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Obituario   - NUEVO -
C U L T U R A
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México D.F. Domingo 4 de julio de 2004

Elena Poniatowska /I

Un nuevo tesoro para el arte

Ocho pares de medias (remendadas), seis refajos, 10 huipiles de Oaxaca, una blusa negra bordada de encajes...

De un gancho, las faldas cuelgan sobre un improvisado tendedero de pared a pared. Hace 50 años que no veían la luz ni recibían el aire que ahora las mece. Hilda Trujillo, la nueva directora del museo Frida Kahlo, preguntó:

-ƑQué hay en ese baño?

-Está cerrado desde 1954. La orden la dio Diego Rivera y Lola Olmedo la cumplió.

Hilda Trujillo hizo girar la llave del baño, abrió la ventana blanca, salieron arañas y nubes de polvo, y ahora se asolea todo el vestuario de Frida Kahlo, tan vasto como para cubrir un año, cada día una prenda distinta, para salir a pisar la mañana asoleada y los pisos amarillo congo de la Casa Azul del brazo de Mao (cuya efigie preside las dos recámaras), de Stalin, de Lenin o de Marx; de la mano de Machila Armida, María Félix, Pita Amor, Elena Vázquez Gómez y Teresita Proenza, y sobre todo del brazo de Diego, quien dormía en la planta baja, sobre una cama ancha al lado del comedor, en una pieza que todavía conserva sus grandes zapatones.

Son los difuntitos que pueblan la Casa Azul.

Emperifollada de listones, envuelta en todos los colores bordados a punto de cruz sobre su cuerpo crucificado, la cabeza cubierta de flores, un rebozo enredado en los brazos, sus pesados collares de jades milenarios, obsidiana, turquesas, ónix, colgando de su cuello de venadita herida, un cigarro en la mano, Frida Kahlo resucita después de 50 años. Allí está viva enseñándonos su intimidad. Tenemos entre las manos sus corpiños, peines y listones con que trenzaba su pelo negro, su polvera, sus 10 bolsitas de Chiapas y Guatemala (que ahora llamamos morrales). šCon qué cariño y con qué cuidado las hermanas restauradoras Magdalena y Denise Rosenzweig despliegan sus refajos! ''Esta falda está en muy buen estado''. ''Qué refinamiento el de Frida; sus sábanas bordadas con sus iniciales son un primor". ''A esta blusa no le pasó nada''. ''Cómo aguantó la tela''.

Para Frida era un ritual, una ceremonia, el perfecto cuidado de sus fondos de encaje o tira bordada, plisados y almidonados, que su servidumbre planchó con el tedioso y lento proceso del encañonado, y la elección de su joyería, especialmente de los anillos, que llevaba en todos los dedos de ambas manos. Su maquillaje era tan elaborado ''que hubiera resultado grotesco de no haberlo utilizado con tanto arte'', declaró Bertram Wolfe, autor del libro La fabulosa vida de Diego Rivera.

A 50 años de su muerte, la puerta del baño de la recámara de Frida se abre y nos golpea al entregarnos su ropa vacía, sus rebozos lacios, sus faldas abiertas como corolas de flores pero sin ella adentro, sus medias sin piernas, un único guante sin mano. Indefensos, a nuestro alcance, los "trapitos", como ella los llamaría, imploran que no los manoseemos.

Sepultada por el polvo de cinco décadas, la ropa de Frida se defendió del tiempo y yace ahora en el patio, bajo su ventana, acomodada en pilas que las restauradoras Rosenzweig enseñan con pudor, con respeto, con admiración. "Miren este rebozo". "Nunca he visto mantilla tan bella". "Esta enagua es de tela del mercado, pero qué gran belleza". "Todas estaban dobladas en la tina del baño".

En la mesa del baño blanco había otras cosas. Cajas de Demerol (morfina), batas del hospital inglés, jeringas, una sobreviviente crema Ponds y corsés, muchos corsés apilados en un rincón.

Cuanto sufrimiento.

šQué duro! Meterse en la intimidad de otro es terrible.

ƑQué estamos haciendo?

''Qué haría yo sin ti''

Frida Kahlo murió en la ciudad de México el 14 de julio de 1954. En su velorio, cubierta con la bandera rojo y negra y la hoz y el martillo, los asistentes entonaron La Internacional, lo cual provocó el cese fulminante del director de Bellas Artes, el escritor Andrés Iduarte. Un año después, su esposo Diego Rivera hizo un fideicomiso con el Banco de México para que la casa pasara a ser museo en el momento en que él muriera (1957), pero no fue sino hasta el 12 de julio de 1958 cuando la Casa Azul se abre como museo, y el poeta Carlos Pellicer se hace cargo de la museografía. ''Estás toda clavada de claveles'', le escribe.

En los años 70 Dolores Olmedo toma la dirección de la Casa Azul y hace importantes cambios en la museografía.

De la muerte de Frida a la apertura de la Casa Azul pasaron cuatro años. Los objeto-habitantes de la casa se entristecieron solitarios ante la ausencia de la dueña de sus existencias: un sencillo cenicero, el jarrito de sus pinceles, los gigantescos judas que chocan entre sí sus huesos descarnados y un espejo ciego pegado en el baldaquino de su cama.

