LETRA S
Julio 1 de 2004
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Crónica Sero

Por Joaquín Hurtado

Caetano Veloso y su fina estampa en el compact disc. Mi soledad y los llanos amarillos de la estepa norestense se funden en un horizonte ilimitado, exasperante. Vengo de MacAllen, donde participé como ponente con el tema de Estigma, Homofobia y Sida. Al finalizar mi choro las asistentes me extendieron sus manos y sus tarjetas. Emocionadas porque les leí fragmentos de Crónica Sero. Mujeres latinas de toda la Unión Americana, mujeres inagotables, duras, maternales, que enfrentan al monstruo en las comunidades de trabajadores ilegales de Wyoming, California, Virginia, Florida, Washington...

¿Qué hacer cuando un hombre afeminado es rechazado por sus compas en una tierra ajena, hostil, amenazante? ¿Qué hacemos si ese chico resulta "sida positivo"; lo regresamos a Puebla, Oaxaca, Michoacán, a que acabe de morir y matar a su familia; lo llevamos a un hospital a secarse en la más absoluta soledad? Preguntas de las talleristas para las que no tuve ni tendré respuestas. Sólo bastonazos de ciego ante la ola encrespada de una epidemia insobornable. En eso pienso mientras canto con Caetano.

Entonces, en medio de la nada aparece un grupo de hombres armados. Uniforme verde olivo: un retén militar. Con el sol a plomo los soldaditos se desparraman bajo los huizaches. Uno los compadece, los admira. Yo también los deseo. Con la sed en los ojos y el aburrimiento en sus ademanes hieráticos no parecen humanos, sino estatuas de roca verde, antigua, calcinada.

Me interroga un acento costeño: "¿De donde viene, caballero? Le contesto en lengua maricona, impostada, sumisa; miento: "Vengo de Reynosa, de una boda".

-"¿Y qué tal estuvo el baile?"

-"Un poco aburrido, no llegó mi galán."

-"Falta de confianza, mi amigo, aquí es lo que más sobra."

-"Pero me dan miedo los uniformes."

-"Nosotros lo curamos de espanto. ¿Trae armas, explosivos, algo indebido?"

-"Nomás mi cabeza, que me va a estallar de calor."

Me indica con la mano y una sonrisa que siga mi camino. Lo veo a la distancia por el retrovisor. Los enamorados se dicen adiós con los ojos, para siempre. Me detengo en el acotamiento, indeciso si seguir o regresar y aventarme el tiro, darle mi número, decirle te amo desde antes de conocerte. Estupideces, joterías. Regreso a la cinta de Caetano y a la carretera. Monterrey dista dos horas de insolación.

Días más tarde abro el diario y leo la noticia: un elemento del glorioso y macho ejército nacional ganó la batalla legal contra la discriminación de la que fue víctima por su "sida". Yo ya olvidé el rostro de mi soldadito de las llanuras en llamas. Duermo feliz y sereno sabiendo que un santo abogado protege a nuestros cadetes y los rescata de las garras de estulticia y maldad de algunos burócratas castrenses; funcionarios más perversos que esta pobre lobita premiada, que un buen día fue a dar un taller de homofobia a la frontera y en pago le obsequiaron una sonrisa blanca, varonil, inocente. ¡Vivan nuestras Fuerzas Armadas!