.. | México D.F. Lunes 30 de agosto de 2004
Con un plan de 20 puntos, López Obrador
lanzó su programa de gobierno para 2006
El Zócalo se llenó tres veces en la mayor
manifestación política de la historia
Un río humano de chilangos y provincianos inundó
Reforma y desbordó la Plaza de la Constitución
JAIME AVILES
Para
decirlo pronto, la de ayer fue la más grande manifestación
política de todos los tiempos: la gente llenó tres veces
el Zócalo a su máxima capacidad y como un río fuera
de madre inundó los seis carriles del Paseo de la Reforma (los de
ida y los de vuelta), los andadores de baldosas coloradas, las angostas
laterales y las calles paralelas. ¡Y eso que no la convocó
la televisión!
Rodeado por una apoteosis ambulante que lo acompañó
de principio a fin, Andrés Manuel López Obrador caminó
a lo largo de todo el recorrido, desde el edificio del Seguro Social, y
ya en la Plaza de la Constitución, donde escaseaba el oxígeno
para respirar de tantísimos pulmones que lo absorbían, lanzó
su programa de gobierno para el sexenio 2006-2012, con un plan de 20 puntos
que convoca a la transformación del país.
Aunque la marcha estaba citada a las 10 de la mañana,
los primeros contingentes -una masa de 12 mil tabasqueños- llegaron
a Chapultepec antes de las 7. Tres horas después, todavía
inerte, la columna abarcaba desde el cruce de Insurgentes y Reforma hasta
el Museo de Antropología, algo jamás visto, y a las 10:30,
en punto, cuando arrancó la procesión, otra multitud colmaba
el Zócalo en espera de los desfilantes.
Los habitantes de la ciudad de México salieron
por su propia cuenta y por cada perredista organizado, procedente de cualquiera
de los estados del país o de cualquier delegación capitalina,
había tres ciudadanos sin partido, mayoritariamente chilangos. Cohetones,
infinidad de pancartas y consignas de la más variada invención,
daban cuenta de la rabia de un pueblo ofendido, harto de la torpeza y las
mentiras, los ataques arteros, las calumnias sistemáticas y las
amenazas irresponsables del Presidente de la República, obstinado
en destruir el sistema electoral del país.
Por eso tantos versos espontáneos se cebaban en
él, como ése que desde temprano vibraba en el fondo de miles
de gargantas: ''¡Fox, Martita, al rancho pero ahorita!'' No había
lugar a dudas en las múltiples cartulinas que advertían:
''Si hay desafuero habrá guerra; no nos vamos a dejar ni nos vamos
a rajar''. Y eran incontables las playeras que reiteraban: ''Guerra quieren,
guerra tendrán''.
Un hombre, por ejemplo, ostentaba este conceptuoso mensaje:
''Millones de capitalinos elegimos a López Obrador. ¿Con
qué derecho ustedes, pelmazos, Fox y Macedo, quieren desaforarlo?''
Más allá, una manta panorámica evocaba a Pedro Infante
y ascendía al político tabasqueño a la categoría
de ídolo popular: ''Peje el Toro es inocente''.
Frente a la Alameda, otra enorme pancarta hacía
esta suma condenatoria: ''Presidencia + Gobernación + Madrazo +
diputados + PGR = delincuencia organizada''. Y por todas partes una camiseta
repetía como vacuna contra futuras campañas de desprestigio:
''Digan lo que digan, yo estoy con López Obrador''.
Recargado en el pedestal de una pequeña escultura
titulada Flor de fango, ante el Hemiciclo a Juárez, un muchacho,
no pobre sino misérrimo, sintetizaba el espíritu tragicómico
de la cultura nacional con esta gozosa sentencia: ''Yo, con López
Obrador aunque me lleve la chingada''. Y otros grupos avanzaban coreando:
''Por inepto y delincuente, desafuero al Presidente''.
¿Dónde está Cuauhtémoc?
Eran las 10:30 de la mañana cuando la multitud
empezó a caminar sin esperar la instrucción de nadie. Frente
a los leones de Chapultepec, los grupos de hombres y mujeres sin partido,
organizados en el Comité Ciudadano Coyoacanense, Proyecto Esperanza,
No al Desafuero, Frente Amplio Democrático y Plan de los Tres Puntos,
acompañados por representantes del foro oaxaqueño País
de la Esperanza, que cuenta con 4 mil afiliados en aquella entidad, comprendieron
que por colocarse al margen del Paseo de la Reforma no iban a incrustarse
nunca en la columna. Así que, haciendo fila india, se deslizaron
entre el gentío y hallaron acomodo atrás de los caballos
y los tractores de El Barzón.
Pero el contingente más feliz, sin duda, era el
de los 12 mil tabasqueños que, a bordo de 300 autobuses -300, leyó
usted bien, 70 de ellos procedentes del municipio de Macuspana, tierra
natal de López Obrador-, llegaron a la ciudad antes del amanecer.
Y cuentan que a lo largo de la carretera, en cada caseta de peaje, el gobierno
federal les abría un solo carril de modo que se tardaran 45 minutos
en cumplir con el trámite, para encontrarse con el mismo trato en
la siguiente caseta.
