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México D.F. Sábado 4 de septiembre de 2004
Juan Arturo Brennan
Lohengrin sin Lohengrin
Originalmente, a los operópatas les brilló la mirada cuando se enteraron de que se pondría en escena Lohengrin, en el contexto del Festival Música y Escena. Pero los rumores corren rápidamente en ese ámbito, y cuando supieron que no era el Lohengrin de Wagner, comenzaron a despotricar y a rechinar los dientes, afirmando que ''de seguro es una de esas mafufadas modernas donde en vez del cisne van a poner a un zopilote".
La realidad superó con mucho los peores temores de los ''amantes del arte lírico", porque en este Lohengrin no sólo no hubo cisne, sino que tampoco aparecieron Ortrud, Telramund ni el rey. Sin ir más lejos, se trató de un Lohengrin sin Lohengrin, obra escénico-musical de Salvatore Sciarrino, pieza retadora y ciertamente desconcertante.
Desde su propia definición de la pieza (acción invisible para solista, instrumentos y voz), Sciarrino se aparta del todo de las convenciones operísticas tradicionales para ofrecer una visión-lectura muy inquietante del texto original de Jules Laforgue. Ostensiblemente, el personaje único de este Lohengrin es Elsa, pero en el trayecto de la pieza se hace evidente que la mujer encarna por momentos a otros personajes (o sus fragmentos, o sus sombras) de la legendaria narración; este desdoblamiento en personalidades múltiples es, en lo escénico, uno de los atractivos principales del Lohengrin de Sciarrino, y los retos dramáticos de esa esquizoide interpretación fueron muy bien asumidos y resueltos por la soprano argentina Lía Ferenese.
En parte, la designación de ''acción invisible" implica que prácticamente no hay acción en la obra, lo cual representa una complicación extra para la intérprete, en el entendido de que no hay una secuencia de movimientos y tareas escénicas a realizar; así todo depende de la capacidad de interiorización de la protagonista, y de su habilidad para potenciar al máximo una gestualidad muy económica que incluye, sobre todo, un complejo trabajo de emisión vocal en el cual hay de todo menos canto, al menos en el sentido tradicional del concepto.
Así, en la hábil y matizada interpretación de Lía Ferenese, esta Elsa (más precisamente, Elsa y compañía) hizo fluir muy orgánicamente el texto de Laforgue, un texto en el que se potencia, sobre todo, lo onírico, lo mnemónico y lo especulativo. Estos cimientos conceptuales implícitos en el texto fueron bien preservados por la dirección escénica sobria y austera de María Morett, que por momentos llega a un estatismo plástico muy emparentado con ciertos parámetros del teatro oriental.
La dirección musical, precisa y clara, estuvo a cargo de José Luis Castillo, quien mantuvo a los integrantes del Ensamble Onix en el alto nivel de concentración necesario para el continuo y exhaustivo uso de técnicas alternativas de producción sonora con las que Sciarrino ha logrado una partitura etérea, iridiscente, y que tiene tan poco de anecdótico como el texto mismo.
La música del Lohengrin de Sciarrino es tan austera y ajena a las anclas sonoras tradicionales que los tres cantantes del minicoro tuvieron dificultades en hallar sus puntos de apoyo para los complejos acordes vocales propuestos por el compositor. El sencillo complemento escenográfico de la puesta en escena conservó, en ausencia del cisne, el espejo de agua, cuya presencia hubiera sido más sólida y emblemática a no ser por la inclusión de dos seudoespejos móviles que lejos de enfatizar la multiplicidad de esta Elsa-Lohengrin-et al se convirtieron en un estorbo conceptual y visual. A pesar de este detalle, la puesta en escena del Lohengrin de Sciarrino en la sala Covarrubias resultó muy satisfactoria, principalmente por la coherencia planteada y lograda entre sus diversos componentes.
Más allá de sus logros específicos, este Lohengrin de nuestro tiempo sirvió para poner en la mesa de la discusión pública, de nuevo, la necesidad evidente de promover y difundir la ópera de cámara (sea la de hoy o la de otras épocas) no sólo como alternativa financieramente viable sino también por su propio mérito e interés. Como era de esperarse, la asistencia a las funciones del Lohengrin de Sciarrino fue magra; šlo que hubieran dado los participantes en el proyecto por haber tenido una fracción de las hordas que enloquecieron con la hilarante y pesadillesca versión de Aída presentada hace poco en Bellas Artes!
Es evidente que las prioridades siguen trastocadas. Por lo pronto, este fin de semana, en el mismo contexto, se presenta otra ópera de cámara, Séneca, de Marcela Rodríguez. Por las mismas razones, hay que verla, sin duda.
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