México D.F. Lunes 7 de junio de 2004
Su público lo recibió con cinco
minutos de aplausos
Raphael hizo de cada tema una gran obra de teatro en
el Auditorio
ARTURO CRUZ BARCENAS
Desde los 14 años, el cantante español Raphael
es un auténtico divo. Perdió su niñez, dice
sobre su vida. Con el rostro marcado por el éxito y el aplauso,
con dejos de lo que fue su portentosa voz, se presentó en el Auditorio
Nacional, el pasado sábado, donde de cada una de las más
de 30 canciones que interpretó hizo una pequeña gran obra
de teatro.
Eso es una canción para El divo de Linares
y cada pieza es un fragmento del gran teatro del mundo, agrega. A las 20:05,
damas maduras, más de otras generaciones, encantadas por su magnanimidad
y magnetismo, lo recibieron con un aplauso que duró cinco minutos.
No había dicho ni buenas noches.
"Hoy para mí puede ser especial/ puede ser mi gran
noche..." "Más dicha que dolor hay en el mundo." "Yo sigo siendo
aquél". "Yo no he vuelto a encontrarla jamás/desde aquel
día/ Y de noche con quien soñará/ desde aquel día/
Es posible que esté como yo/recordando mi amor."
Las
mujeres y hombres, que repitieron sus canciones, al oír cada uno
de los temas, fueron impactados y sus sentimientos removidos. Los recuerdos
acumulados durante más de 40 años hicieron erupción.
Algunos lloraron, otros aplaudieron, otras gritaron, unas más le
lanzaron flores, sobre todo rosas rojas, que cayeron sobre el escenario,
que al final quedó tapizado de saludos color carmesí.
Levantó un ramo de tulipanes amarillos, que fue
a colocar sobre una mesa. A mitad de cada composición se retiraba
para que la melodía inundara el foro de Reforma; regresaba como
torero que mide a su rival, para fijarle la vista y reiterar quién
manda.
Al interpretar Esta noche, dirigió su voz
hacia una silla y la letra se sobre dimensionó. Había un
fantasma sentado. Era a ella a la quien le cantaba: "¡No puedo alejarte
de mí! Me aprietas el alma/ me abraza el recuerdo..." Remató
el momento aventando la silla lejos, en una renuncia.
Los claroscuros, la iluminación, la escenografía
fueron parte esencial del show de este cantante acostumbrado a dominar
al público, a quien obliga a aplaudir a voluntad. Si no recibe lo
que quiere busca otra forma de controlarlo. El artista soy yo, y yo soy
un divo. Soy Raphael, El divo de Linares.
Con Vámonos, de José Alfredo Jiménez,
su voz alcanzó niveles de calidad semejantes a los de sus mejores
días. El tema alude a la utopía del amor vencedor sobre el
dinero que marca diferencias sociales. Raphael ha crecido con su voz; no
fuerza la interpretación, sino la actualiza.
¿Qué tal te va sin mí?, con
la que reivindicó el orgullo de quien fue abandonado. Pasado el
tiempo, aquello que se creía perdido regresa. Aunque no estabas
bien conmigo, te fue peor sin mí. "¿Qué tal te va
sin mí/ dime que no te va muy bien/ que en realidad quieres volver
a estar conmigo?"
En carne viva, Amo, Amor mío...
Estuve enamorado de ti, pero ya no siento nada. Una señora
con reboso se levantó y gritó "¡bravo, Raphael!". Su
cabello pintaba canas.
Canción del trabajo, esa que habla de arrastrar
la dura cadena. Escándalo, de un amor a fuerza, de esos de por mis
cananas. Ahora una de sus máximas pequeñas obras de teatro:
Ave María, una oración de quien le habla al ser divino
luego de muchos años. "Es verdad que hace tiempo que te tengo en
el olvido, pero ahora, yo, yo..." De espaldas al auditorio, levantó
su mano derecha hacia un punto del universo, cabizbajo, y un rayo de luz
cayó sobre el ser suplicante. El cuadro fue dramático.
Avanza la noche y muchos se preguntaban cuánto
va cantar. Siguió con Estar enamorado, Qué sabe
nadie... "¡Ah! Olvidaba algo". Y apareció el Mariachi
México de Pepe Villa, con el que cantó No me amenaces,
Corazón, corazón, Llorona y Torero.
El recital ya iba para dos horas y media y regresó
con Yo soy aquel. Algunos se enfilaron hacia la salida. "Ya vámonos,
éste no va a parar". Pero la mayoría quiere seguir oyendo
al verdadero divo, categoría de los que están un paso
más allá de la idolatría. Que han sido pocos en la
historia.
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