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México D.F. Domingo 13 de junio de 2004
El delito por el que purgará esa condena
estaba a sólo tres días de prescribir
A punto de librarse de cadena perpetua detienen en
el país a anarquista francesa
Se refugió en Jalapa tras ser acusada en Francia
de participar en varios actos terroristas
BLANCHE PETRICH
Florencia Rivera Martín, residente en Jalapa, esperaba
que el pasado 16 de mayo su vida diera un vuelco definitivo, después
de vivir los pasados 22 años de su vida a salto de mata. Ese día
se cumplirían 20 años de que fue dictada, en ausencia, una
sentencia a cadena perpetua en un tribunal de París contra Hélène
Castel -su verdadero nombre- y se extinguiría la acción penal
en su contra. A tres días de cumplirse el plazo de 20 años
que contempla la ley francesa para la prescripción del delito, elementos
de la Agencia Federal de Investigación la detuvieron en la capital
veracruzana, según informó en un boletín la Procuraduría
General de la República (PGR). Y la larga fuga de esta anarquista
de la ya desaparecida brigada Action Directe, de Francia, llegó
a su fin.
Las antenas locales del Servicio Técnico Internacional
de la Policía Francesa llevaban tiempo siguiéndola y al fin
-como dicen las viejas novelas policiacas- le echaron el guante.
Hoy, a los 45 años y ya sin su falsa identidad
mexicana, la francesa espera en el Reclusorio Sur del Distrito Federal
el juicio de extradición número 2/2004-H.
La orden de captura provisional con fines de extradición,
emitida por el juez octavo de distrito a petición de la justicia
francesa, se giró mientras el secretario de Relaciones Exteriores,
Luis Ernesto Derbez, se encontraba en París, en una gira de trabajo,
justamente entre el 11 y el 14 de mayo. ¿Casualidad?
Cuando Hélène Castel tenía 21 años
militó en Action Directe (AD), un grupo de extrema izquierda que,
como las Brigadas Rojas italianas, la Rote Armee Faktion de Alemania y
otras más de denominación anarquista, reivindicaba acciones
terroristas como método de lucha contra "el Estado burgués".
Una lucha feroz y desesperada que llevó a estos grupos a lo que
en la época los analistas llamaron "desapego de la realidad".
El 30 de mayo de 1980, AD asaltó un banco en pleno
centro parisino y tomó varios rehenes. En el fuego cruzado varios
resultaron heridos, incluido el director de la sucursal. Se presume que
Hélène Castel participó en la acción, junto
con Joelle Aubron, Natalie Menigon, Jean-Marc Rouillan -jefe del grupo-
y Georges Cirpiani.
Los procesos
En
1985 y 1984, el mismo grupo reivindicó los asesinatos de un inspector
general de la policía, René Audran, y de un directivo de
la empresa Renault, Georges Besse. Los cuatro primeros fueron detenidos.
Hélène logró huir. En juicios ante la corte de casación
entre 1989 y 1994, los cinco fueron condenados a cadena perpetua con una
penalidad adicional. Los primeros 18 años serían de reclusión
en aislamiento total. La sentencia, en ausencia de Castel, también
fue aplicada a la fugitiva.
Para estos cuatro reos, que la prensa francesa describe
como "viejos", a pesar de que el mayor de ellos tiene 53 años, el
año próximo concluye el periodo de aislamiento para los denominados
"detenidos particularmente señalados", un régimen draconiano
que incluye, además del aislamiento, escasos derechos de visita
estrictamente monitoreados y vigilancia extrema. Esto les permitirá
inclusive la posibilidad de que sus casos sean revisados y eventualmente
obtengan su libertad condicional. Pero para los cuatro, esta ventana se
abre demasiado tarde.
Organismos de derechos humanos empiezan a debatir si este
método carcelario vigente en toda Francia no es otra cosa que una
tortura prolongada, una sesión que en estos cuatro presos dura ya
más de 200 meses.
La ley francesa se ha enconado con este grupo de ex guerrilleros,
y el régimen carcelario que padecen se acerca más a la venganza
que al castigo. Sin serlo, parecen ancianos, casi ciegos y con serios trastornos
mentales y físicos. Natalie Menigon, de 47 años, presa en
Pas de Calais, está hemipléjica, sufre depresión profunda
y ha intentado suicidarse en varias ocasiones. En marzo de este año
se le negó la liberación condicional por razones humanitarias.
