LETRA S
Julio 1 de 2004
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Género y poder en las relaciones sexuales

En todos los lugares y en circunstancias variadas, los programas de planificación familiar y de prevención de infecciones transmitidas sexualmente se han topado una y otra vez con la misma barrera: los desequilibrios de poder en las relaciones de pareja, que afectan, dificultan y entorpecen la toma de decisiones favorables a la salud de sus integrantes. Basada en la revisión de las estadísticas existentes, la demógrafa Ann K. Blanc documenta las consecuencias de estos desequilibrios y aboga por los beneficios derivados de los programas de salud reproductiva que toman en cuenta la relación entre poder y género.

Ann K. Blanc

El poder en una relación sexual puede referirse a la capacidad relativa de una persona para actuar autónomamente, dominar en la toma de decisiones, adoptar un comportamiento contrario a los deseos de su pareja, y en definitiva controlar sus actos. Lo importante no es el poder absoluto de uno u otro miembro de la pareja, sino la influencia comparativa que cada uno tiene en relación con el otro. El poder basado en el género deriva del significado social que se atribuye a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. De modo amplio, "género" se refiere a las expectativas y normas compartidas en una sociedad con respecto al comportamiento, las características y los roles masculinos y femeninos que se consideran adecuados. Nuestra premisa es que el poder de género en las relaciones sexuales carece con frecuencia de equilibrio, y que por lo general las mujeres tienen menos poder que los hombres. Algo más: estos desequilibrios operan en el contexto de un doble patrón casi universal que otorga a los hombres una libertad sexual y una autodeterminación mucho mayores que los que disfrutan las mujeres.

Las relaciones de poder basadas en el género pueden tener un efecto directo en la capacidad de los miembros de una pareja para adquirir información y tomar decisiones relacionadas con su salud reproductiva y la de quienes dependen de ellos. Los efectos directos incluyen, por ejemplo, la influencia de estos desequilibrios de poder en la capacidad que tienen las mujeres para negociar el uso del condón con sus parejas. Aunque todo este marco implica que el miembro con más poder es quien pudiera alcanzar mejor sus metas, la aceptación de la pareja puede complicar el asunto, pues dependiendo de la situación, dicha aceptación puede ser sólo resultado de una falta de poder o de un ejercicio del poder que consiste en condescender a los deseos de la pareja. Por ejemplo, tener hijos puede incrementar un poder relativo de la mujer dentro de una relación.

Las relaciones de poder tienen un vínculo causal muy claro con la violencia o con la amenaza de violencia dentro de las relaciones sexuales, y dicha violencia tiene a su vez un impacto sobre la salud. Los servicios de salud reproductiva pueden tener un efecto mediador, dependiendo del modo en que abordan la influencia del poder. Por ejemplo, cuando una mujer aparece con desventajas en una relación de pareja, los servicios de salud pueden intervenir para mejorar su habilidad de adquirir información y tomar decisiones apropiadas a su situación. A la inversa, los servicios que ignoran dichas relaciones de poder o que refuerzan los desequilibrios, pueden contribuir a disminuir las capacidades femeninas para promover su propia salud.
 
 

La comunicación marital

En los últimos años, un conjunto considerable de literatura especializada ha nutrido nuestra comprensión del contexto en que se toman las decisiones en materia de salud sexual y reproductiva de una pareja. Buena parte de estos trabajos se concentran en la comunicación conyugal. De modo general, los estudios muestran que la comunicación verbal en la pareja es baja y que las desigualdades de poder basadas en el género contribuyen a fomentar esa falta de comunicación. Entre las parejas que discuten la planeación familiar, dicha discusión tiene lugar sólo después de uno o más nacimientos. Las mujeres y los hombres pueden creer que sus parejas se oponen a esta planeación y vacilan en discutirla por miedo a disgustar a su compañero o compañera y provocar un conflicto en la relación. Además, las mujeres mucho más jóvenes que sus parejas (y al parecer con menos poder), tienen menos posibilidades de comunicarse con ellas.

