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México D.F. Miércoles 23 de junio de 2004

Arnoldo Kraus

Chéjov: letras y recetas

Quizás a Anton Chéjov le hubiese gustado llenar las recetas de sus pacientes con algún poema o con un brevísimo cuento que explicase la naturaleza de la enfermedad, los tipos de medicina y su posología. En los casos más graves, dos o tres renglones podrían haberse destinado al pronóstico y cuando no existiese medicina que ofrecer, alguna sugerencia literaria, como parte del tratamiento, podría haber ocupado el último espacio en blanco de la receta. Si yo hubiese sido su paciente habría, sin duda, escogido alguna de sus obras.

Chéjov estudió medicina para poder sostener a su familia y escibió con fruición por la misma razón. A los 19 años publicó sus primeras obras pequeñas en la prensa moscovita, escritos que le permitían ganar el dinero "suficiente" para seguir estudiando y mantener a su madre y a sus hermanos más jóvenes. Ese modus vivendi -medicina y literatura- persistió casi hasta el final, cuando, vencido por la tuberculosis, dejó de escribir.

Además de médico y escritor, Chéjov fue enfermo desde joven. En 1884, cuando tenía 24 años, tuvo su primera hemoptisis. Pronto entendió que esa hemorragia era el primer signo de la tuberculosis que a la postre fue la causa de su muerte. Además de la tisis, con frecuencia sufría ataques de diarrea y estreñimiento, seguramente secundarios a hemorroides. Es válido presuponer que muchos de sus escritos contenían la mirada con la que el enfermo atisba la vida.

Si se suman "las vidas" de Chéjov, médico, escritor y enfermo, se comprenden "los porqués" de los contenidos de sus textos y las razones por las cuales lograba retratar con tanta soltura, con tanta pasión y con tanta certeza a su gente. Gracias al ejercicio médico Chéjov estuvo en contacto con toda suerte de personas. Por su consultorio pasaron dueños de fábricas, campesinos, obreros, empleados fiscales, terratenientes empobrecidos y personas que provenían de los círculos literario y artístico. Estos últimos luchaban por sobrevivir, por lo que era infrecuente que pagasen la consulta.

Todos esos personajes ocupan sendos lugares en los escritos de Chéjov. En la mayoría, el autor logró esbozar un perfil lúdico e irónico que sin duda persiste hasta la fecha, pues, como apuntan las crónicas periodísticas, Chéjov sigue siendo presencia constante en los escenarios de Moscú. Los retratos, la catarsis, el análisis, las autopsias y las vivencias de esos seres siguen siendo vigentes. En ellos dibuja con singular sencillez al ser humano. Al ser humano que brega por la vida, que tiene esperanzas y que ríe cuando éstas se cumplen o llora cuando se van, que ama y que lucha por darle valor al tiempo. Chéjov es espejo de su pueblo: describió con maestría las honduras de la incomunicación y los dolores de la soledad. En su inmensa producción -entre 1882 y 1887 escribió más de 600 relatos- el pueblo ruso habló, lloró, rio e ironizó.

Somerset Maugham, quien estudió medicina antes de dedicarse exclusivamente a la literatura, escribió un largo prólogo a uno de los libros de Chéjov. Ahí afirma: "... tengo razones para pensar que el entrenamiento al que debe someterse un estudiante de medicina es muy beneficioso para un escritor". No pocos han considerado que parte del éxito de Chéjov como escritor provenía de la clínica -del griego, al pie de la cama-. Clínica es sinónimo de observar, escuchar, mirar, palpar. La escritura es una forma de clínica, donde papel, imaginación y letras devienen historia, devienen cura.

En Chéjov -y también en Maugham- esa idea fue cierta. No hay duda de que en sus relatos, las diversas caras de la naturaleza humana son enfocadas bajo la mirada médica que diseca por múltiples cauces las profundidades del ser humano. El dolor desemboza y la amenaza de muerte expone al ser humano tal y como es. Son incontables los relatos donde Chéjov, a partir de la enfermedad, desnuda al ser humano y hurga en el alma. Maximo Gorki lo dice mejor: "Nadie ha comprendido tan clara y sutilmente como Chéjov la tragedia de las pequeñeces de la vida; nadie hasta él ha sabido dibujar a los hombres con implacable veracidad y mostrar el cuadro vergonzoso y desalentador de su vida en el opaco caos de su mezquindad de cada día".

Se dice que Chéjov nunca ejerció una medicina de "alto nivel". Después de recibirse no hizo más de tres meses de práctica hospitalaria. Se afirma también que sus enfermos mejoraban pues el trato que les brindaba era afectuoso y lleno de cariño. Lo mismo sucede en muchos de sus relatos: el alma queda expuesta en pocas palabras. A la distancia es difícil saber si la pluma de Chéjov era más curativa que sus medicinas. Quizás por eso pienso que Chéjov debería haber escrito recetas con cuentos o pequeños relatos y no recetas con los nombres de las medicinas.

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