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Obituario   - NUEVO -
C O N T R A P O R T A D A
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México D.F. Domingo 1 de agosto de 2004

MAR DE HISTORIAS

El golpe

Cristina Pacheco

La ausencia temporal de mi padre coincidió con el regreso de Herlinda. Sólo contaba con el domingo para dar el golpe. Le expliqué mi plan a Guillermo y él con gusto aceptó ser mi cómplice.

A partir del jueves mi amigo y yo nos reunimos por las noches en la azotea del edificio donde vivimos. Afinar los detalles de nuestro plan de acción era el pretexto. En el fondo deseábamos compartir el asombro de sabernos capaces de un acto delincuencial.

Nuestras conversaciones giraban en torno al rapto. La palabra sola, desnuda, nos fascinaba; pero queríamos algo más: desentrañarla en cada sílaba. El sábado fuimos a la casa de Guillermo para consultar el diccionario. El padre de mi amigo, al vernos tan estudiosos, nos echó un discurso acerca de la riqueza de la lengua española.

A nosotros nos importaba un carajo que en nuestra herencia cultural hubiera cientos de miles de palabras. Sólo que-ríamos apropiarnos del término rapto: además de "secuestro", significa "Obcecación, impulso súbito y violento provocado por un estado pasional./ Extasis, estado del alma./ Accidente que priva del sentido". Guillermo y yo coincidimos en que la segunda definición respondía a los móviles que estaban a punto de convertirnos en delincuentes. Pensé en lo que diría mi padre cuando se enterara de mi comportamiento.

Guillermo se apresuró a disipar mis temores:

-Te aseguro que no abriré el pico. No tiene motivos para sospechar que haya sido un robo. Pensará que fue un descuido.

-Mi padre es muy estricto. Dice que si alguien te presta un peso y no se lo devuelves eres un ladrón.

-Tu jefe habla de dinero en efectivo. Nosotros no tomaremos ni un centavo.

Libre de temores, me dediqué a repasar la parte que me correspondía dentro del plan:

-El domingo me levanto y subo a la azotea para cumplir la promesa que le hice al chino Yun: alimentar a La Negrita antes de las nueve de la mañana. Cuando yo regrese al departamento, mi madre estará preparando el desayuno. Me ofreceré a ir al cuarto por doña Luisa. La llevaré al comedor y le haré plática mientras Herlinda pasa a recogerla, alrededor de las once.

Guillermo me interrumpió:

-ƑCrees que doña Luisa recuerde lo que tiene que hacer?

-Pedirá que le lleve a La Negrita. Subiré de nuevo a la azotea, contaré hasta cincuenta y regresaré para darle una mala noticia: "La busqué y no está. Alguien le abrió la jaula". En ese momento doña Luisa se pondrá a llorar-. Tuve nuevos escrúpulos:

-Pobre Herlinda; encontrará a su abuela hecha un mar de lágrimas.

-ƑCómo lo sabes?

-Doña Luisa siempre llora. Así son todos los viejos-. Recordé una escena en la tienda de Yun: -A veces, en plena sesión de terapia, se les salen las lágrimas mientras acarician a Bobby, Trini, El Dorado, Pirueta.

-ƑTe imaginas cómo se pondrá el chino cuando sepa que la tórtola se fue?

-Prefiero no pensar en eso. Mejor dime cómo le harás para que Herlinda no vea cuando le entregues a doña Luisa la caja.

-La esconderé entre las maletas cuando las acomode en la cajuela.

-ƑCrees que La Negrita aguante encerrada tanto tiempo?

-La caja es mediana y le hice bastantes agujeros. Para más seguridad, doña Herlinda le pedirá a su nieta que se estacione porque necesita sacar algo de su veliz.

-ƑY si Herlinda le dice que se espere hasta llegar a la casa?

-No conoces a doña Luisa: sólo Yun es más terco que ella-. Guillermo se tranquilizó. -Doña Luisa aprovechará el momento para ver que La Negrita esté bien.

-ƑY si ya no respira?

La posibilidad me entristeció. Si La Negrita moría rumbo a su nuevo domicilio iban a ser inútiles todos los esfuerzos y los riesgos para que doña Luisa y ella vivieran felices.

