México D.F. Domingo 25 de julio de 2004
MAR DE HISTORIAS
Los olvidos
Cristina Pacheco
Para los niños del barrio estar de vacaciones significaba únicamente levantarnos más tarde y no tener tareas. Las posibilidades de diversión eran mínimas: el futbol callejero, subir a las azoteas para saltar de una a otra o romper los charcos a pedradas.
A muchos de mis vecinos, que eran también mis condiscípulos, sus padres los mandaban a trabajar en talleres, obradores y tiendas. Había tres justificaciones: "para que no anden de vagos, para que aprendan un oficio, para que se ganen unos centavos".
La posibilidad de obtener un dinero que podríamos gastar a nuestro antojo y sin rendirle cuentas a nadie despertaba la competencia. Desde temprano salíamos para tratar de colocarnos en los establecimientos y las casas donde el trabajo eventual era mejor pagado.
Tenía mis preferencias: la gasolinera, por las buenas propinas, y el obrador de carne, por la bicicleta que el patrón me facilitaba para el reparto. Como no logré colocarme en ninguno de estos establecimientos renuncié a la búsqueda. Me creí feliz como dueño absoluto de la calle, las azoteas y los charcos. Mi gozo fue breve: acabé por sentirme solo y ajeno a mis amigos, en especial cuando por las noches se reunían para comentar sus aventuras y mostrarme sus ganancias. II
Entonces, aunque ya era tarde, busqué trabajo. Mi frustración aumentó cuando vi que todos los puestos estaban ocupados. Regresaba a la casa de malhumor y envidiando de mis amigos. Un mediodía al pasar frente al asilo vi un letrero: "Se solicita ayudante". Toqué el timbre. Al cabo de un buen rato se abrió la mirilla. Vi unos ojos oscuros enmarcados en cejas muy abundantes:
-ƑQué se te ofrece?
-Vengo por lo del anuncio.
La puerta se abrió. El encargado, con su delantal de lona y sus botas de goma, me recordó a los carniceros del obrador.
-Me tardé en abrirte porque estaba en el patio de atrás-. Se echó a caminar y lo seguí: -Esto es muy grande.
Atravesamos la recepción. Sus paredes altas, con rosetones de humedad, me hicieron arrepentirme de haber entrado. Iba a retroceder cuando el hombre se detuvo y me habló:
-ƑHabías estado aquí?- Sonrió y vi sus dientes enormes, blancos y desiguales. -Te debe parecer horrible. Pensé lo mismo cuando llegué y mira: llevo catorce años metido en este lugar.
-ƑCatorce? -repetí, como si la cifra me pareciera infinita.
-Imaginate...- Parpadeó y me observó: -ƑQué edad tienes?
-Doce, pero casi no me lo creen...
-Por chaparro. No te preocupes: cuando te la jales menos, darás el estirón-: Celebró su broma y me guió hasta su oficina: un escritorio, dos sillones, un enorme helecho y el retrato de una mujer: -ƑCómo te llamas?
-Juan.
-šBuenísimo! A mis viejitos no les gustan los nombres largos. Se les hace difícil recordarlos. Me llamo Herminio Ƒy sabes cómo me dicen?: "Tío"-. Señaló hacia el retrato: -Es mi madre. Una vez me contó que tuvo que pelearse con mi padre para convencerlo de que le permitiera bautizarme con la versión masculina de su propio nombre. Tantos disgustos para que al final todos me llamen "Tío".
Herminio se acercó a la ventana y lo seguí.
-ƑQué te parece el jardín?
-Muy bonito -le contesté.
-Estaba mejor. Ultimamente lo he desatendido un poco-. Suspiró: -Mis viejitos me necesitan cada vez más y yo a ellos: la vida está muy cara.
Entendí la relación entre una cosa y otra cuando me explicó en qué consistía parte de su trabajo:
-Ayudarlos a encontrar las cosas que extravían. Para ellos tienen mucho valor un frasquito, un pañuelo, un monedero-. Herminio suspiró: -Estas insignificancias son parte de su tesoro y cuando los ayudo a recuperarlas, lo que sea de cada quien, se portan muy generosos. ƑSabes cuánto me dan si encuentro su dentadura? šCinco pesos!
-ƑNo son muy pobres?
-No, son nada más viejos-. La expresión de Herminio se descompuso en una mezcla de rabia y asco. -Para no hacerse cargo de ellos, sus familiares los internan en el asilo. Desde que estoy aquí ninguno ha venido a visitarlos. Piensan que cumplen con sus obligaciones sólo porque depositan en el banco las mensualidades o porque les mandan dinero con choferes de confianza. Si te dijera donde lo guardan, no me lo creerías.
Lo interrumpió la voz angustiada de una anciana que apareció en la oficina:
-Tío: šmis peinetas! Son de carey, me las regaló mi difunto-. La mujer reparó en mi presencia: -ƑQuién eres?
-Juan -respondí.
El interés que la señora había sentido hacia mí se desvaneció al instante y, ya calmada, se dirigió otra vez a Herminio:
-Tío: Ƒpara qué me mandaste llamar?
Herminio se acercó a la anciana y le habló al oído:
-Maty: usted vino porque se le perdieron sus peinetas, Ƒrecuerda? Pues el Tío se las va a encontrar-. Herminio se detuvo: -Vuelvo enseguida. Mientras, piensa si quieres el empleo.
Regresé junto a la ventana. Prefería mirar a los viejos paseando por el jardín que sentirme observado por la mujer desde su retrato. III
Herminio no tardó en regresar y fue directo al grano:
-ƑYa lo pensaste?
-Es que no sé nada de jardinería.
-Para lo que te necesito no hace falta. Impaciente, Herminio me aclaró la situación: -Mientras yo cuido mis plantas como ellas se merecen, tú te dedicas a buscar los objetos que pierden los ancianos.
Sonreí desanimado. ƑQué les contaría a mis amigos cuando en las noches me reuniera con ellos para intercambiar aventuras de trabajo? Frente a las vividas por ellos en refaccionarias y tiendas, mis andanzas en el asilo serían motivo de burla.
Mientras pensaba en eso, Herminio sacó una hoja y me pidió que lo leyera en voz alta:
-Dentadura: cinco pesos; medicamentos y llaves: cuatro pesos; zapatos y demás prendas de vestir: dos pesos. Miscelánea de objetos: a voluntad del solicitante.
Terminé confundido y Herminio se apresuró a sacarme de dudas:
-En el asilo hay 90 ancianos. Por lo menos dos, dije por lo menos, pierden una vez al día sus dentaduras. ƑTe parece poco 10 pesos por encontrárselas?- Herminio notó el brillo en mis ojos: -Extravían muchas cosas más. En los rescates, iremos a medias, pero aun así sacarás buen dinero. ƑQué dices?
Al principio me quedé en el asilo estimulado por el interés de la ganancia, después por otro motivo: contribuir a que los viejos recuperaran la dicha cifrada en los mínimos objetos. Muchos no estaban incluidos en el inventario escrito por Herminio, quizá porque sus dueños habían olvidado sus nombres. Eran cosas muy extrañas y complicadas que jamás había visto y nunca he vuelto a encontrar.
Llegó el momento de volver a la escuela. Al despedirme de los viejos noté que muchos ya se habían olvidado de mi nombre y de mí. En el jardín esplendoroso, Herminio y yo nos despedimos. Le prometí regresar para ayudarlo en las siguientes vacaciones. Antes de que llegara ese momento yo había olvidado dónde quedaba el asilo.
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