LETRA S
Agosto 5 de 2004
______
 
 
 
ls-cicatrices Las huellas de la masculinidad

Las expectativas sociales respecto a los varones, la competencia entre éstos, las exigencias de los grupos de amigos y la necesidad inducida de probar que se es "macho", lleva a los hombres de cualquier edad a asumir hábitos no saludables y conductas temerarias, que se traducen en lesiones, enfermedades y muertes. El presente reportaje pone el énfasis en un aspecto escasamente estudiado en la construcción de la identidad de género: la presencia de cicatrices en el cuerpo, que para los hombres son motivo de orgullo y para las mujeres historias de dolor.

Antonio Contreras

En mayo pasado, la revista New Scientist publicó que los hombres tienen más probabilidad de morir antes que las mujeres a cualquier edad, pero especialmente entre los 20 y 24 años, cuando el gusto por las emociones fuertes, la velocidad y las actividades riesgosas alcanza su punto máximo. En esas edades, la tasa de mortalidad para los hombres es casi tres veces más alta que para las mujeres, y sus principales causas son accidentes, homicidios, cirrosis hepática, suicidios y VIH/sida.

Las diferencias entre las causas de morbilidad y mortalidad entre varones y mujeres no son naturales, sino consecuencia de los modelos de identidad genérica que los hombres aprenden y no se cuestionan. En la mayoría de las culturas se enseña a los muchachos a volverse hombres soportando el dolor y ocultando sus emociones para ganarse la admiración de las mujeres y el respeto de sus iguales. No por nada una de las fantasías infantiles más comunes es la de llegar a ser bomberos o policías "cuando sea grande", profesiones revestidas del mito del héroe.

Margarita Reza, en su texto En defensa de la masculinidad, apunta que un factor importante en el repertorio masculino es la presencia de cicatrices en el cuerpo, ya que cada una de ellas demuestra la forma en como libró la muerte, que en la mayoría de los casos les proporciona una historia que contar. Este hecho responde a que el rol masculino está basado en el "mito del héroe", es decir, el varón busca vivir arriesgadamente, abusando, una y otra vez, de su cuerpo y salud, con la idea de que posteriormente pueda contarlo él mismo u otras personas.

Si se pregunta a los hombres si están orgullosos de sus cicatrices, contestan que no, pero si se les interroga sobre la forma en que las obtuvieron se entusiasman y rememoran detalladamente el hecho. Agustín se resistió a ser asaltado. Con las ventanillas del coche abajo, el estéreo a todo volumen, apenas se dio cuenta cuando en un alto dos hombres lo amenazaron con una pistola. Impulsivo, Agustín aceleró. No sintió la bala que le perforó el tórax, sólo el líquido caliente que le empapaba la camisa. Siguió manejando hasta llegar a un hospital donde, en el momento de ser atendido, se desmayó. Salvó la vida, pero lo más importante para él, se convirtió en héroe. De esa aventura ha transcurrido más de un año y las veces que la ha contando son más de 20. La primera, a los 15 días de haber sido dado de alta. Su madre le organizó una comida con sus amigos para agradecerle a éstos su preocupación. Las preguntas surgieron y Agustín, henchido de orgullo, mostraba la cicatriz de la operación una y otra vez al tiempo que daba detalles de la odisea. Aún sigue contando su historia a quien quiera escucharlo.
 
 

"Siempre fui el más cabrón"

En su artículo Los procesos educativos como recurso para cuestionar modelos hegemónicos masculinos, Juan Guillermo Figueroa Perea afirma que existe una especie de "machómetro" que calibramos colectivamente, pero que nadie sabe bien a bien cuáles son sus categorías ni cuáles sus estándares. "Al parecer --dice-- todos los hombres nos vigilamos mutuamente y aparentamos cumplir con un cierto estándar, que no siempre es tan evidente en qué consiste. Por esta razón, inventamos una cantidad impresionante de situaciones que decimos haber vivido, porque es una manera de justificarnos como varones." Agrega que muchos de los accidentes y homicidios surgen de la exposición intencional a situaciones de riesgo, legitimada por un estereotipo de la masculinidad.

"Los varones --prosigue-- creemos que hay que ser héroes y tener historias que contar para poder legitimarnos como tales. Una de las formas de contar historias es exponerse a peligros y luego platicar de los peligros que sobrevivimos. La expresión de los peligros que sobrevivimos encierra en sí mismo el dramatismo de la experiencia, porque es obvio que de los que no sobrevivimos no hay muchas historias qué contar. Lo que ha demostrado el mito del héroe, por ejemplo, al hacer estudios antropológicos sobre la construcción masculina de los cuerpos, es cómo los varones presumimos de nuestras cicatrices, pero no de las que nos hacemos accidentalmente, sino de las cicatrices que supuestamente nos hicimos por sobrevivir situaciones riesgosas; fuimos tan valientes que vivimos tal situación de riesgo, la sobrevivimos y por eso tenemos historias que contar."

