México D.F. Viernes 3 de septiembre de 2004
José Cueli
El otro, el extranjero
En días recientes recibí un libro que llamó fuertemente mi atención por diversas razones. Primero, por la vigencia de la problemática que en él se aborda, la lucidez y agudeza de la forma en que está escrito y, además, por el afecto y admiración que siento por Fanny Blanck-Cereijido.
Compilado por Blanck-Cereijido y Pablo Yankelevich, el texto se titula El otro, el extranjero. Participan en él Roger Bartra, Fanny y Marcelino Cereijido, Mónica Szurmuk, Marcelo N. Viñar, Juan Vives Rocabert y Yankelevich.
Los autores parten de una interesante y acuciante reflexión que cito textualmente: ''La intolerancia, asiento de fundamentalismos, recorre nuestro mundo, donde la marginación y el racismo potencian una cultura del miedo a la diferencia, de pavor por aquello que se percibe como distinto. Distinto es el otro, y el otro es un enemigo. Al pensar la democracia, la cultura occidental generó una ética y un conjunto de 'reglas del tener razón': opinar, argumentar, disentir, apoyar, refutar, convencer, disuadir. Dicha cultura produjo también una ciencia que cuestionó las bases de un pensamiento mágico religioso sobre el cual se fundaron concepciones de superioridad de unos pueblos respecto a otros".
Desde diversas disciplinas, los autores tratan de mostrar ''el juego de refracciones entre un nosotros y los otros''.
Los compiladores señalan, desde la introducción, que se ha creado una cultura del miedo que impera a lo largo y ancho del planeta y que de ello se han derivado los fenómenos más irracionales y cruentos que hemos vivido en los años recientes, como las guerras ''preventivas" y los actos terroristas que se propagan día con día de manera alarmante.
Por ello vemos proliferar los debates y coloquios que se centran en reflexiones en torno de la otredad y la extranjería. A decir de ellos, y es una opinión que comparto ampliamente, ''identidad/otredad'' son conceptos que se oponen si se parte de un criterio binario absoluto, de carácter esencialista, que Jacques Derrida denomina logocentrismo.
El pensamiento de la deconstrucción planteado por el filósofo francés ha venido denunciando el privilegio de la voz sobre la escritura y ha cuestionado seriamente las secuelas del pensamiento aristotélico ''que se apoya en una lógica fundada en la exclusión y la polarización de las diferencias''.
Como se menciona en el prólogo del libro, Nietzsche y Freud habían cuestionado tales aseveraciones y el descubrimiento del inconsciente freudiano vino a cimbrar tan añejas creencias que de alguna forma resultaban muy convenientes para el libre ejercicio de un poder irrestricto y de un racismo y una injusticia aparentemente justificadas desde un insano uso del lenguaje como poder irrefutable.
De allí que el cuestionamiento que Derrida hace a la metafísica tradicional, cuya base es el logofonocentrismo, resulte un buen punto de partida para cuestionar, con fundamento, el abuso de poder obtusamente justificado por la diferencia.
Los autores parten de un pensamiento al parecer el más pertinente si es que algo se puede cambiar en este mundo enloquecido por el odio a lo difrerente. La riqueza de la propuesta derridiana, como se señala en el texto, ''es una noción que implica que la oposición identidad/diferencia puede no ser absoluta, es decir, que el extranjero y el autóctono comparten similitudes y diferencias comunes al género humano".
De allí que Derrida acuñe el neologismo différance para hacer referencia a la condición del logocentrismo y, al mismo tiempo, a su negación.
Bienvenido un brillante texto que, sin rodeos, se atreve a poner el dedo en la llaga, en el verdadero origen de la parafernalia mundial que presenciamos.
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