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Las huellas
de la masculinidad
Las expectativas sociales respecto a los varones, la
competencia entre éstos, las exigencias de los grupos de amigos
y la necesidad inducida de probar que se es "macho", lleva a los hombres
de cualquier edad a asumir hábitos no saludables y conductas temerarias,
que se traducen en lesiones, enfermedades y muertes. El presente reportaje
pone el énfasis en un aspecto escasamente estudiado en la construcción
de la identidad de género: la presencia de cicatrices en el cuerpo,
que para los hombres son motivo de orgullo y para las mujeres historias
de dolor.
Antonio Contreras
En mayo pasado, la revista New Scientist
publicó que los hombres tienen más probabilidad de morir
antes que las mujeres a cualquier edad, pero especialmente entre los 20
y 24 años, cuando el gusto por las emociones fuertes, la velocidad
y las actividades riesgosas alcanza su punto máximo. En esas edades,
la tasa de mortalidad para los hombres es casi tres veces más alta
que para las mujeres, y sus principales causas son accidentes, homicidios,
cirrosis hepática, suicidios y VIH/sida.
Las diferencias entre las causas de morbilidad y mortalidad
entre varones y mujeres no son naturales, sino consecuencia de los modelos
de identidad genérica que los hombres aprenden y no se cuestionan.
En la mayoría de las culturas se enseña a los muchachos a
volverse hombres soportando el dolor y ocultando sus emociones para ganarse
la admiración de las mujeres y el respeto de sus iguales. No por
nada una de las fantasías infantiles más comunes es la de
llegar a ser bomberos o policías "cuando sea grande", profesiones
revestidas del mito del héroe.
Margarita Reza, en su texto En defensa de la masculinidad,
apunta que un factor importante en el repertorio masculino es la presencia
de cicatrices en el cuerpo, ya que cada una de ellas demuestra la forma
en como libró la muerte, que en la mayoría de los casos les
proporciona una historia que contar. Este hecho responde a que el rol masculino
está basado en el "mito del héroe", es decir, el varón
busca vivir arriesgadamente, abusando, una y otra vez, de su cuerpo y salud,
con la idea de que posteriormente pueda contarlo él mismo u otras
personas.
Si se pregunta a los hombres si están orgullosos
de sus cicatrices, contestan que no, pero si se les interroga sobre la
forma en que las obtuvieron se entusiasman y rememoran detalladamente el
hecho. Agustín se resistió a ser asaltado. Con las ventanillas
del coche abajo, el estéreo a todo volumen, apenas se dio cuenta
cuando en un alto dos hombres lo amenazaron con una pistola. Impulsivo,
Agustín aceleró. No sintió la bala que le perforó
el tórax, sólo el líquido caliente que le empapaba
la camisa. Siguió manejando hasta llegar a un hospital donde, en
el momento de ser atendido, se desmayó. Salvó la vida, pero
lo más importante para él, se convirtió en héroe.
De esa aventura ha transcurrido más de un año y las veces
que la ha contando son más de 20. La primera, a los 15 días
de haber sido dado de alta. Su madre le organizó una comida con
sus amigos para agradecerle a éstos su preocupación. Las
preguntas surgieron y Agustín, henchido de orgullo, mostraba la
cicatriz de la operación una y otra vez al tiempo que daba detalles
de la odisea. Aún sigue contando su historia a quien quiera escucharlo.
"Siempre fui el más cabrón"
En su artículo Los procesos educativos como
recurso para cuestionar modelos hegemónicos masculinos, Juan
Guillermo Figueroa Perea afirma que existe una especie de "machómetro"
que calibramos colectivamente, pero que nadie sabe bien a bien cuáles
son sus categorías ni cuáles sus estándares. "Al parecer
--dice-- todos los hombres nos vigilamos mutuamente y aparentamos cumplir
con un cierto estándar, que no siempre es tan evidente en qué
consiste. Por esta razón, inventamos una cantidad impresionante
de situaciones que decimos haber vivido, porque es una manera de justificarnos
como varones." Agrega que muchos de los accidentes y homicidios surgen
de la exposición intencional a situaciones de riesgo, legitimada
por un estereotipo de la masculinidad.
"Los varones --prosigue-- creemos que hay que ser héroes
y tener historias que contar para poder legitimarnos como tales. Una de
las formas de contar historias es exponerse a peligros y luego platicar
de los peligros que sobrevivimos. La expresión de los peligros
que sobrevivimos encierra en sí mismo el dramatismo de la experiencia,
porque es obvio que de los que no sobrevivimos no hay muchas historias
qué contar. Lo que ha demostrado el mito del héroe, por ejemplo,
al hacer estudios antropológicos sobre la construcción masculina
de los cuerpos, es cómo los varones presumimos de nuestras cicatrices,
pero no de las que nos hacemos accidentalmente, sino de las cicatrices
que supuestamente nos hicimos por sobrevivir situaciones riesgosas; fuimos
tan valientes que vivimos tal situación de riesgo, la sobrevivimos
y por eso tenemos historias que contar."