Cuestionado por las quemaduras de cigarro que luce en la palma de su mano y antebrazo, Mario niega haber sido un niño maltratado. Afirma que en su adolescencia, vivida en su natal Sinaloa, acostumbraba competir en carreras de motocicletas. El perdedor debía apagarse lentamente un cigarro en la parte del brazo que eligiera. Pero cuando no eran las carreras, se infligían las quemaduras sólo para ver quién aguantaba más tiempo "sin chillar". Mario muestra las 17 cicatrices de quemaduras, a más de diez años de que se las hizo, y repite ufano: "siempre fui el más cabrón".

Algunos autores califican estas actitudes como "negligencia suicida", dado que se usa y abusa del cuerpo sin los mínimos cuidados, además de que cualquier atención hacia él se percibe como muestra de debilidad y de fragilidad.

De acuerdo con su experiencia en la conducción de talleres de salud y género, Benno de Keijzer ha encontrado que los hombres son particularmente reacios a hablar de ellos mismos en grupos mixtos de discusión, donde se expresan libremente sobre aspectos teóricos, pero tienen grandes dificultades para hablar sobre sus sentimientos e historias personales. Sin embargo, en la dinámica "Una historia en cada cicatriz"1, los hombres se muestran entusiastas al contar sus historias. Allí hablan de sus accidentes como resultado de tomar riesgos, de transgresiones y de violencia. La mayoría de las historias, aunque están acompañadas de recuerdos de dolor físico y emocional, son narradas de manera un tanto divertida. Esto es, a pesar del dolor, la mayoría de los hombres sienten sus cicatrices como si fueran medallas de honor. Incluso alguien se refirió a sus cicatrices como "bonitas" y "bien hechas".

Uno de los participantes en esos talleres contó: "En una final de básquetbol, mi equipo iba ganando. El balón estaba en disputa, yo lo gané y de recuerdo tengo una bella cicatriz en la ceja." Otro participante, sin aventura que narrar, confesó: "La cicatriz de mi brazo izquierdo me la hice con un cuchillo, sólo para sentir algo."
 
 

Cicatrices femeninas, historias de dolor

Juan Guillermo Figueroa señala que algunas capacidades y dinamismos básicos como la sexualidad se convierten en recurso de competencia con los demás, en objeto de constantes calificaciones y en práctica obligatoria para legitimarse como varones, dentro del estereotipo dominante, panorama que se vuelve más complejo cuando se identifican las formas en que muchos varones viven su relación con el proceso de salud-enfermedad y cómo aprenden a cuidar o descuidar de su cuerpo y los cuerpos de las personas con las que tienen vínculos cotidianamente. Asegura que de acuerdo con estudios sobre causas de morbilidad y muerte de los varones de muchos grupos sociales y diferentes contextos nacionales, se encuentra que a partir de la adolescencia empiezan a emerger como principales causas de muerte los accidentes, los homicidios, la cirrosis hepática y en algunos contextos el VIH/sida, mientras que en otros también los suicidios. Muchas de esas prácticas, continúa, son distintas en el caso de las mujeres y ello no se explica por diferencias fisiológicas, sino por procesos de aprendizaje social diferenciados en función del sexo biológico.

Al respecto, Benno de Keijzer apunta que al contrario de los hombres, las cicatrices de las mujeres son resultado invariablemente de agresiones (por lo general de hombres) y de intervenciones quirúrgicas más que de la transgresión. Las mujeres, dice, no muestran sus cicatrices con orgullo, pues las asocian con historias de dolor.

Miguel Lorente Acosta, de la Universidad de Granada, en su ensayo Masculinidad y violencia: características diferenciales de la agresión del hombre a la mujer, escribe que el objetivo de la violencia de los hombres hacia las mujeres es dejar bien claro a éstas quién mantiene la autoridad en la relación y cuál debe ser el papel que debe jugar cada uno en ella. Muchas veces, concluye, la agresión busca la producción de heridas que dejen importantes cicatrices para que recuerde cada vez que se mire los motivos y circunstancias bajo las que se produjeron.

Pero aun cuando no sean producto de la violencia masculina, las cicatrices femeninas, por mínimas que sean, son objeto de vergüenza, ya que las mujeres, según los roles tradicionales de género, están obligadas a ser bellas, además de obedientes. De pequeña, Alejandra se machucó el dedo anular con una puerta. Se le rompió la uña, que jamás se regeneró. Tenía entonces 8 años y no le importó, pero cuando entró en la adolescencia, se le convirtió en un trauma, por lo que empezó a usar uñas postizas, que no se quita salvo cuando nadie la ve. Como ella, la mayoría de las mujeres oculta sus cicatrices, que tampoco adquirieron por asumir conductas riesgosas, sino por cumplir con sus "deberes", es decir, en el ámbito doméstico.

A ellas no se les aplauden ni envidian sus cicatrices. Peor aún, son víctimas de las conductas masculinas, pues el hecho de correr riesgos se manifiesta inclusive en la salud reproductiva, porque habitualmente los varones no se protegen, ni tampoco protegen a sus parejas del riesgo de transmisión de enfermedades.
 
 

1 Benno de Keijzer, Emma María Reyes, Olivia Aguilar, Gisela Sánchez y Gerardo Ayala. "Constructing New, Gender-Equitable Identities: Salud y Género's Work in México", en Three case studies: involving men to address gender inequities, Interagency Gender. Working Group, julio 2003.