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México D.F. Sábado 4 de septiembre de 2004

Georg Brandes

Nietzsche: un ensayo sobre el radicalismo aristocrático

Friedrich Nietzsche, en vida, tuvo un intérprete a su altura. Se trata del escritor danés Georg Brandes, quien en su libro Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático plasma una visión vigorosa del gran pensador alemán. De ese testimonio inigualable y con autorización de la Editorial Sexto Piso, La Jornada ofrece un adelanto a sus lectores, así como un texto inédito del autor de Así hablaba Zaratustra.

En la literatura de la Alemania actual, Fridrich Nietzsche me parece el escritor más interesante. Aunque poco conocido, incluso en su patria, Nietzsche es un espíritu absolutamente de primer orden que merece por completo ser estudiado, discutido, combatido y asimilado. Entre sus otras muchas cualidades, posee la de estimular el entusiasmo y poner las ideas en movimiento.

Nietzsche ha escrito, durante 18 años, una serie de libros y folletos. La mayor parte de sus obras está compuesta de pensamientos notables, los cuales, sobre todo los más novedosos, los extrajo de los prejuicios morales. En este campo es donde se hará sentir su influencia de manera durable. Pero también ha tratado las cuestiones más diversas; ha escrito acerca de la civilización y de las mujeres; sobre la vida en sociedad y sobre la vida individual; sobre el Estado y la sociedad; sobre la lucha por la vida y sobre la muerte.

Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844; estudió filología; a partir de 1869 impartió esta disciplina en la Universidad de Basilea; trabó conocimiento con Richard Wagner e intimó apasionadamente con él; también intimó con el eminente historiador de la vida del Renacimiento, Jacob Burckhardt. La admiración y el afecto de Nietzsche por Burckhardt no se desmintieron jamás. Por el contrario, sus sentimientos hacia Wagner sufrieron un cambio radical en el transcurso de los años. Después de haber sido el heraldo del gran compositor, se convirtió en su adversario más apasionado. Nietzsche siempre fue músico con toda su alma; hasta se había ensayado en la composición con su obra Himno a la vida (coro y orquesta, 1888), y el trato con Wagner dejó profundas huellas que se manifiestan en sus primeros escritos. Pero la ópera Parsifal, con sus tendencias catolizantes y su celebración de los ideales ascéticos, manifestaciones antaño tan alejadas de este músico, llevó a Nietzsche a ver un peligro en el gran compositor, un enemigo, un fenómeno mórbido. Vistas a la luz de la última obra, todas las óperas anteriores se le aparecieron con un nuevo aspecto.

Durante su estancia en Suiza, Nietzsche se relacionó con una pléyade de gente interesante. Sin embargo, con tal tenacidad lo martirizaban crueles dolores de cabeza, que para él resultaban perdidos 200 días al año. Estas migrañas lo llevaron al borde del sepulcro. En 1879 tuvo que abandonar su cátedra de filología. Durante los años de 1882 a 1884 su salud mejoró, aunque con mucha lentitud; sus ojos padecieron siempre de una debilidad que lo amenazaba constantemente con la ceguera. Su salud precaria le imponía las precauciones más rigurosas en su modo de vivir y en la elección de los lugares para residir, que debían corresponder con ciertas condiciones climáticas. Con la mayor frecuencia posible pasaba los inviernos en Niza y los veranos en Sils María, en el alto valle de Engandina, en Suiza. Los años de 1887 y 1888 fueron extraordinariamente ricos en producciones; publicó un gran número de volúmenes de diversos géneros y preparó una serie de obras nuevas. Entonces, a finales de 1888, quizá por exceso de trabajo, le sobrevino una crisis violenta en su enfermedad, de la cual aún no se ha restablecido.

