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México D.F. Domingo 22 de agosto de 2004
Carlos Bonfil
Novo
""Quise escribir sobre el comportamiento del deseo". Este punto de partida de Jean Pierre Limosin, guionista y realizador de Novo, ofrece la primera clave de interpretación de una película compleja y perturbadora. Una versión francesa de Amnesia (Memento), de Christopher Nolan, pero menos una acuciosa exploración de la memoria y sus accidentes, y más el retrato de una pasión amorosa vivida intermitentemente, al capricho de lo que puede recordar el personaje central, Graham/Pablo (Eduardo Noriega), y de lo que está dispuesta a aceptar o a conquistar su compañera Irene (Anna Mouglalis).
Todo es un accidente en la vida de Graham: su nombre anglosajón, que ha remplazado el de Pablo; su residencia en Francia, en lugar de su natal Santander, en España; sus visitas al médico neurólogo, mismas que olvida al poco rato; la seducción de que es objeto por parte de una o varias mujeres; no sabe con quien se ha acostado, y qué podrá recordar al levantarse. Su única guía y asidero con el mundo real es una libreta en la que anota lo que acaba de hacer y lo que deberá hacer a la mañana siguiente, antes de perder la memoria de los últimos diez minutos, incesantemente, a un ritmo enloquecedor, con el único recurso de garabatear los muros y dispersar por doquier sus propias señas de orientación. Graham/Pablo es cada día un hombre nuevo, completamente novo.
Luego de un accidente el protagonista ha quedado con una perturbación crónica de la memoria. Y lo que podía ser un tema de comedia -un hombre encantador, súbitamente indefenso, a la merced de todos los deseos femeninos-, se convierte paulatinamente en un drama existencial del que sólo puede salvarse por el amor de Irene, la joven que ha decidido hacerse cargo de la memoria averiada y pensar por ambos, recordar y coordinarse juntos, hasta vencer la fatalidad. Como se ve, la propuesta es muy diferente de la de su referencia inevitable, Amnesia, aunque el resultado aquí no sea siempre afortunado.
Jean-Pierre Limosin, documentalista francés (estupendos reportajes sobre Kitano y Kiarostami), orientalista entusiasta, admirador del cine de Wong Kar-wai, autor también de varias cintas de ficción, entre la que destaca Tokio eyes, de 1998, es sobre todo un maestro del montaje y la eficacia visual. En Novo, la propuesta es original, pero la construcción dramática aparece vacilante y llena de cabos sueltos, de personajes secundarios más que difuminados, a menudo accesorios. Limosin se concentra en la pareja protagonista, y todo su entorno pierde credibilidad y sustancia. El mundo médico, el mundo laboral, el círculo de amigos, todo piezas sueltas de un rompecabezas donde priva el complot y el sabotaje, las traiciones y un desarrollo de thriller pseudocientífico poco convincente. Queda lo medular del asunto, lo que realmente importa al cineasta: la celebración del arrebato pasional como momento irremplazable, ajeno a la tiranía de la memoria y a la acumulación de evocaciones afectivas. El deseo, suficiente a sí mismo y limitado en el tiempo. Dice Irene a su amante: "Amar es poder construirse una historia, y tú eres incapaz de hacerlo". A los diez minutos, él habrá olvidado esa frase, y volverá a desearla en toda plenitud e inocencia, como si fuera de nuevo la primera vez. Este candor preside todas las escenas eróticas, los acoplamientos en éxtasis semiconsciente, los desnudos en un edén anterior a la culpa, los juramentos sentimentales condenados primero al olvido y luego a la repetición indispensable. Habrá que evocar también la confusión del personaje sin nombre definido, con gentilicio doble, acento muy marcado, extranjero para los demás y para sí mismo, y aquellas escenas notables, como su extravío en una estación de trenes, o su liberación gozosa en una playa. Novo, uno de los filmes más sugerentes, y novedosos, sobre la inocencia masculina. [email protected]
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