''Son más de 80 prendas que combinadas unas con otras nos dan un vestuario de un año completo repitiendo un modelo cada dos meses para su exhibición'', insiste la restauradora Magdalena Rosenzweig, quien junto con su hermana Denise es experta en textiles. ''Mire bien la ropa de cama que supera en número a sus prendas anteriores: de 100 a 200 piezas, incluyendo las de la camita de muñecas al lado de la suya''. Las sábanas y fundas bordadas, con deshilados de gran minucia, tienen leyendas que rezan: "Diego y Frida", "Qué haría yo sin ti", "Tú y yo", "Corazón mío". Las sábanas tendidas son de bramante, y esos lienzos de bramante fueron su mortaja, el sudario de sus últimos días.

Las batas del hospital inglés, las que se amarran por atrás dejando al aire las nalgas, están manchadas por pincelazos de furia durante la convalecencia de sus 39 operaciones quirúrgicas. En ellas limpió sus pinceles embarrándoles óleo sin importarle que se ensuciaran. Las usó como simples trapos que cubrían su sufrimiento. En alguna fotografía se ve a Frida en el hospital pintar a un huichol sonriente, una cascada de listones de colores cae de su sombrero. Aun en sus momentos más dolorosos la pintora da muestra de una fuerza de carácter brutal.

Entre sus frascos de perfume, su polvera y sus esmaltes de uñas se encuentran los pedazos de un cuerpo falso: la prótesis de su pie derecho calzado por una botita roja, a la cual llegó a ponerle un cascabel, y una dentadura postiza de origen desconocido. Los esmaltes de uñas nos remiten a los colores guardados en una vitrina Viridian red, Ivory Black, Venitian red, de Winston y Newton, y hacen pensar que Frida pintaba su propia persona con el mismo esmero con que pintó sus cuadros. En el cuadro en el que se representa a sí misma en su tina, Lo que el agua me ha dado, cada una de sus uñas de pie están cubiertas de rojo bermellón. Ese cuadro nos remite a un gran cartel de Intrauterine Life, del Doctor G. H Michel y Compañía, que retrata al feto desde la concepción al nacimiento, o sea, de renacuajo a sapito, otra de las grandes obsesiones de Frida.

Frida, coleccionista, es la pionera de la afición por las mariposas Monarca, a quienes les hemos roto las alas en San Luis Potosí. "Pies para que los quiero si alas tengo para volar". También se aficionó a los fetos en formol, parecidos al espantoso cuento de Guadalupe Dueñas "Mariquita", su hermana menor, quien aparecía conservada en un frasco en cada nueva mudanza en el ropero de la sala.

A pesar de su sufrimiento, siempre le gustó verse arreglada, peinada, decorada hasta el más mínimo detalle, ''colgándose hasta el molcajete''. Durante sus estancias en el hospital le pedía a Isolda, su sobrina, que peinara sus apretadas trenzas con listones de colores rematadas en un chongo elaboradísimo. (Alguien le dijo una vez que no se mojara el pelo tan seguido o se quedaría calva, pero si algo le sobró a Frida fue pelo.)

Frida hacía apariciones de ''reina azteca'', limpia, perfumada en exceso para mitigar su penetrante olor a tabaco. Toda ella concentrada en un arco iris: lista para una fotografía. O como ella decía: "Como una piñata, condenada a ser destrozada".

Muchas de las prendas son de Juchitán, Oaxaca, del Istmo de Tehuantepec o de la cuenca del Papaloapan, Veracruz, adonde Diego Rivera nunca la llevó. Andrés Henestrosa, compañero de Frida en la Preparatoria, recuerda cómo la pintora estudiaba minuciosamente la ropa y la joyería de su esposa Alfa, quien sacaba a orear sus centenarios, las múltiples filigranas que colgaban de su pecho y de sus orejas. "Si las perlas no se meten al agua de mar pierden su oriente". "Si el oro no se saca al sol, se vuelve verde".

Durante los años 30 varias mujeres del mundo del arte usaron vestidos regionales como una protesta ante los cambios de identidad que atravesaba el país. María Izquierdo, Margarita Urueta, Inés y Carolina Amor, Carmen -la esposa de Efrén del Pozo, quién era al lado de Guadalupe Marín una extraordinaria costurera-, Dolores del Río, María Asúnsolo, Aurora Reyes y Rina Lazo aparecían en las fiestas vestidas de tehuanas o de jarochas, y no vacilaban, al igual que Frida, en comprarse enaguas de percal y rebozos de bolita. El rebozo era un ''must'' de Cartier. Pero nadie como Frida para mostrar al mundo una indumentaria producto de su creatividad. A ella la visitaban en la Casa Azul los vendedores de cuentas, los aboneros y su propia costurera cortaba faldas de holanes. Frida mandaba traer de Puebla, de Veracruz y de Oaxaca el arte y el color que sale de la imaginación de los maravillosos artesanos mexicanos. Compraba manta, percal y hasta cretona en La Merced, y sus faldas de a tres por cinco se volvían atuendos reales.

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