 

II

 

Trabajo en la tienda de Yun. Es un pequeño zoológico. Hay peces, hurones, perros, gatos, pericos, tortugas. Mi consentida fue siempre La Negrita: una tórtola pequeña, buchona, redonda como un cero, y mucho menos agresiva que una paloma.

Por la mañana vienen a la tienda madres que traen a sus hijos para que vean o compren un animal. El único que no está en venta es La Negrita. Aunque jamás la mima ni le habla, Yun considera su mascota a la tórtola.

A las cuatro de la tarde llegan los pacientes de la clínica geriátrica. Su principal dolencia es la soledad. Como parte del tratamiento, las enfermeras los traen para que los animalitos les brinden el afecto y la compañía que sus familiares les niegan.

Desde luego en la clínica geriátrica no hay expediente de doña Luisa. La idea de que visitara la tienda fue mía. Se me ocurrió una semana después de que su nieta Herlinda la dejó en nuestra casa.

Herlinda y mi madre se conocieron en la secundaria y jamás han roto su amistad. Herlinda se casó con un ingeniero que se la llevó a Ciudad Sahagún. Doña Luisa vive con ellos desde que enviudó. Según lo que me dijo, se pasaba todo el tiempo encerrada en la casa, sola hasta que Herlinda y su esposo Enrique vol-vían del trabajo. Verlos sentados a la mesa junto a ella, aunque no le dirigieran la palabra, era su única felicidad.

Hace dos meses Enrique sufrió un accidente y lo hospitalizaron. Un día Herlinda le habló a mi madre:

-Estoy desesperada. No puedo pagar la enfermera de noche y tendré que dormir en el hospital. Me preocupa que mi abuela se quede sola. Está grande, no ve bien, le fallan las piernas y todo se le olvida. Dime, Ƒqué hago?

-Ya sabe que trabajo en la casa haciendo juguetes. Salgo una vez por semana para entregarlos. Tráeme a tu abuela: te prometo que aquí la cuidaremos entre todos.

Mi madre tuvo que aducir sus deberes de amiga para que mi padre y yo acatáramos su decisión. Lo más difícil fue convencerme de que le cediera mi cuarto a la anciana. Cuando conocí a doña Luisa y le encontré cierto parecido con La Negrita, me chocó menos la idea de dormir en la sala.

Acostumbrada a la soledad y el silencio, al principio doña Luisa nada más salía de la recámara para comer, pero luego empezó a negarse. Pensé en la terapia que aplican en la clínica y la invité a la tienda de Yun. Cuando llegó, conforme fue mirando las jaulas y las peceras, se entristeció porque le recordaron los buenos tiempos que nunca volverían:

-Desde niña me gustaron mucho los animales. Tuve desde pescaditos, hasta un aguilucho. Todo menos tórtolas. ƑHay alguna?

A partir de ese momento, doña Luisa me acompañó a la tienda todas las tardes. Sentada en un rincón, pasaba el tiempo acariciando a La Negrita y contándole su vida. Fueron semanas muy felices. La dicha de doña Luisa terminó cuando supo que Herlinda vendría para llevarla de vuelta a Ciudad Sahagún. Hablé con Yun. No pude convencerlo de que nos vendiera la tórtola; pero logré que me dejara llevármela a la casa para que doña Luisa pudiera estar con ella un poco más.

Yun aceptó bajo promesa de que el lunes por la noche le devolvería a La Negrita. Más que en doña Luisa, pensé en la tórtola: ella no podría llorar ni compartir con nadie la tristeza de verse otra vez sola y lejos de su amiga. Entonces decidí robármela, aunque tuviera que pagar las consecuencias.

Mi padre me llamó irresponsable y me dejó de hablar. Mi patrón estuvo a punto de correrme de su tienda. No lo hizo, pero en cambio juró que nunca más me prestaría un animal.

Tengo la sospecha de que Yun sabe lo que sucedió con La Negrita, pero nunca me lo dirá. Tal vez en secreto me agradezca haberle encontrado a su tórtola un alma gemela que la acompañe hasta el fin de sus días.

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