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México D.F. Miércoles 23 de junio de 2004

Carlos Martínez García

Más allá de la marcha

El Yunque está recibiendo más publicidad que nunca antes. Ese grupo cerrado, intolerante y autoritario, conformado por iluminados que blanden sus armas contra lo que consideran el mal, nunca ha tenido una convocatoria de importancia. Por naturaleza son renuentes al gran público, su carácter sectario es incompatible con la apertura a la participación popular. Un gran favor se les hace cuando se les tiene con capacidad para aglutinar a miles de ciudadanos en una marcha contra la inseguridad y la delincuencia existentes en las calles de nuestra capital.

Es un error del gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador señalar a la ultraderecha como la fuerza principal de la movilización del próximo domingo. No me cabe la menor duda de que entre los convocantes se encuentran conspicuos personajes del conservadurismo que buscan capitalizar el descontento ciudadano. La entrega de esta semana de la revista Proceso hace un buen recuento de la infiltración de tres líderes yunquistas en la organización de la marcha dominical. A ellos les interesan más los efectos políticos de la demostración, golpear la popularidad del jefe de Gobierno, que solidarizarse con las víctimas de quienes usufructúan la organización de los delitos. Para empezar hay que tener esto en claro. El problema es quedarse en esta etapa y no reconocer que es muy alto el porcentaje de ciudadanos que se van a movilizar porque han sido agraviados, vejados, por delincuentes que han encontrado nichos protectores para sus acciones en la altísima impunidad que gozan quienes asaltan o secuestran en esta nuestra entrañable urbe.

Si hay un tópico en el cual López Obrador contaría con un respaldo ciudadano abrumador, superando con mucho las intenciones de voto en su favor para el 2006 (si es que lo dejan competir los golpes bajos del foxismo), ese tema es el de afrontar clara y decididamente la inseguridad en el DF. Al descalificar la marcha del domingo, señalándola como un complot de la ultraderecha, está lastimando a muchísimos ciudadanos que se movilizarán por la sencilla razón de haber sido asaltados en los microbuses, despojados con violencia de sus automóviles, mujeres violadas en los taxis piratas que inexplicablemente circulan por la ciudad, secuestrados por varias semanas o unas cuantas horas, y otras víctimas de policías o ex policías. Al agravio original padecido por el delito es un yerro agregarle el de la estigmatización política.

En lugar de darle resonancia a un grupo como El Yunque, la tarea de un gobierno democrático -y que pese a todas las embestidas en su contra tiene un amplio respaldo de los capitalinos- es encabezar los esfuerzos institucionales y personales por hacer avanzar la legalidad e ir disminuyendo los espacios a quienes medraron al amparo de un sistema que premiaba los abusos de todo tipo, y de los cuales todavía seguimos padeciendo sus efectos. Aunque varios indicadores muestran que algunos delitos en el DF están bajando, es una mala estrategia publicitar esas cifras como importantes logros por parte del procurador Bernardo Bátiz, cuando es tan elevado el número de delitos cometidos que no se denuncian por la alta desconfianza en el aparato de justicia. Los gastos en seguridad que deben presupuestar en la ciudad de México desde pequeños negocios hasta grandes empresas son cargados a los ciudadanos en general, que deben pagar más por un servicio o producto, lo que deprime su ya de por sí castigado poder adquisitivo. El hecho de que asegurar un auto cueste más en la capital del país rebate por sí mismo cualquier discurso sobre la disminución de robos de ese medio de transporte.

Los enemigos del gobierno lopezobradorista no son los ciudadanos que acudirán a la marcha. La forma de ganarlos y hacer un frente con ellos y ellas pasa por reconocer la necesidad de reforzar las medidas para hacer más segura nuestra ciudad. A quienes han padecido la violencia delincuencial poco les importa si alguien está buscando instrumentalizar políticamente su traumática experiencia. Buscan comprensión para lo que les pasó, una cierta identificación con su causa. En estas circunstancias de alta emocionalidad es contraproducente buscarle fines políticos a los agravios padecidos. El ejercicio debe ser otro: aceptar que pese a los avances en ciertos campos en la lucha contra la delincuencia, ésta sigue actuando en otros terrenos y la lid contra ella hace imprescindible la cooperación de autoridades y ciudadanía. No hay que regalarle banderas a los que buscan montarse en una legítima demanda de mayor seguridad en la metrópoli.

La marcha del domingo va a pasar, tal vez sea multitudinaria o nada más conformada por integrantes de los organismos convocantes. Sin embargo la cuestión de los altos índices de delincuencia seguirá como riesgo que es necesario tener en cuenta cuando vivimos en el DF. Hacer declinar drásticamente ese riesgo es tarea primordial de un gobierno que escucha los reclamos de los ciudadanos. Además fortalecería un proyecto de gobierno que busca ser diferente al conservadurismo panista y sus extremos yunquistas.

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