Como pensador, procede de Schopenhauer; en sus primeros escritos es francamente discípulo de éste. Pero después de varios años de silencio, durante los cuales ha vivido su primera crisis intelectual, reaparece liberado de todo carácter de discípulo. Entonces comienza un periodo de evolución, no tan intenso, ciertamente, en lo que a su vida intelectual se refiere, como por la audacia que muestra al expresar sus ideas. Esta evolución es rápida y potente; cada nuevo escrito marca una nueva etapa, y de este modo el pensador llega a concentrarse en un solo problema capital: el de los valores morales.

Desde sus primeras obras había atacado a David Strauss, protestando contra toda interpretación moral de la esencia del universo, y designando su lugar en el mundo de los fenómenos a nuestra moral, a la que encaraba, ya como falsa apariencia y desprecio, ya como adaptación y arte. Actualmente su producción literaria alcanza su punto culminante en un análisis de la génesis de las nociones morales. Por otra parte, Nietzsche ha tenido la intención y la esperanza de dar una crítica sistematizada de los valores morales, un examen del valor de estos valores (considerados como dados). La primera parte de la obra Umwerthung aller Werthe estaba lista en el momento en que cayó enfermo.

Fue a continuación de un panfleto juvenil y mordaz contra Strauss, con motivo de su Fe antigua y nueva, cuando Nietzsche hizo hablar de él por primera vez, lo cual no quiere decir, de ningún modo, que fue admirado. Dirige un ataque bastante descortés en sus expresiones, menos contra la primera parte reconstructiva, positiva. Sin embargo, este ataque no se dirige al último esfuerzo de un crítico grande, como a esa mediocridad archialemana, por la cual la palabra de Strauss era la última palabra de la cultura intelectual.

Habían transcurrido 18 meses desde la terminación de la guerra franco-alemana. Jamás las olas de orgullo nacional alemán habían sido tan altas. La celebración de la victoria se convertía en glorificación chovinista. La opinión pública quería que fuese la civilización alemana la que había vencido a Francia. Entonces se hizo oír una voz que decía:

Admitamos que realmente se hayan medido dos civilizaciones, una contra otra; esto no sería una razón para coronar a la civilización que ha sido victoriosa. Sería necesario, por lo menos, saber cuál era el valor de la vencida, y si este valor resultaba insignificante, como se nos afirma que era el de la civilización francesa. Además, es completamente vano hablar de una victoria de la civilización alemana porque, por una parte, la civilización francesa continúa existiendo y, por otra, los alemanes permanecen siempre bajo su dependencia. La disciplina, el valor natural, la resistencia, la obediencia de sus soldados, todos estos elementos que nada tienen que ver con la civilización, son los que han propiciado la victoria alemana. Pero, además, y sobre todo, la civilización alemana no ha conseguido ninguna victoria, por la sencilla razón de que hasta aquí Alemania no posee nada que pueda ser llamado civilización.

No obstante, un año después, el mismo Nietzsche había alimentado grandes esperanzas respecto al porvenir de Alemania; había contado con la liberación inminente de la dependencia de la civilización romana y su oído había escuchado los presagios más felices en la música alemana. La decadencia intelectual que le parecía, quizá con razón, que debía empezar inevitablemente con la creación del imperio, lo incitaba en aquel momento a dirigirse contra el sentimiento popular predominante, para desafiarlo sin consideración.

Nietzsche sostiene que la civilización se manifiesta, ante todo, bajo la forma de unidad de estilo a través de todas las manifestaciones de la vida de una nación. En cambio, el hecho de haber aprendido y de saber muchas cosas no constituye -y lo demuestra- ni un medio necesario para alcanzar una civilización verdadera, ni un signo de civilización; este hecho se aviene perfectamente con la barbarie, es decir, con la ausencia de todo estilo, con la mezcla confusa de todos los estilos. En una palabra, su tesis es que en una civilización de acá y de allá no se puede sujetar a ningún enemigo, y sobre todo un enemigo que, como el francés, posee desde hace mucho tiempo una civilización verdadera y fecunda, cualquiera que sea el valor que se le asigne.

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