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México D.F. Viernes 3 de septiembre de 2004
MEMORIAS DE LA CIUDAD /
HISTORIA DE LAS VIAS DE COMUNICACION
El transporte, signo de la avasalladora evolución
de la capital de la República
El desarrollo de los vehículos de servicio privado
y público ha traído consigo la modernización de los
caminos. De las prehispánicas embarcaciones hemos pasado al uso
de potentes motores de combustión interna. Los canales y rústicas
calles empedradas se convirtieron en una extensa pero insuficiente alfombra
de asfalto, que ahora estará debajo de monumentales vialidades:
distribuidores y dobles pisos
JORGE LEGORRETA ESPECIAL
Desde hace casi siete siglos se han edificado en la ciudad
de México diversas vialidades para el transporte público.
De los canales prehispánicos por los cuales transitaban las canoas
-que se conservan en los territorios lacustres de Xochimilco- pasamos a
las calles empedradas para carretas jaladas por caballos, burros y mulas;
en el siglo XIX aparecieron sobre esas mismas calles vías de acero
para los primeros tranvías de vapor que unirían el Zócalo
con la Villa, que posteriormente serían sustituidos por los modernos
tranvías eléctricos.
En los primeros años del siglo XX, la piedra fue
cubierta por asfalto para dar paso a los coches movidos por combustión
interna, que compartieron las calles con tranvías y los primeros
autobuses denominados camiones. A mediados del siglo XX, y en pleno auge
del automóvil, se estrenaron los primeros viaductos, periféricos
y vías rápidas, entre las que hay que destacar dos: calzada
de Tlalpan y Viaducto, sin duda las obras viales mejor diseñadas
de la ciudad.
Con los famosos ejes viales (1979-1982) y la aparición
del Tren Ligero sobre calzada de Tlalpan (1986) desaparecieron los últimos
tranvías y se dio paso definitivo al predominio del automóvil
sobre el transporte colectivo. A partir de entonces, cada vez más
autos transitan por modernas vialidades rápidas, como los puentes
elevados, los pasos a desnivel y los circuitos interiores, aunque han logrado
sobrevivir algunos trolebuses por uno que otro eje vial.
A finales de los años 60 llegó el Metro,
con circulación por túneles subterráneos, vías
confinadas de superficie o bien sobre plataformas aéreas. Su extensión
-134 kilómetros en casi 40 años- no podrá competir
con la expansión de los peseros, que pasaron de los autos sedán
a las combis y de ahí a los microbuses y autobuses.
En 2003 y 2004 aparecieron modernas vialidades exclusivas
para automóviles, conocidas como los dobles pisos, a los que acompañan
algunas ciclopistas, la más importante es la construida sobre las
antiguas vías del ferrocarril a Cuernavaca. Se ha anunciado también
un nuevo servicio de transporte en carriles exclusivos denominado Metrobús;
la primera ruta será sobre la avenida de los Insurgentes y la recorrerá
desde los Indios Verdes a Copilco. Hagamos, pues, un breve recuento sobre
estos transitares por la ciudad de México.
Mitad agua y mitad tierra
"La
gran ciudad tiene muchas calles hermosas (...) mitad de tierra y otra mitad
de agua, de manera que salen por la parte de tierra y por la parte de agua
en sus canoas, que son de un madero socavado (...) algunos son tan grandes
que caben cómodamente hasta cinco personas. Los habitantes salen
a pasear, unos por agua, en estas barcas. Hay además otras calles
principales todas de agua, que no sirven más que para transitar
en barcas y canoas, pues sin estas embarcaciones no podrían entrar
a sus casas ni salir de ellas (El conquistador anónimo, 1529).
Durante toda la Colonia y hasta finales del siglo XIX
la navegación a 2 mil metros de altura continuó. Un abundante
tránsito lacustre unía el "puerto" de San Lázaro con
Chalco por el canal de la Viga. Antes de su desecación y entubamiento,
por ese canal miles de canoas cada día transportaban toneladas de
hortalizas y flores provenientes del sur que descargaban en los embarcaderos
de Santa Anita, Jamaica y Roldán, este último localizado
a sólo tres cuadras del Palacio Nacional. Los viajes para pasajeros,
que por lo general se hacían durante la noche, son narrados por
dos escritores de la época. Don Manuel Payno, en su célebre
novela Los bandidos de Río Frío, señala: "La
canoa tenía cinco toldos o divisiones que llamaremos camarotes,
divididos por dentro con una cortina de gruesa lona. Esto era un lujo;
las demás trajineras no usaban más que petates (...) un colchón
medianamente limpio llenaba el pavimento del camarote (...)" Madame Calderón
de la Barca, esposa del primer embajador de España en México,
en sus cartas sobre México, describió: "Embarcándonos
a eso de las siete de la noche en Chalco llegamos a las ocho de la mañana
del día siguiente".
Carretas, carruajes y tranvías
Durante más de 300 años en la ciudad de
México existieron carretas, carruajes y carrozas tiradas por animales.
