cuando estaba
en activo, porque quiere que se le reconozca como militar por estar orgulloso
de haber servido a la nación. "Cuando ingresé a las fuerzas
armadas se me dijo que desde ese momento era hijo de la nación,
de la patria, que tenía mayor responsabilidad que el resto de los
mexicanos y que mi obligación era el servicio incuestionable hacia
el Ejército y hacia México", explica el joven chiapaneco
y añade dolido: "uno está dispuesto a sacrificarlo todo,
pero es injusto que cuando necesitas del apoyo del Ejército te desechen
como a un trapo viejo, sin derechos laborales y sin proporcionarte los
medios para mantener tu salud."
Desea que su experiencia ayude a otros militares seropositivos.
"Espero que con mi testimonio los soldados recién diagnosticados
o a quienes creen estar infectados y temen ser corridos del Ejército
apelen a la ley y defiendan sus derechos", exhortó.
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