El día del Ulises Ricardo Bada
Regreso a Ítaca
En 1979, cuando se cumplían setenta y cinco años de la fecha entretanto mítica, mi cuñado Willy y yo decidimos recorrer juntos los escenarios del libro, y al término de nuestro peregrinaje nos juramentamos para regresar a Dublín, si aún vivíamos, el 16 de junio del 2004, a festejar el centenario. Y a sabiendas de que hasta entonces habrían cambiado muchas cosas. Por ejemplo, no pagaremos en libras sino en euros y no se nos dejará fumar casi en ningún sitio, pero eso sí, podremos enviar postales, lo que antaño no hicimos porque el correo irlandés estaba en huelga desde hacía largos meses. También habrá cambiado el entorno del recorrido: en aquel tiempo fuimos ciertamente muy pocos quienes lo hicimos, a lo peor hasta sólo Willy y yo, mientras que ahora el centenario es un acontecimiento cultural y sobre todo turístico de primera magnitud; Irlanda parece haberse reconciliado con su hijo réprobo. Y es por eso que, antes de partir, rememoro nuestro viaje de 1979.
Dublín, 16 de junio. Imposible repetir la odisea de Leopold Bloom, reiterar su itinerario íntegro del día homólogo en 1904 y atender al mismo tiempo a las mordeduras de tres cuartos de siglo. Nos decidimos por el capítulo seis, por el entierro de Paddy Dignam, paráfrasis del descenso al Hades, ritornello del undécimo canto de la Odisea. El camino, que atraviesa los cuatro ríos del Hades dublinés (Dodder, Grand Canal, Liffey, Royal Canal), nos llevará desde el SE del Baile Ata Cliat el nombre gaélico de la ciudad, desde Tritonville Road, hasta el NW, el cementerio de Glasnevin (hoy Prospect). Por delante de la fábrica de gas de la que JJ, con humor macabro, dice que cura el coqueluche: de una manera definitiva, claro está. Al otro lado del puente, recalado, un barco que se llama God. A la izquierda dejamos el puente ferroviario bajo el cual se refugia Bloom para leer la carta de su amada Martha, carta enviada al seudónimo Henry Flower (Enrique, como Fausto, y Flower=Blume=flor en alemán). Pearse Street luego, adelante hasta el Liffey, que cruzamos por el puente OConnell, entre declamatorias estatuas de próceres heroicos y celtas. Por cierto que falta la de Nelson, volada en 1966. Y así seguimos recorriendo el camino, por las huellas invisibles que en el asfalto debieron dejar los zapatos de Leopold Bloom, si bien lo abandonamos un momento para acercarnos al hogar de Leopold y Molly, en el número 7 de Eccles Street, donde Molly monologó cuarenta y seis páginas para la historia de la literatura: la casa está en ruinas, y al alcalde de Dublín aún no se le ha caído la cara de vergüenza. Al regreso del cementerio, una prueba de fuego para las traducciones del Ulises, en este caso fallidas por miopía o por abstemia. "Bowsing nowt but claretwine", dice Joyce. Ese claretwine lo traducen José María Valverde y el brasileño Houaiss como clarete, Salas Subirat como vino clarete, el italiano Di Angelis como chiaretto, el alemán Goyert como vino nuevo, el otro alemán Wollschläger como tinto barato. Sólo aciertan el francés Morel, quien fue asesorado por el propio Joyce, y el neerlandés Vandenbergh: ellos traducen claretwine como burdeos. Y en cualquier caso, ¿qué cantidad de burdeos no habría bebido la dublirroja y desdublinhibida cuarentona que bailaba con los pechos al aire junto al puente Grattan, suelta del brazo de su compañero, al que la borrachera no le impedía caminar derecho como un huso? ¡Ay, estos celtas! ¡Y nuestra koshina envidia! Así que volvamos a Dave Byrne. "Two clarets, please!" Es la prueba de fuego. Y como nos escancian burdeos, qué añadir sino Cheers!
Hasta aquí los recuerdos de 1979. Y ahora, la gran aventura: ¿qué lograríamos recuperar de Joyce entre los fastos organizados por la municipalidad de Dublín? Sea como fuere, a mí siempre me quedará el viejo rencor de que Joyce no situase la acción del Ulises en el día que conoció a Nora, el 10 de junio, sino en el de la primera cita, el 16. Así perdió l a ocasión de hacerme el mejor regalo de cumpleaños que jamás se le podría haber ocurrido. Segundo regreso
A nuestra llegada el día 15, vísperas del centenario, se nos cayeron encima todos los palos del sombrajo. La impresión primera fue algo así como: "Esta no es nuestra Dublín, que nos la han cambiao." Veinticinco años atrás, Irlanda era un país en vías de desarrollo y Dublín una ciudad provinciana y semisomnolienta habitada por unos provincianos semisomnolientos e incansables bebedores de una Guinness purgantemente tibia. Un cuarto de siglo más tarde, Irlanda es uno de los países más ricos de la Aontas Eorpach (Unión Europea, en gaélico) y Dublín ocupa el puesto catorce entre las ciudades más caras del mundo. Pero no es sólo eso: se ha producido un fenómeno poblacional que llena sus calles de unas masas intransitables y feas como pegarle a una madre en el Día de la Madre y a la puerta de una iglesia. La Humanidad desciende de Picio, eso ya lo sabíamos, y los irlandeses no son especímenes particularmente favorecidos por la Naturaleza, pero a su fealdad autóctona y mostrenca se le añade ahora la de estas multitudes migrantes de todos los continentes. Pocas veces en mi vida he visto tanta gente fea junta. La moda de los pantalones descaderados y el ombligo al aire añade fealdad e incluso repulsión, pero aún queda un superlativo, y es el de los varones peludos en pantalones cortos. ¡Y hay hasta una zona peatonal!, la Grafton Street, donde no falta nada de la fauna urbana que puebla las zonas peatonales del resto de la ecúmene: por no faltar ni siquiera falta la pareja mendicante de bailarines de tango, él como si hubiera sufrido un ataque de parálisis facial, ella mostrando un rictus ambiguo como si la estuvieran sodomizando con un sacacorchos, y ambos totalmente intercambiables con la pareja homóloga de Madrid, de Berlín o de Amsterdam. Camino al hotel deambulamos ante un mendigo que pordiosea con un cartelito donde dice Homeless (sin techo) mientras lee un libro. Willy retrocede sobre sus pasos y mira por encima del hombro del destechado: "¡Por todos los dioses! ¿No le basta con carecer de dónde cobijarse? ¿Es necesario además, para aumentar su miseria, que lea a John Grisham?"