Las había para virreyes, oidores, clérigos y demás
aristocracia novohispana, pero también para los miles de habitantes
que las usaban de transporte colectivo. Se calcula que para 1630 circulaban
por las estrechas calles empedradas alrededor de 15 mil vehículos,
los cuales, según los reglamentos, no podían "correr" a más
de 10 kilómetros por hora; si eran jaladas por dos mulas, dichas
carretas podían llevar 20 pasajeros sentados y 20 de pie, pero si
las jalaban cuatro mulas, podían llevar hasta 120, 60 sentados y
60 de pie (Los hombres del Metro, DDF, 1997).
Durante la primera mitad del siglo XIX la misma madame
Calderón de la Barca escribe que "la calzada que va de México
a San Agustín (actual Calzada de Tlalpan) se ve transitada por (...)
carruajes, diligencias, coches de alquiler, carros y carretelas (...) En
el paseo llamado de Bucareli se pueden ver dos largas filas de carruajes
(...) casi todos de una extraordinaria belleza".
En plena guerra de Reforma, en 1857, aparecieron sobre
las mismas calles empedradas los primeros tranvías sobre rieles
metálicos impulsados por mulitas; años después, los
de vapor, y finalmente, a finales del siglo XIX, los eléctricos,
que se extendieron para unir la ciudad con los pueblos suburbanos de La
Villa, Azcapotzalco, Mixcoac, San Angel y Tlalpan.
El vértigo de la velocidad
Hacia 1874, año en que se inauguró la vía
del ferrocarril que unió a la ciudad de México con el puerto
de Veracruz, la cual formaba parte de la ruta de tranvías que corrían
del Zócalo a la Villa, apareció una curiosa nota: "(...)
el acontecimiento más importante del año pasado (y quizá
de la década) fue la inauguración del Ferrocarril Mexicano
(FM) que comunica este gran puerto con la capital. El FM parte las aguas
del siglo XIX. En adelante la historia se escribirá AF (antes del
ferrocarril) o DF (después del ferrocarril ). Obra maestra de la
ingeniería, ha superado los increíbles obstáculos
opuestos por nuestro territorio a las comunicaciones. Aunque el presidente
Lerdo no quiere que nuevos caminos de hierro nos conecten con la frontera
norte -'entre México y Estados Unidos, el desierto', ha dicho- el
FM acelerará la vida del país a un grado que no podemos imaginarnos.
Quien no se ha subido al ferrocarril ignora lo que es el vértigo
de la velocidad. Un poeta popular, despreciado por los odiosos círculos
capitalinos de elogios mutuos, describió esta nueva sensación
en versos inmortales: 'Muerte ingrata, te puedo decir, pues al hombre la
existencia has quitado, ¿quién tuvo la gloria de haber volado
subiéndose en el ferrocarril? (...) Pascualito, yo no me quiero
morir, ésta es la mera verdad. ¡Viva, viva la libertad! ¡Ah
qué chulo, que chulo es el ferrocarril!'". (Tiempos de México,
SEP, 1982).
Para los primeros años del siglo XX aparecieron
sobre las calles asfaltadas los primeros automóviles, artefactos
emanados de las tecnologías petroleras que vendrían a conformar
las ciudades contemporáneas y, desde ese entonces, no han dejado
de crecer. En los pasados cien años la ciudad ha incorporado en
promedio 115 autos diarios, es decir, de mil automóviles en 1904
a 4 millones en 2004. Ello explica porque desde mediados del siglo XX casi
todos los presidentes y regentes en turno han dejado su huella en grandes
obras viales inauguradas durante su mandato. Destacan el Viaducto, en 1952,
durante el gobierno de Miguel Alemán; la calzada de Tlalpan, en
1958 (aunque fue inaugurado en 1960), con Adolfo Ruiz Cortines; el Periférico,
en 1964, con Adolfo López Mateos; el Circuito Interior, en 1976,
con Luis Echeverría, y los ejes viales, en 1982, con José
López Portillo.
En las siguientes administraciones, con excepción
de algunos puentes elevados, no se edificaron obras viales significativas;
fue 20 años después que el jefe del Gobierno del Distrito
Federal, Andrés Manuel López Obrador, continuó con
la labor.
En 2003, con el nombre de dobles pisos, fueron inaugurados
dos distribuidores viales, uno en Fray Servando Teresa de Mier y el otro
en la avenida San Antonio; el pasado 23 de agosto fue puesta en servicio
una extensión de este último sobre el Periférico.
A lo largo de su historia, nuestra ciudad, edificada a
más de 2 mil metros de altura sobre el nivel del mar, cuenta con
una extensa gama de vialidades y transportes acuáticos, aéreos
y superficiales, canales, calles, bulevares, avenidas, ejes viales y dobles
pisos, helicópteros, autos, motos, bicicletas, metros, trenes ligeros,
taxis y bicitaxis, camiones y peseros. Unos van otros vienen; unos desaparecen
y otros llegan; pero a pesar de siglos de destrucciones y modernidades,
el transporte de nuestros antepasados indígenas permanece inamovible:
las canoas, que aún transitan después de siete siglos por
los canales chinamperos del sur de la ciudad. Ojalá y los asfaltos
no extingan su existencia.
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