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México D.F. Viernes 10 de septiembre de 2004
Jorge Camil
Héroes mexicanos
Polvo, sangre, miseria, corrupción, selvas de concreto, violación sistemática de los derechos humanos; erosión de lagos y bosques que fueron orgullo del valle de Tenochtitlán, y la angustia social que produce la industria del secuestro, está todo resumido en siete reportajes que constituyen siete razones para jamás visitar la República Mexicana.
El autor, John Carlin, periodista inglés que ha sido corresponsal en México y que desde 1998 vive en España colaborando en El País, publicó ahí el dramático testimonio titulado Héroes mexicanos. Con dominio del oficio y una prosa simple, pero impactante, nos lleva a la zona crepuscular de la frontera norte, donde prevalece la cultura del narco, para mostrarnos, como en las películas Traffic, de Steven Soderbergh, y Kingpin, de David Mills, el maridaje de la legalidad con la ilegalidad. Casi imaginamos la penumbra sepia que utilizó Soderbergh para presentar en la cinta las miserias del lado mexicano (el lado "no pavimentado", como lo llamó un pintoresco general revolucionario): polvo, basura, corrupción y la ansiedad de saber en todo momento que la vida pende de un hilo.
En su vertiginosa carrera a través de la República Mexicana el reportaje se detiene en Juárez, impune tierra de mujeres ultrajadas y desaparecidas, para escuchar el relato escalofriante de la madre de una niña de seis años que salió de casa a la tiendita de la esquina y apareció una semana después en un basurero público, víctima de múltiples violaciones y con el cuerpo calcinado. En Reynosa encontramos el cuerpo exangüe y cubierto de polvo de un joven empresario regiomontano, robado y asesinado en la carretera por agentes de policía mientras conducía orgulloso su flamante BMW rumbo a una reunión familiar en Padre Island para festejar la Navidad.
Agencias malolientes del Ministerio Público, funcionarios venales, cárceles con letreros que prohíben orinar en las áreas públicas, y policías ministeriales arbitrarios y barrigones son descritos con un realismo que los mexicanos conocemos demasiado bien, y que desafortunadamente hemos aprendido a tolerar.
Uno de los "héroes mexicanos" es un joven arquitecto que sueña con recuperar los lagos de la ciudad de México para inyectar vida a un sistema ecológico irremediablemente envenenado por 4 y medio millones de automóviles y 3 millones de animales que defecan al aire libre. El arquitecto -un romántico empedernido- aspira también a contestar la pregunta de Norman Foster, el legendario urbanista inglés: "ƑCómo imponer orden en el caos de la ciudad de México?" (Yo le contestaría simplemente: Good luck Mister Foster!: la respuesta parece más complicada que la misteriosa desaparición de los "agujeros negros" anunciada por su compatriota, el astrofísico Steve Hawkins.)
El reportaje deja claro que el daño más profundo lo produce la industria del secuestro, un contubernio que está destruyendo la fibra social, y en el que están involucrados policías, funcionarios públicos y delincuentes. Me disculpo por evocar tantos ejemplos cinematográficos, pero ese arte está empeñado últimamente en descalificar nuestra supuesta modernidad para mostrarnos al desnudo. Descontando las acciones inverosímiles de Denzel Washington, el superhéroe de la cinta Hombre en llamas, revela con una trama realista y bien investigada el bajo mundo del secuestro mexicano y nos muestra que el principio económico de la división del trabajo es el secreto que permite utilidades multimillonarias para los secuestradores. Grupos independientes que operan bajo una misma cúpula identifican, capturan y vigilan a las víctimas, mientras grupos más sofisticados negocian y cobran el rescate. Todo, por supuesto, bajo el manto protector o dirección de autoridades involucradas.
Los mexicanos sabemos que seguirán existiendo secuestros de ocasión, pero las situaciones descritas por Hombre en llamas apuntan un peligro que rebasa la proverbial excusa de "los dos Méxicos" y sus diferencias económicas. Se trata de "hermandades" poli-ciacas y organizaciones criminales bien estructuradas, que impulsadas por enormes utilidades deciden actuar en un sistema legal donde se tolera la corrupción y se garantiza la impunidad.
Los "héroes mexicanos" de Carlin son hombres y mujeres excepcionales que pretenden cambiar el sistema: profesionales, amas de casa, intelectuales, empresarios y paladines de derechos humanos que han sufrido o presenciado vejaciones, o que intentan consolidar la democracia instaurando el Estado de derecho.
Al terminar la lectura del séptimo testimonio nos negarnos a aceptar la realidad. Podríamos jurar que hemos leído sobre un país de ciencia ficción distinto al nuestro, si no fuese por el hecho de que permanece en nosotros la impresión de que los verdaderos "héroes" somos quienes en forma incomprensible vivimos, trabajamos, cultivamos amistades, votamos, promovemos la vida familiar y contribuimos a mantener un país que parece empeñado en aplastarnos.
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