México D.F. Martes 13 de julio de 2004
Tiene inscritos los nombres de patriotas y algunos
baazistas que lanzaron gas a iraníes
Restaurarán en Irak el monumento de Hussein
a la guerra contra Irán
El enfrentamiento, apoyado por EU, mutiló de
manera física o invisible a toda familia iraquí
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Bagdad, 12 de julio. El monumento a la mayor locura
de Saddam Hussein, y su peor crimen de guerra, será preservado.
El vasto mausoleo azul en forma de cascarón, erigido en memoria
de su invasión a Irán y de la subsecuente guerra de ocho
años, con todo y los nombres de los 600 mil soldados iraquíes
que perecieron en ella, será restaurado por el nuevo Ministerio
de Cultura, designado por Washington. La policía iraquí resguarda
el sitio, que hasta hace poco y durante más de un año sirvió
de cuartel militar estadunidense.
Los nombres de todos los iraquíes muertos están
allí: sargentos, capitanes, coroneles y jundi (soldados rasos)
que perdieron la vida por causa del sueño grandioso de Hussein -en
ese tiempo con el apoyo entusiasta de Washington- de destruir la nueva
República Islámica de Irán.
Unos cuantos nombres han sido borrados, tal vez por venganza
de algún camarada o por rencillas familiares, y la gran cripta subterránea
donde están inscritos los nombres de los héroes iraquíes
en esa guerra ha sido pintada con las insignias de las unidades estadunidenses
que estaban acuarteladas allí.
¿Qué
debe uno sentir ante este monumento a una guerra que mutiló de manera
física o invisible a toda familia en Irak? ¿Qué derecho
tenían los estadunidenses a dejar en pie el símbolo de un
caballero en armadura con una espada rota, un dragón y la leyenda
"El valor conquista" junto a los nombres de combatientes que cayeron despedazados
en una guerra tan terrible? ¿O a pintar con espray "Martillos: listos
primero" y "Bandidos" -esto último arriba de un cráneo humano-
junto a los muertos iraquíes de hace más de década
y media?
Pero ¿debe ser restaurado? Muchos de esos nombres
pertenecen a carne de cañón y, supongo, a patriotas. Pero
otros son de baazistas y miembros de las "unidades especiales" del ejército
iraquí que lanzaron gas hacia las líneas iraníes y
cuyos colegas de la fuerza aérea dejaron caer cartuchos de gas sobre
las aldeas del Kurdistán. Entre esos hombres debe haber criminales
de guerra. Hasta el nombre del monumento que se lee en la puerta -"memorial
de la guerra de Qadassiya"- ostenta el título que dio Saddam a la
loca aventura que emprendió contra Irán y que fue infinitamente
más cruel y sangrienta que su ocupación de Kuwait o que nuestra
invasión ilegal de Irak, el año pasado.
Qadassiya fue la gran batalla de los árabes contra
los persas, librada en el tercer califato del Islam, cuando el general
Saad bin Abi Wakaas, venerado héroe iraquí, ganó la
guerra incitando a sus combatientes a cegar los elefantes -la nueva arma
de terror iraní- arrojándoles lanzas a los ojos. El califa
Omar bin al-Khattab había enviado a su general a destruir a los
persas, y éste tardó seis días y cinco noches en lograr
la victoria. Saddam, quien por supuesto se sentía Abi Wakaas, tardó
ocho años en conseguir un cese del fuego.
¿Cuál es el valor de esos muertos? Este
lunes tomé un taxi desde el monumento, bajo la hornaza gris del
cielo de Bagdad, hasta las viejas tumbas británicas de la Muralla
Norte de la capital, y pedí al guardián del cementerio -quien
gana 50 dólares al mes- que me mostrara el lugar del descanso final
del teniente general sir Stanley Maude, comandante británico de
la invasión de 1917 a lo que entonces llamábamos Mesopotamia.
Ahmed Hadi Saleh, hombre pequeño pero dotado de
espectacular energía, avanzó a saltos entre la hierba para
señalar el pardo mausoleo del general, cubierto de cieno. Había
yo leído mucho sobre él; en la pared de mi biblioteca cuelga
uno de los ejemplares originales de su proclama al pueblo de Bagdad ("No
venimos como conquistadores, sino como libertadores"). Y allí lo
encontré.
"MAUDE" era todo lo que decía en grandes letras
mayúsculas sobre el caliente sarcófago de piedra, todavía
sombreado por una cúpula de estilo indio. En el muro hallé
una placa. "Tte. Gral. Sir Stanley Maude KCB CMG DSO. Guardias Coldstream.
Nació el 24 de junio de 1864. Murió de cólera en Bagdad
el 18 de noviembre de 1917, cuando comandaba la Fuerza Expedicionaria de
Mesopotamia. 'Yo soy la resurrección y la vida.' Dio buena pelea.
Mantuvo la fe."
Alguien había encendido una fogata en una esquina
del mausoleo para calentar comida. Afuera, algunas de las lápidas
de soldados británicos caídos en la guerra de 1914-1918 estaban
destrozadas, junto con las de docenas de otros compatriotas muertos durante
la insurrección de 1920.
Solía yo decir que los estadunidenses deberían
visitar este cementerio y aprender las lecciones que depara. Y vaya que
fueron. "Vinieron dos veces y rompieron los candados de las puertas", refiere
Saleh. "Se llevaron mi rifle, que necesitaba para protegerme de los ladrones.
Buscaban algo."
Armas, por supuesto. ¿Qué mejor lugar para
ocultar armas que un cementerio? Saleh ha puesto nuevos candados y con
amabilidad me pide que me marche. "Hay demasiados Alí Babas por
aquí, demasiados saqueadores", me dice. "De seguro lo vieron llegar.
Debe irse ya."
Lo cual lo dice todo de Bagdad: el extranjero en peligro,
incluso en el cementerio de sus propios compatriotas. Adiós, pues,
al policía de distrito N. L. Nisbett, de 29 años (falleció
el 15 de agosto de 1920); al capitán Buchanan, quien tenía
27 y pereció el mismo día, y al capitán Bradfield,
de 25, de la brigada Somerset de infantería ligera, muerto dos días
antes que los otros dos. Adiós al general Maude. Y a los 600 mil
iraquíes muertos en la guerra de "Quadassiya". Y, por supuesto,
a los 900 mil iraníes muertos, muchos de cuyos cuerpos aún
yacen ocultos bajo la arena iraquí.
Pero, por favor, separen las tumbas. No enciendan fogatas.
Y no pongan sus insignias militares en los muros de los mausoleos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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