Cuestionado por las quemaduras de cigarro que luce en
la palma de su mano y antebrazo, Mario niega haber sido un niño
maltratado. Afirma que en su adolescencia, vivida en su natal Sinaloa,
acostumbraba competir en carreras de motocicletas. El perdedor debía
apagarse lentamente un cigarro en la parte del brazo que eligiera. Pero
cuando no eran las carreras, se infligían las quemaduras sólo
para ver quién aguantaba más tiempo "sin chillar". Mario
muestra las 17 cicatrices de quemaduras, a más de diez años
de que se las hizo, y repite ufano: "siempre fui el más cabrón".
Algunos autores califican estas actitudes como "negligencia
suicida", dado que se usa y abusa del cuerpo sin los mínimos cuidados,
además de que cualquier atención hacia él se percibe
como muestra de debilidad y de fragilidad.
De acuerdo con su experiencia en la conducción
de talleres de salud y género, Benno de Keijzer ha encontrado que
los hombres son particularmente reacios a hablar de ellos mismos en grupos
mixtos de discusión, donde se expresan libremente sobre aspectos
teóricos, pero tienen grandes dificultades para hablar sobre sus
sentimientos e historias personales. Sin embargo, en la dinámica
"Una historia en cada cicatriz"1, los hombres se muestran
entusiastas al contar sus historias. Allí hablan de sus accidentes
como resultado de tomar riesgos, de transgresiones y de violencia. La mayoría
de las historias, aunque están acompañadas de recuerdos de
dolor físico y emocional, son narradas de manera un tanto divertida.
Esto es, a pesar del dolor, la mayoría de los hombres sienten sus
cicatrices como si fueran medallas de honor. Incluso alguien se refirió
a sus cicatrices como "bonitas" y "bien hechas".
Uno de los participantes en esos talleres contó:
"En una final de básquetbol, mi equipo iba ganando. El balón
estaba en disputa, yo lo gané y de recuerdo tengo una bella
cicatriz en la ceja." Otro participante, sin aventura que narrar, confesó:
"La cicatriz de mi brazo izquierdo me la hice con un cuchillo, sólo
para sentir algo."
Cicatrices femeninas, historias de dolor
Juan Guillermo Figueroa señala que algunas capacidades
y dinamismos básicos como la sexualidad se convierten en recurso
de competencia con los demás, en objeto de constantes calificaciones
y en práctica obligatoria para legitimarse como varones, dentro
del estereotipo dominante, panorama que se vuelve más complejo cuando
se identifican las formas en que muchos varones viven su relación
con el proceso de salud-enfermedad y cómo aprenden a cuidar o descuidar
de su cuerpo y los cuerpos de las personas con las que tienen vínculos
cotidianamente. Asegura que de acuerdo con estudios sobre causas de morbilidad
y muerte de los varones de muchos grupos sociales y diferentes contextos
nacionales, se encuentra que a partir de la adolescencia empiezan a emerger
como principales causas de muerte los accidentes, los homicidios, la cirrosis
hepática y en algunos contextos el VIH/sida, mientras que en otros
también los suicidios. Muchas de esas prácticas, continúa,
son distintas en el caso de las mujeres y ello no se explica por diferencias
fisiológicas, sino por procesos de aprendizaje social diferenciados
en función del sexo biológico.
Al respecto, Benno de Keijzer apunta que al contrario
de los hombres, las cicatrices de las mujeres son resultado invariablemente
de agresiones (por lo general de hombres) y de intervenciones quirúrgicas
más que de la transgresión. Las mujeres, dice, no muestran
sus cicatrices con orgullo, pues las asocian con historias de dolor.
Miguel Lorente Acosta, de la Universidad de Granada, en
su ensayo Masculinidad y violencia: características diferenciales
de la agresión del hombre a la mujer, escribe que el objetivo
de la violencia de los hombres hacia las mujeres es dejar bien claro a
éstas quién mantiene la autoridad en la relación y
cuál debe ser el papel que debe jugar cada uno en ella. Muchas veces,
concluye, la agresión busca la producción de heridas que
dejen importantes cicatrices para que recuerde cada vez que se mire los
motivos y circunstancias bajo las que se produjeron.
Pero aun cuando no sean producto de la violencia masculina,
las cicatrices femeninas, por mínimas que sean, son objeto de vergüenza,
ya que las mujeres, según los roles tradicionales de género,
están obligadas a ser bellas, además de obedientes. De pequeña,
Alejandra se machucó el dedo anular con una puerta. Se le rompió
la uña, que jamás se regeneró. Tenía entonces
8 años y no le importó, pero cuando entró en la adolescencia,
se le convirtió en un trauma, por lo que empezó a usar uñas
postizas, que no se quita salvo cuando nadie la ve. Como ella, la mayoría
de las mujeres oculta sus cicatrices, que tampoco adquirieron por asumir
conductas riesgosas, sino por cumplir con sus "deberes", es decir, en el
ámbito doméstico.
A ellas no se les aplauden ni envidian sus cicatrices.
Peor aún, son víctimas de las conductas masculinas, pues
el hecho de correr riesgos se manifiesta inclusive en la salud reproductiva,
porque habitualmente los varones no se protegen, ni tampoco protegen a
sus parejas del riesgo de transmisión de enfermedades.
1 Benno de Keijzer, Emma María Reyes, Olivia
Aguilar, Gisela Sánchez y Gerardo Ayala. "Constructing New, Gender-Equitable
Identities: Salud y Género's Work in México", en Three
case studies: involving men to address gender inequities, Interagency Gender.
Working Group, julio 2003. |