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México D.F. Domingo 13 de junio de 2004

Angeles González Gamio

Las maravillas de Iztacalco

Como hemos comentado anteriormente, la actual ciudad de México está conformada por antiguas villas, barrios y pueblos que tenían su propia personalidad, y en el caso de las villas y muchos pueblos, su propio gobierno. El crecimiento desproporcionado de la antigua urbe que originalmente fundaron los aztecas entre los lagos, fue absorbiendo estas poblaciones, la mayoría de las cuales, sin embargo, han conservado gran parte de sus tradiciones, fiestas y patrimonio cultural y arquitectónico.

Uno de estos sitios es Iztacalco, en donde un grato recorrido dominguero con su culto cronista, don Francisco Cázares Alvarado, nos permitió conocer las maravillas que se conservan en el que fuese importante poblamiento desde la época prehispánica, particularmente por su cercanía a una de las afluentes más importantes de la cuenca, que habría de conocerse como el canal de La Viga, que iniciaba su recorrido en la población de Chalco, seguía por Xico, atravesaba el dique de Tláhuac, cruzando en su camino por los pueblos de Culhuacán, Mexicaltzingo, Iztacalco y Sanita Anita; al llegar a la ciudad de México entraba por la garita de La Viga y terminaba en las calles de Roldán, en el corazón del barrio de La Merced.

Tras la conquista, en 1564 los franciscanos fundaron un pequeño convento bajo la advocación de San Matías, considerado el patrono de Iztacalco, que, con ciertas alteraciones, aún se conserva. La imagen del santo, bello estofado del siglo XVI, tiene su leyenda, pues se supone que el patrono era San Joaquín, cuya representación, igualmente notable, se encuentra en una capilla lateral, pero en una escala forzosa debido a una tormenta, en ruta a que lo repararan en la ciudad de México, los custodios de San Matías pidieron refugio en el nuevo templo; al día siguiente, al tratar de levantarlo para continuar su camino, se tornó tan pesado que no pudieron moverlo y cuando finalmente lo lograron, voluntarioso se regresó, con lo que se concluyó que San Matías quería estar ahí, ante el malestar de los dueños de la escultura, habitantes de un pueblo vecino, que tuvieron que sujetarse a la firme voluntad del santo.

También conserva un cristo sangrante, de caña de maíz, de tamaño natural, muy impresionante. La iglesia está edificada sobre un templo prehispánico, cuyos materiales con seguridad se utilizaron para levantar San Matías, ya que en algunos muros aparecen piedras labradas con símbolos aztecas.

Otro templo que vale la pena conocer es el de la Santa Cruz, construido a finales del siglo XVI; en el altar mayor, que luce un retablo mudéjar recubierto de hoja de oro, ocupa lugar principal una gran cruz de plata, que se saca en las procesiones, y a un lado muestra dos cristos, también hechos de pasta de caña de maíz. Es interesante advertir el techo de dos aguas, cubierto con su "cielo", como eran en el siglo XVI todas las iglesias en la ciudad de México. El primer libro de la vicaría data de 1662 y registra ocho diminutos barrios periféricos. El padrón menciona que en 1848 el 96 por ciento de los habitantes eran hortelanos o chinamperos. Actualmente conserva siete barrios, dos pueblos, 25 colonias y 63 unidades habitacionales; es la delegación con más densidad poblacional: š32 mil habitantes por kilómetro cuadrado!

Celosos custodios de sus tradiciones, en Iztacalco hay fiesta diario, pues nunca falta la conmemoración de algún santo o fiesta cívica y algunos festejos en los que participan todos los barrios, como la fiesta de San Matías, en la que cada uno hace su portada de flores, en lo que son famosos, así como en las que hacen con semillas y para ciertas fiestas con juguetitos de barro, estas últimas, especialmente en el barrio de los Reyes.

También conservan recetas que nos hablan de su antigua vida chinampera: el pato totopaguas, los tamales de ancas de rana, de garbanzo, de acelga, de menudencias de pollo y el afamado curado de ostión, que hasta hace poco se podía beber en las pulquerías Los hombres sin miedo y La india bonita. Increíblemente sobrevive una fiesta de origen prehispánico: la izkal-ilwitl o fiesta de la primavera. Santa Anita era de fama por sus tamales y atoles, según nos comenta la joven cronista del pueblo, Georgina Gómez.

De mucho más sobre Iztacalco se puede enterar en el reciente número de la revista A pie. Crónicas de la ciudad de México, en el que escribe el cronista Cázares, quien oportunamente nos recomendó el restaurante Mar y Tierra, situado en calzada de La Viga, donde puede saborear una buena sopa de mariscos, unos pulpos al ajillo, su vino blanco bien frío, y de postre unos mexicanísimos chongos.

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