Salimos a la calle y hacemos la primera estación etílica en la esquina de Merrion Street Upper y Merrion Row, en Reyllis, un pub a cuyo dueño vemos con el entonces premier británico John Major en varios retratos enmarcados en las paredes: hasta una carta personal suya y con el membrete del 10 de Downing Street aparece enmarcada. Haciendo de tripas corazón ¡qué sacrificios no hará uno por la amistad! encargamos las primeras Guinness que debemos escanciar a la salud y en el nombre de docenas de amigos en todo el mundo, y que nos lo han pedido con especial énfasis, como una forma vicaria de estar también ellos acá en estos momentos. Pero llegan las Guinness y ¡oh primera epifanía de esta expedición! ¡Están frías! ¡¡Están frías!! ¡Oh dios Baco tan amado y venerado, tus hijos de la Verde Erín empiezan a civilizarse! Así pues, Sláinte! (¡salud!). Después, debo pasar por la ignominia de tener que salir a la calle para fumar mi primer cigarrillo en suelo irlandés. El criptofascismo antitabaco es aquí más fuerte que en ningún otro lugar de Europa, y ningún lobby protege nuestra minoría. Me pregunto a dónde iría a parar el fundamentalismo antinicotínico si un día los fumadores hiciéramos huelga general irrestricta: creo poder asegurar que, por decreto inapelable del ministro de Finanzas, fumar se convertiría en una asignatura escolar obligatoria.
Y ahora viene la otra cara de la medalla, o de la moneda, porque el euro irlandés también tiene su lindo reverso: el arpa eólica. El 16 de junio del 2004 amanece radiante. Ya en el camino, teniendo a la izquierda la línea de la playa, descubrimos en ella a un solitario jugador de golf, sin caddy y con una sola pelota, practicando. Pero lo más interesante es la gente que camina como nosotros, imantados hacia el sur, hacia el lugar donde se pronuncia el Introito de Ulises: Introibo ad altare Dei. Somos pocos pero, conforme vamos dejando kilómetros atrás, cada vez somos más, y las mujeres se han vestido casi todas a la moda de principios del siglo xx, con unas faldas largas y unos sombreros que recuerdan las fotos de Nora Barnacle, musa y mártir de Otelo Joyce. Y en un momento determinado hay un perro lanudo y corpulento que sale resollando del mar y es la primera vez que pienso que en Ulises no existe, como en Homero, un perro que reconozca a Odiseo cuando regresa a Ítaca. Se lo comento a Willy, y Willy, tras pensarlo, me contesta que el propio Bloom es "ein armer Hund" (literalmente "un pobre perro", es decir: un pobre tipo).
Por la tarde, a partir de las 8 p.m., la OConnell Street está cerrada al tráfico para un espectáculo con el que Dubh Linn (el pozo negro, etimología gaélica del nombre inglés de la ciudad) reverencia el centenario del Bloomsday. Y el cual, como diría Joyce, es más culo que espectá: una de esas payasadas multiculturales que los funcionarios se sacan del caletre para querer demostrar manga ancha en afanes intelectuales. Al cabo de diez interminables minutos le digo a Willy: "Recuerda que el 16 de junio de 1904, entre las 8 y las 9 p.m., el buen Leopold Bloom se masturba en la playa de Sandymount voyeureando en paños menores a la Nausica de Ulises, a la renguita Gerty MacDowell, y que no está con él una pulcra Nora para preguntarle higienipícara: ¿No tiene usted un pañuelo, Sr. Bloom? Lo que estamos viendo es un homenaje involuntario a esa masturbación, es lo que los rioplatenses llamarían una paja mental. ¿Nos vamos?" Pero Willy ya se había puesto en marcha antes de que yo terminase mi razonamiento. Al día siguiente rastreamos la imaginaria
casa natal de Leopoldo Bloom, en el 52 de la Upper Clanbrassil Street,
y la auténtica casa natal de George Bernard Shaw, en el 33 de Synge
Street. Y en Reyllis, ante la Guinness de rigor y una sopa deliciosa de
puerros y patatas, seguimos las evoluciones de la camarera, con esa falda
tubo de translúcida tela negra que cada vez que pasa por donde incide
el sol de mediodía le esculpe unas piernas norabarnaclianas, amén
de que asimismo su blusa trasluce, haciéndome registrar joyceanamente
que "top less también podría significar ubérrima".
Después de lo cual anoto en el disco duro: sin la semianalfabeta
Nora, qué poco del superalfabeta Joyce nos hubiese quedado. Loor
a la chica de Galway. Sláinte!
Postales
conmemorativas del Bloomsday 2004 |