Estudios sobre infecciones sexualmente transmisibles, particularmente el VIH/sida, muestran la dificultad de algunas parejas para discutir estas cuestiones, dado que pueden suscitar interrogaciones espinosas en torno de la fidelidad conyugal. Cuando las mujeres o los hombres abordan el tema con sus parejas, corren el riesgo de ser acusados de promiscuos, de tener parejas extramaritales o de estar ellos mismos infectados. El simple hecho de hablar de sexo también resulta difícil para muchas parejas. Los hombres y las mujeres carecen de un lenguaje para describir sus deseos y sus miedos, y pueden en particular mostrarse renuentes a reconocer su ignorancia sobre asuntos sexuales a la hora de discutirlos. Los resultados de varios estudios sugieren que buena parte de la comunicación en torno a temas reproductivos y sexuales se da indirectamente o de manera no verbal, debido a los desequilibrios de poder en las relaciones de pareja.
 
 

Violencia de género y anticoncepción

La violencia de género es posiblemente la manifestación más apremiante de desigualdad de poder en las relaciones sexuales, y tiene una multitud de efectos negativos sobre la salud de las mujeres. Una revisión reciente de los estudios que miden la prevalencia de la violencia física, señala que ésta es más común de lo que se pensó anteriormente. Los resultados de casi 50 encuestas poblacionales a nivel mundial señalan que entre 10 y 67 por ciento de las mujeres reportaron haber sido lastimadas físicamente por su compañero en algún momento de sus vidas. El daño al bienestar físico y mental de las mujeres puede ser mayor que el perjuicio inmediato y puede incluir depresión, ansiedad, problemas ginecológicos (por ejemplo, dolor pélvico crónico), aborto y complicación del embarazo.

Aunque los hombres son a menudo quienes toman las decisiones en materia de planeación familiar, bien pueden dejar la ejecución de sus decisiones a sus compañeras. A esta actitud la refuerzan los servicios de salud reproductiva dirigidos exclusivamente a las mujeres. Estos servicios "absuelven" a los hombres de la responsabilidad directa en el control de la natalidad, y hacen que los hombres consideren a la planeación familiar como un mero "asunto de mujeres". Uno de los resultados de este énfasis es que el peso del uso de anticonceptivos recae más fuertemente en ellas. A nivel mundial, cerca de 85 por ciento de las parejas casadas practican la anticoncepción, y de éstas sólo cerca de 28 por ciento utilizan un método que requiere de la cooperación masculina (es decir, esterilización del hombre, uso del condón, abstinencia periódica, o retiro del órgano sexual).

La utilización secreta que hacen algunas mujeres de los métodos anticonceptivos es uno de los ejemplos más claros de las consecuencias potenciales de la desigualdad de poder en las relaciones sexuales. Y lo hacen por razones diversas: sus parejas desaprueban la anticoncepción, ellas ya no desean tener más hijos o experimentan dificultades para hablar con ellos del uso de anticonceptivos. Practicar la anticoncepción abiertamente, desafiando los deseos de la pareja, puede ser algo difícil para las mujeres, en particular para aquellas que dependen económicamente de sus maridos o cuyos compañeros puedan amenazarlas con procurarse otra mujer, con la separación, el divorcio o la violencia. En muchos ámbitos se considera poco característico de una buena esposa oponerse a la voluntad de su marido. El miedo a ser descubierta se vuelve un lastre continuo y la búsqueda de asistencia médica para solucionar problemas o tratar efectos secundarios resulta, en este contexto, algo inconveniente.

Quienes han intentado desarrollar programas de salud con incidencia directa en las relaciones sexuales a menudo se han enfrentado a la noción de que las relaciones de género forman parte de un componente "cultural", algo nebuloso, estático e impermeable a toda intervención de este tipo. Más aún, existen muchas reticencias para influir en normas relacionadas con el género por temor a ser tachados de insensibles a los valores culturales o de mostrar poco respeto a la tradición. Sin embargo, muchos programas relacionados con prácticas tradicionales y creencias profundamente arraigadas han tenido, pese a todo, un éxito considerable al promover la equidad de género. Una conclusión preliminar sugiere que cuando la relación de género y poder se vuelve un aspecto básico en los programas de salud sexual y reproductiva, el beneficio es considerable para las mujeres y para los hombres.
 
 

Artículo tomado de Studies in Family Planning, volumen 32, número 3, septiembre de 2001. (Versión editada.)
Traducción: Carlos Bonfil.