''A nosotros no nos pagaron por venir, ni nos dieron comida,
ni siquiera agua. Todo el alimento lo trajimos nosotros de nuestras casas.
Cada uno trajo su pushcagua (itacate en maya) con tamales de chipilín,
tortilla gruesa, pollo frito, chile amashito y chicharrón,
y su termo de pozol de chocolate'', contó una señora de Villahermosa,
mientras sus coterráneos bailaban al ritmo de un altavoz: ''Zazazá,
yacuzá yacuzá; zazazá, yacuzá yacuzá'',
aprovechando la letanía de La mesa que más aplauda,
para saludar a todos los estados de la República en tono de carnaval.
Esa, demostrar que no eran acarreados, como a esa
hora bramaban las cadenas de radio histéricas, era la preocupación
colectiva. López Obrador y sus tres hijos se incorporaron a la marcha,
cerca de los tabasqueños, y el peje de gobierno se colocó
entre Leonel Godoy y Pablo Gómez, flanqueado por los gobernadores
perredistas de Zacatecas, Michoacán y Baja California Sur, no así
por el de Tlaxcala. Y detrás de él se desplegaron los miembros
de su gabinete. En torno de todos estos personajes, la seguridad formó
una valla de ocho filas por delante y ocho por detrás, y las banquetas
se alborotaban a su paso con una mezcla de aplausos, porras, aullidos y
recomendaciones, como la de un señor que le aconsejó: ''Peje,
peje, no se apendeje''.
Más adelante, en el cruce de Insurgentes y Reforma,
ante el pedestal vacío del último emperador azteca, no faltó
quien preguntara: ''¿Dónde está Cuauhtémoc?'',
en velada referencia al ingeniero Cárdenas.
Batallones cívicos
Y aquí está lo nunca visto. A la altura
de la glorieta de Colón, Reforma era ya insuficiente. Numerosos
caminantes se desviaron a la Ciudadela a través de viejas y anchas
calles atiborradas de pared a pared, para llegar a la Alameda por Balderas
o continuar paralelamente por Victoria. Reintegrados a la avenida principal,
tuvieron que volver a desprenderse de la columna en Juárez y Eje
Central, para continuar por 5 de Mayo y 16 de Septiembre.
A medida que estos batallones cívicos mantenían
su avance a paso de torero por esas tres vías, quienes ya estaban
en el Zócalo tuvieron que salirse por detrás de Catedral
y Palacio Nacional, de manera que cuando López Obrador subió
al templete, donde lo aguardaba Eugenia León, que amenizaría
el acto, el Zócalo se había desbordado por segunda vez, mientras
la cola de la marcha se frenaba ante el edificio de la saqueada Lotería
Nacional y no volvería a moverse de allí hasta que los discursos,
en la megapantalla que los consolaba, hubiesen terminado.
Pero entonces el tono festivo, aguerrido, rabioso de la
manifestación, se convirtió en una reflexión colectiva,
antecedida por el breve saludo de Agustín Guerrero, líder
del PRD en el DF, y por la inacabable alocución de Leonel Godoy,
a quien la gente le silbó sin piedad para que abreviara su discurso.
Cuando López Obrador tomó la palabra, la gente esperaba sin
duda una lluvia de fuego retórico, pero ocurrió lo contrario.
Fue una lluvia de ideas.
Con suavidad, sin aspavientos, el gobernante capitalino
preguntó a la tupida alfombra de cabezas y sombreros y paraguas
que tapizaba el asfalto, si iba a escucharlo durante un largo rato, porque
mucho tenía que decir, y tras un trepidante ''¡Síii!'',
procedió a leer los 20 puntos de su plataforma de gobierno, en un
gesto que marca de hecho el inicio de su campaña presidencial.
Propuso continuar la obra de Morelos, Juárez, Madero,
Villa, Zapata y Lázaro Cárdenas, pero no cosechó ningún
aplauso masivo hasta el punto 6, cuando dijo que era imprescindible reconocer
los acuerdos de San Andrés. El entusiasmo reapareció en los
puntos 7 -dar pensión alimentaria a todos los ancianos del país-,
8 -quitar la pensión a los ex presidentes de México-, 12
-que las fuerzas armadas nunca más repriman las demandas de justicia
social-, 15 -que los migrantes dejen de ser atacados con balas de goma-,
y el más sentido por la multitud, el 19, que propone reducir el
pago del Fobaproa.
Todo ello para concluir con un llamado a forjar ''un nuevo
pacto social que construya soluciones'' y trazar el rumbo al señalar
que ''después de la alternancia democrática es la hora de
transformar el país''. Mareada la gente con tantas palabras, el
futuro candidato cruzó la plancha del Zócalo apretando miles
de manos, entró en su palacio, subió a su despacho y saludó
repetidas veces desde el balcón, mientras abajo le gritaban, como
el 14 de marzo: ''¡pre-si-dente!, ¡pre-si-dente!'' Y el asfalto
retumbaba en su centro al sonoro rugir de los cohetones.
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