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México D.F. Domingo 25 de julio de 2004
Justicia denegada
La
decisión del juez segundo de distrito, César Flores Rodríguez,
de negar las órdenes de aprehensión solicitadas el jueves
por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos
del Pasado contra el ex presidente Luis Echeverría, el ex secretario
de Gobernación Mario Moya Palencia y otros 10 coacusados de genocidio
por la política represiva que culminó con la matanza del
10 de junio de 1971, es una confirmación exasperante de la nula
disposición institucional a esclarecer, procurar e impartir justicia
por los crímenes de lesa humanidad perpetrados desde el poder público
en los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, del propio Echeverría
y de José López Portillo.
La escueta improcedencia con que el juez descartó
la acusación de genocidio y dio por prescritos el resto de los cargos
-homicidio calificado, lesiones, abuso de autoridad, obstrucción
de la justicia-, sin tomarse la molestia de analizar la posible culpabilidad
de los acusados, no parece expresión de un mero desconocimiento
personal de los fundamentos para considerar imprescriptibles, en México
y en el mundo, los delitos de lesa humanidad; da la impresión, por
el contrario, de obedecer a un pacto político entre el foxismo gobernante
y la cúpula priísta -erigida ahora en defensora de la represión
y de la infamia- para garantizar la impunidad de quienes, desde el poder
público, y con el pretexto de combatir grupos guerrilleros, ordenaron
y perpetraron la eliminación de miles de opositores políticos,
activistas sociales, manifestantes estudiantiles, líderes campesinos
y, también, por supuesto, integrantes de organizaciones políticas
armadas.
El fallo del juez Flores Rodríguez esparce, mucho
más allá del ámbito del juzgado segundo de distrito,
la sospecha de que en el México pretendidamente democrático
de 2004 persiste una red de complicidades y encubrimientos que enlaza a
sectores de los poderes Ejecutivo y Judicial, exactamente igual que como
ocurría en 1971, cuando Echeverría dijo haber ordenado una
"investigación" de lo ocurrido el jueves de Corpus de aquel año,
y en 1982, cuando el entonces procurador Oscar Flores Sánchez tuvo
el descaro de manifestar que los delitos cometidos 11 años antes
habían "prescrito" y que resultaba improcedente cualquier intento
de esclarecer la matanza.
Desde esa perspectiva, el rebote entre las deficiencias
en la integración de las consignaciones, por parte de la Femospp,
y la prisa exculpatoria del juzgado segundo de distrito, confirma, a ojos
de la sociedad, un mensaje de continuidad entre el gobierno "del cambio"
y sus predecesores priístas. Ese mismo mensaje fue esbozado ya cuando
la justicia militar exoneró, hace unas semanas, a los generales
Mario Arturo Acosta Chaparro y Francisco Humberto Quirós Hermosillo
por el asesinato de decenas de campesinos guerrerenses, y cuando la justicia
civil otorgó un amparo para evitar la aprehensión de Luis
de la Barreda Moreno, ex titular de la Dirección Federal de Seguridad
y acusado de la desaparición forzada de Jesús Piedra Ibarra.
Con todos esos antecedentes, y ante aparatos de procuración
e impartición de justicia que, por lo visto, resultan muy semejantes
a los que en 1968, 1971 y años posteriores sirvieron para dar cobertura
legal y complemento jurídico a la salvaje represión policial
y militar contra toda suerte de opositores, el fallo del juez Flores Rodríguez
constituye un severo golpe a la credibilidad de las instituciones. Este
severo descalabro del esclarecimiento histórico no debe, sin embargo,
llevar al desaliento y al cinismo. Es necesario pugnar porque las instancias
jurídicas siguientes -un tribunal de circuito o la misma Suprema
Corte- restituyan su sentido a la justicia, den inicio a los procesos legales
contra los acusados por la Femospp y demuestren la disposición de
este México pretendidamente nuevo y democrático a hacer justicia
a quienes murieron precisamente en el empeño de construir una nación
justa, democrática y apegada a la letra y al espíritu de
las leyes.
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