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México D.F. Domingo 1 de agosto de 2004
Rolando Cordera Campos
Para pobres nuestros ricos
De acuerdo con el Banco Mundial, la economía mexicana hizo el milagro de los panes a costa de los peces. Los ingresos rurales de los más pobres se mantuvieron estancados pero de ahí en adelante subieron hasta la cúspide social y propietaria, que vio aumentados sus ingresos en más de 50 por ciento. En las ciudades, los de abajo perdieron pero los de arriba más y en pleno periodo recesivo, sin devaluación ni inflación, los de arriba redistribuyeron hacia el piso y gracias a ello la pobreza se redujo en México con todo y el receso productivo, el mal empleo, el desempleo en ascenso y la falta de inversión.
ƑQuieren que se los cuente otra vez? La estabilidad monetaria lograda a costa del empleo y de la producción, más las remesas de los pobres de allá a los pobres de aquí, más la indudable ampliación de las transferencias a los hogares pobres, propiciaron en medio del declive económico general que los de arriba perdieran lugar en la distribución del ingreso en favor de los de abajo, y el país puede presumir hoy que los bienes escasos se distribuyen mejor para el regocijo de la mayoría. Otras variantes, que entusiasman extrañamente a estudiosos generalmente circunspectos, nos hablan de mutaciones significativas en la composición del ingreso rural que dependería cada vez menos de la desvencijada agricultura de temporal y cada vez más de trabajos rurales y no rurales no agrícolas. Si a esto se añade el efecto redentor de los envíos transfronterizos, se tiene lo necesario para reditar el milagro mexicano aunque esta vez sin expansión productiva ni industrialización impetuosa como en los años 60 del siglo pasado. Ahora, se nos dirá, con paz inflacionaria, tasas de interés a la baja o estables, generosidad clasista y el despliegue de nuevos ingenios por parte de los más desfavorecidos en el reparto de panes y peces que maravillarán a más de un profeta de la pobreza que buscan y rebuscan en sus profundidades las nuevas virtudes cardinales del capitalismo global.
La discusión a que debería dar lugar el reporte del Banco Mundial (BM) sobre la pobreza mexicana, la nueva y la vieja para parafrasear a Novo en su centenario, se ve hoy frenada y desviada por las exégesis no solicitadas pero solícitas, así como por las múltiples tentaciones en que cae la opinión pública en este triste verano de pocos descontentos pero muchos desvaríos. La conveniencia de ligar el debate sobre la evolución de la pobreza con el que se da en la calle y el Congreso en estos días en torno a la seguridad social es aplastada, y en los hechos negada y sofocada, por las ganas de linchamiento de que dan cuenta muchos legisladores y analistas que insisten en presentar las desproporciones en materia de pensiones como privilegios inaceptables para una sociedad donde reinan la justicia y la equidad. A este nefasto grito de šAl ladrón!, que llega a presentar la situación laboral de los empleados del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) como el paraíso al que todos quisiéramos arribar, se une ahora la festinación de los resultados del trabajo del Banco Mundial sobre la disminución de la pobreza nacional.
El resultado de todo esto, aparte de la confusión de muchos y la ofuscación de no pocos, es que el país se ve impedido de abordar en serio lo que en el fondo es un solo tema, aunque constituya el más endiablado de sus problemas sociales: la inseguridad enorme que embarga a la mayoría de los hogares mexicanos y la pobreza extrema o "moderada" (las comillas me parecen inevitables) que caracteriza a la mitad de la población, con las cifras del BM, las del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) o las de Julio Boltvinik y la Cámara de Diputados.
El gobierno y su partido tienen la oportunidad y la obligación de darle a esta deliberación el lugar que merece. Los partidos de la oposición, en especial el PRI y el PRD, deberían a su vez insistir en la necesidad inminente de que la sociedad y sus órganos representativos cuenten con información seria, consistente y por ello aceptable para el análisis que lleve a tomar decisiones en la materia. La constitución inmediata del INEGI en órgano autónomo tendría que ser un primer y obligado paso para esto.
Las críticas, todavía escasas, que se han hecho al referido informe (como la de Julio Boltvinik publicada este viernes en La Jornada), no deben recibir por respuesta la callada sino llevar a un examen riguroso y comprometido de los datos, las interpretaciones y de las conclusiones políticas a que conducen éstos.
De otra suerte México seguirá haciendo chistes malos sobre una realidad que no admite ni humor negro. Insistir en ello es la peor práctica de autoescarnio en la que podemos incurrir. Mientras los ricos se recuperan de sus pérdidas.
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