EL ETERNO CONFLICTO |
2 de agosto de 2004 |
Avi Temkin, Jerusalén
La guerra de Irak fue, quizás, un conflicto petrolero. Para las potencias económicas, el petróleo es el líquido relevante del Medio Oriente. Pero para los habitantes de la región, el agua es uno de los factores que determinará su destino. De hecho, la paz y la estabilidad no serán posibles sin que se resuelva la endémica escasez de agua y las periódicas crisis que afectan a los centros urbanos y agrícolas de los países de la zona. En la base de la crisis hídrica hay razones demográficas y económicas. La población crece a ritmo promedio de 2 por ciento anual, pero en los países más afectados por la escasez Jordania, Cisjordania y Gaza y Siria, la tasa es mayor de 3 por ciento. En 10 años la población crecerá más de 20 por ciento, para alcanzar casi 389 millones de personas (incluyendo Egipto). Medio Oriente depende, en lo que respecta al abastecimiento de agua, de cinco ríos, el sistema hidrológico alrededor de ellos y las lluvias que llenan los acuíferos y lagos. Tal sistema es internacional y de hecho cuatro de esos ríos, Nilo, Tigris, Eufrates y Jordán, cruzan las fronteras entre países. Sólo el pequeño río Litani, en el sur de Líbano, puede darse el lujo de llamarse río enteramente nacional. Nada ejemplifica mejor las circunstancias de las crisis y los conflictos que el caso de las aguas del Jordán y su sistema hidrológico. Cuatro países participan de este sistema: Israel, Jordania, Siria y Líbano. A ellos hay que agregar el territorio Palestino en la franja occidental del Jordán, ocupada por Israel desde 1967. El desarrollo económico israelí, el crecimiento de la población en los distintos países y una política de precios subsidiados han creado una situación de perpetua crisis y constantes sequías. El déficit que se prevé en la región en cinco años llegará a más de 700 millones de metros cúbicos, y en 15 años crecerá la falta de agua en más de mil 200 millones de metros cúbicos. La escasez y la crisis deben ser vistas en el contexto del conflicto palestino-israelí, así como de la ocupación militar de Cisjordania. Las políticas israelíes de colonización de este último territorio han resultado en una situación en la que tierra y agua son canalizadas a las colonias judías. El consumo per cápita de agua para los israelíes es de 320 metros cúbicos, 10 veces más que para los palestinos. Si aunamos a eso el subsidio al agua usada en la agricultura israelí (casi 60 por ciento del consumo total de agua en el país), se puede entender la envergadura del problema, y lo que debería ser su solución. De hecho el problema del agua en Medio Oriente requiere una solución internacionalista basada en la planeación regional, la distribución de acuerdo con necesidades de largo plazo, el desarrollo de políticas de recuperación, proyectos de desalinización de agua de mar y el desarrollo de una agricultura con menores insumos hídricos. En este marco se podría llegar a acuerdos regionales, en los cuales, por ejemplo, la agricultura palestina encontraría su mercado en Israel, sustituyendo a parte de la agricultura israelí. Proyectos de desalinización a escala regional serían utilizados para establecer un abasto que cubra las necesidades, pero eso requerirá no sólo de financiamiento internacional, sino también una política de precios que induzca el uso racional del agua en una situación de aguda escasez. La realidad, sin embargo, está muy lejana de la solución internacionalista. En lo que respecta al líquido, todos prefieren perecer separados a sobrevivir juntos. El nacionalismo del agua está fuertemente ligado a los conflictos y los enfrentamientos regionales, y no sólo entre israelíes y palestinos. Hablar de una solución al respecto para la región es también tomar en cuenta la posibilidad de una integración regional que cubra a Siria, Irak y Turquía. La última cuenta con recursos hidrológicos que la ponen en una envidiable situación respecto a los países de la zona. Sin embargo, Turquía podría ser una de las claves para crear una nueva región, exportando agua a países con escasez. Para esto es necesaria una visión de la región como unidad económica y no como área en perpetuo enfrentamiento. La misma respuesta puede ser ofrecida a la crisis que ha de llegar al sur de Medio Oriente, entre Egipto, Sudán y Etiopía. Históricamente la población de Egipto se ha concentrado en el delta del Nilo, dependiendo de este río casi totalmente. Sólo 3 por ciento de la tierra en Egipto es arable, y el problema de escasez ha de agravar la crisis. Por eso el crecimiento poblacional presenta un reto estratégico para el gobierno egipcio. Para enfrentarlo es necesario encontrar nuevas zonas que puedan ofrecer empleo a la población que no puede ya sobrevivir económicamente en las áreas tradicionales. El problema es que cualquier alternativa requiere agua, la cual sólo puede ser encontrada al lado del Nilo, y cada vez en cantidades decrecientes. Etiopía, Sudán y Egipto comparten el Nilo, y sólo una planificación regional, cooperativa y con financiamiento internacional y una política racional de usos pueden evitar el agotamiento, la contaminación y los daños al sistema hidrológico. Tarde o temprano las poblaciones de Medio Oriente enfrentarán una crisis de agua que ponga de relieve la necesidad del internacionalismo, la cooperación a través de las fronteras y la creación de organismos supranacionales que sean responsables de la política de recursos hidrológicos. Tarde o temprano el mundo tendrá que entender que es necesario el financiamiento de proyectos de infraestructura, mucho más que periódicas misiones de rescate o ayuda, a refugiados de guerras, sequías o desastres climatológicos. Ello
supone, por supuesto, que deben resolverse los conflictos nacionales y
que la racionalidad ha de imponer sus condiciones. Siendo éste
Medio
Oriente, suponer la racionalidad siempre es un riesgo. Por otro lado,
la alternativa es tan mala que quizás fuerce a todos a ser un
poco
utópicos § |