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México D.F. Miércoles 4 de agosto de 2004
Carlos Martínez García
Un caso para el rector De la Fuente
El fin de semana pasado fue de contrastes en miles de familias mexicanas. La causa fue que se dieron a conocer los resultados del examen de ingreso a bachillerato. En unos hogares hubo celebraciones, y hasta con orgullo se tomaba la iniciativa para informar a familiares y amigos de que el o la joven de casa había obtenido buenos resultados. En otros campeó la tristeza, un sentido de fracaso, señalamiento de responsables por haber quedado al margen de la opción deseada y acusaciones de manipulación en las calificaciones.
La discusión entre especialistas acerca de si el examen único de ingreso al bachillerato en la Zona Metropolita de la Ciudad de México es la mejor opción para acceder a este nivel de escolaridad se recrudece en estos días. Desmenuzar el qué, por qué, y el cómo las instituciones educativas realizan o debieran realizar sus funciones tiene que ser un debate permanente en una sociedad plural y cambiante. Nada más lo apunto y paso a describir un caso en el que para decidir dónde continuar la escolarización de un adolescente inciden cuestiones que distorsionan la elección en perjuicio del estudiante. Antes iré un poco más atrás en el tiempo.
En mi caso, como en el de tantísimos otros mexicanos, continuar mis estudios al terminar la secundaria fue un proceso por el que debí transitar solo, y no por falta de voluntad paterna/materna, sino porque él y ella consideraban que podían orientarme muy poco porque nada más estudiaron la primaria. Proveniente de un hogar obrero, quedé maravillado desde el primer día que ingresé al bachillerato de la UNAM. Hasta antes las distancias recorridas cotidianamente no iban más allá de los límites de mi colonia, mis relaciones de amistad eran exclusivamente con varones, por la sencilla razón de que la primaria y secundaria, públicas por supuesto, a las que asistí fueron de las últimas en la ciudad de México en abrir sus puertas a las mujeres. Súbitamente, en el bachillerato unamita tuve que cruzar muchas fronteras nunca antes siquiera imaginadas en mi círculo geográfico conformado por las colonias Obrera y Doctores del Distrito Federal. Al entrar a la UNAM en muchos sentidos tuve mi camino a Damasco, fue un deslumbrante descubrimiento.
En el ciclo de bachillerato hice entrañables y fraternales amigos y amigas; el grupo tenía en común que prácticamente todos sus integrantes éramos de familias obreras, estábamos adquiriendo la pasión por la lectura, compartíamos una experiencia que nos hermanó de corazón por la cual, más que hermanos, nos sentíamos carnales, y con la insolencia de la edad acometíamos proyectos intrépidos.
Una tarde lluviosa, ya empezaba la noche, llegó a ese círculo un personaje singular. Estábamos en una casa discutiendo sobre una lectura a la luz de las velas, y no por esoterismo, sino porque se había interrumpido la luz eléctrica, y tras de otro integrante del grupo iba alguien alto, con un abrigo largo como de militar y cabellera al hombro. De manera paulatina se integró a las actividades de la comunidad, cuyos integrantes continuaron estudios en distintas escuelas y facultades de la UNAM.
Con el paso de los años a los hijos de quienes conformaron aquel grupo les ha ido tocando hacer la elección sobre dónde continuar sus estudios después de la secundaria. Esta vez tocó el turno al primogénito de mi amigo. al que conocí en un ambiente parecido al de una catacumba. Su hijo, un adolescente brillante, obtuvo excelentes resultados en el examen y fue admitido en su primera opción: Preparatoria 9. Le di sentidas felicitaciones al padre porque uno más de los retoños del clan delirante ingresaba a la bendita UNAM. Con pesar me dijo que no sería así, porque no obstante que su hijo tuvo 113 aciertos en la prueba, la familia andaba buscando una beca en una escuela privda y el muchacho no ejercería su derecho tan legítimamente ganado para ser unamita. Me comentó que en la prepa 9 hay un fuerte grupo de porros que amedrentan continuamente a los estudiantes y que en los alrededores de la escuela suceden continuos asaltos y agresiones a los preparatorianos, "y ya ves que mi chavo es muy tranquilo y pacifista", fueron sus palabras. Compartió conmigo varios casos de personas conocidas suyas con hijos en esa prepa que han padecido atracos y otros abusos dentro y fuera de la escuela.
Rector Juan Ramón de la Fuente, Ƒno le parece triste que un estudiante brillante se pierda de la maravillosa experiencia escolar y existencial que significa estar en la UNAM? ƑNo es igualmente desalentador que nuestra querida universidad ahuyente, por motivos extraescolares, a estudiantes como él? El caso se complica porque la familia no tiene recursos suficientes para cubrir la colegiatura en una escuela privada. Pero nuestra alma mater, madre generosa y engendradora de sueños y visiones, puede hacer algo mejor por el hijo de mi amigo, y por muchos otros(as) que pueden estar en la misma situación: reforzar todo aquello que signifique un entorno adecuado para que puedan estudiar libres de miedos en la escuela que eligieron. Hay que unir todas las voluntades y esfuerzos para que esto sea posible.
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