Joelle Aubron, de 45, fue internada recientemente con
un tumor cerebral en un hospital de Lille. Aunque le quedan pocos meses
de vida, se le negó el indulto humanitario y de regreso a la soledad
de su celda se encontró con nuevas restricciones: ahora se le prohíbe
hablar por teléfono en alemán con sus amistades; sus camisetas
con insignias de Action Directe le fueron confiscadas y fue obligada a
tomarse una nueva foto para su credencial, ésta con la cabeza rapada
en consecuencia de la operación a la que fue sometida. Jean Marc
Rouillan, de 51, es atendido en un hospital de Lyon de un cáncer
pulmonar que ha desarrollado metástasis en el sistema linfático.
Sus condiciones carcelarias extremas dificultan a tal grado la atención
médica que cada vez que acude a la clínica, ésta es
desalojada en su totalidad y ocupada, cada cinco metros, por hombres armados.
Las citas para recibir tratamiento demoran entre 15 días y tres
meses.
Por último, Georges Cirpiani, de 53, ha sido transferido
al hospital siquiátrico de Sarreguemines y recluido en el pabellón
de "pacientes difíciles". De ahí saldrá, según
el parte médico, cuando "se recupere de la locura".
Otro militante, este cercano a las Brigadas Rojas de Italia,
Cesare Battisti, que no fue juzgado por hechos de sangre, pero a quien
se le consideraba ideólogo de esos grupos anarquistas hoy extintos,
vive otra situación. Libre bajo el compromiso ofrecido en su momento
por el ex presidente François Mitterrand de no ser extraditado a
Italia, hoy corre el riesgo de ser entregado al gobierno de Silvio Berlusconi
por cortesía de su homólogo Jaques Chirac. Battisti es hoy
un escritor e intelectual reconocido, un hombre con una identidad muy diferente
a la de aquel que era hace 20 años; los años de plomo,
como les llaman.
"Es como si para Battisti y los cinco de Action Directe
no hubiera transcurrido el tiempo", escribe el periodista Cesare Martinetti,
de La Stampa, en un artículo para Le Monde, sin posibilidad
de salir de ese estado de desvinculación de la realidad que caracterizó
a esos movimientos armados europeos de hace 20 años.
En Italia, sin embargo, las políticas carcelarias
para estos casos son muy diferentes y Battisti, de ser extraditado, enfrentaría
condiciones menos desfavorables que el penoso panorama que seguramente
encontrará Hélène Castel si el gobierno mexicano la
entrega a las autoridades judiciales francesas. Pese a todo, la justicia
en Italia, donde los antiguos cuadros de organizaciones terroristas, como
las Brigadas Rojas o Prima Línea, no fueron juzgados por tribunales
especiales sino por jueces del orden común, ofreció a los
combatientes presos vías de salida de su asociación con el
terrorismo. Normas generales -como la llamada ley Gozzini- y recursos
legales particulares permitieron que los militantes de estos grupos, muchos
de ellos responsables de asesinatos, se acogieran a iniciativas que, sin
obligarlos a pedir perdón, a entregar a compañeros o a renegar
de sus respectivas organizaciones, les representaban atenuantes a cambio,
simplemente al asumir su responsabilidad sobre los actos contra el Estado.
Los atenuantes se traducen, en ocasiones, en derechos
de "trabajo exterior". De este derecho se beneficiaron, por ejemplo, Alberto
Franceschini, uno de los jefes históricos de las Brigadas Rojas,
y Mario Moretti, quien inclusive participó en el comando que asesinó
al primer ministro Aldo Moro, ambos con varias sentencias a perpetuidad
acumuladas. Los dos han hecho trabajo social fuera de prisión, en
Turín, sin haber renegado de su pasado.
Otro caso es el de Anna Laura Braghetti, que también
purga una pena de por vida. Ella escribió el libro El prisionero,
su visión personal sobre el trágico episodio del secuestro
y muerte del líder de la Democracia Cristiana, de primera mano,
puesto que ella fue la custodia de Moro. El libro dio pie para la realización
de la película Buongiorno notte (Buenos días, noche)
que precisamente analiza el fenómeno del "desapego de la realidad"
que caracterizó la violencia ciega de aquellas organizaciones armadas
de los años 70 y 80.
Una revisión crítica del pasado que las
cárceles francesas no han permitido vivir a esos protagonistas de
la anarquía y el terrorismo, hoy enterrados en vida.
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