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México D.F. Viernes 10 de septiembre de 2004
Horacio Labastida
Autonomía universitaria
Muy importante es aclarar la profunda significación de la autonomía universitaria, lograda con enormes esfuerzos por el movimiento académico que estalló en 1929, encauzado por la noble generación de Alejandro Gómez Arias, cuya figura es cada día más relevante en la cultura mexicana. Los barones del dinero de ayer y hoy, tal como señaló Herbert Marcuse en su One-Dimensional Man (Hombre unidimensional) (USA, Beacon Press, 1964), no sólo establecen la dominación sobre los pueblos manipulando en su provecho recursos y mano de obra barata para incrementar al máximo ganancias y disminuir costos, puesto que tal dominación exige el angostamiento y exterminio del juicio crítico en la conciencia de los explotados. Transformar a los explotados en meros instrumentos de las máquinas y las técnicas que se aplican en la producción ha sido una meta ideal perseguida por las elites que desde el remoto pasado han saqueado a las clases trabajadoras. Los patricios de la antigüedad romana las llamaron esclavos o animales que emitían sonidos articulados; en la Edad Media fueron siervos convertidos en patrimonio de los señores feudales y los reyes magnos, y desde la modernidad hasta hoy son los ciudadanos supuestamente libres que venden sus energías a los capitalistas modernos o al supercapitalismo contemporáneo. Esclavos, siervos o ciudadanos obreros y campesinos se han dado cuenta, desde los años de Espartaco, de que la sujeción en que viven implica remisión de la libertad, y esto gesta protestas, rebeliones y revoluciones, en la inteligencia de que las corporaciones globalizadas de hoy buscan eliminar la insubordinación de los pueblos como las causas de tal insubordinación, y éstas no son nada menos que la conciencia negadora del status quo, o sea, el orden de cosas instituido por las clases dominantes. La destrucción de esta negación es lo que Marcuse describió como el paso del hombre bidimensional o negador de la afirmación, al hombre unidimensional, enajenado por una afirmación elitista, de la que no puede extrañarse.
La situación de México en 1929 fue denunciada por el antirreleccionismo vasconcelista. El dogmatismo religioso y teológico de la Colonia se extendió durante poco más de tres siglos transcurridos entre la inauguración de la Real y Pontificia Universidad (junio de 1553) y su purgación por el constituyente de 1857 y la nacionalización juarista de 1859. La desposesión de la mano muerta del clero, la libertad de pensamiento y la educación laica provocaron las iras del clero y de los barones mexicanos del dinero, furias bien perfiladas en las imprecaciones y condenas de Clemente Murguía, obispo de Michoacán, cuyas mohinas oratorias recuerdan las que el clero y sus asociados del latifundismo lanzaron contra los ilustrados de 1833 y su brillantísimo expositor José María Luis Mora. El decenio de 1867 a 1877 se vio agitado por la desafortunada muerte de Juárez (1872), el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada (cayó en 1876) y las ambiciones políticas de Porfirio Díaz, puestas en marcha en su fracasado levantamiento de la Noria y el exitoso de Tuxtepec, proceso que encuadraría un nuevo dogmatismo, comtiano y spenceriano, en que se cobijó Díaz como ideología legitimadora de la dictadura que mantuvo hasta 1911, dogmatismo infiltrado en las escuelas preparatorias y profesionales por las doctrinas que en su Lógica inductiva y deductiva (1903) difundió Porfirio Parra con éxito y sin oposición significativa. Y el tercer dogmatismo se introdujo después del triunfo de la Revolución y el ordenamiento constitucional de 1917. Contra el nacionalismo económico y social y la equidad concebida en las nuevas garantías sociales, el capitalismo monopolista estadunidense de principios del siglo pasado sujetó a Obregón y a Calles al mando de las subsidiarias extranjeras de los hidrocarburos, y logró nulificar la aplicación del artículo 27 constitucional con los tratados de Bucareli (1923) y reducir en todo lo posible el presupuesto de la universidad fundada por Justo Sierra (1910), situación adversa reflejada en las instituciones superiores de la República. Propiciando la pobreza cultural se asfixiaría la conciencia crítica, mas las crisis de la época alimentaron y acrecentaron las disensiones. México sufría los efectos de la desastrosa depresión mundial y urgía purgar oposiciones y sublevaciones. El asesinato de Obregón en La Bombilla (1928) permitió a Calles convertirse en Jefe Máximo de la Revolución, instancia última e inapelable en cuestiones económicas, sociales y políticas, o magister dixit supremo en la teoría y la práctica. Pero las amenazas y las persecuciones del maximato no impidieron la protesta contra el absolutismo callista, animado y protegido por el presidente Coolidge, sucedido por Herbert Hoover (1929-33), así como por el embajador Dwight W. Morrow, designado en 1927. El antirreleccionismo vasconcelista arremetió contra el imposicionismo callista, y las huelgas a favor de la autonomía garantizadora del juicio crítico en la cátedra universitaria y fuera de la cátedra hicieron posible, a pesar del fracaso vasconcelista y con el éxito académico, que México protegiera su riqueza espiritual del imposicionismo de las clases dominantes.
Este es el acontecimiento trascendental que hasta el presente ha impedido que se restablezca en el país una dominación que metamorfosee al hombre en el insecto repugnante imaginado por Kafka. En México, el hombre sigue siendo hombre, y por esto en la universidad ondea la bandera de la autonomía.
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