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México D.F. Lunes 7 de junio de 2004

Carlos Fazio

Guadalajara y el terror benigno

Los actos de intimidación y represión ejercidos por el gobierno de Jalisco en el marco de la tercera cumbre América Latina, el Caribe y la Unión Europea, se ciñeron a la razón de Estado que los amos del universo y sus subordinados vernáculos han venido imponiendo a millares de manifestantes pacíficos que, de Seattle a Cancún, pasando por Génova y otras latitudes, pregonan que otro mundo es posible e impulsan medidas alternativas a la exclusión social, la pobreza y la desocupación que genera el sistema capitalista.

Quien proteste, es el mensaje implícito en el brutal accionar reproducido ahora por el gobernador panista Francisco Ramírez Acuña, será reprimido con saña, así sea pacifista, cristiano de base, ecologista, nostálgico del socialismo, anarcopunk o hermanita de la caridad. Da igual. La lección principal que surge de la "irracionalidad" del poder en las jornadas tapatías es que la reproducción del actual modelo de dominación requiere de espectadores atomizados y con acceso restringido al campo de la toma de decisiones en el sistema político. Los grupos de elite que controlan el capital y las inversiones tienen muy claros los métodos a seguir. El ciudadano de a pie, que está fuera del sistema privado de dominación y control, puede recurrir a otros métodos. Pero los grupos oligárquicos que poseen y dominan a la sociedad mexicana, y sus actuales administradores del Partido Acción Nacional, desean un público disciplinado, apático, sumiso, que no cuestione sus privilegios y el "ordenado" mundo en el que medran. No toleran los actores colectivos, pensantes, propositivos. Menos si son jóvenes. Requieren masas fragmentadas, rebaños obedientes bajo control ideológico occidental y cristiano.

Para eso necesitan del "terror benigno", como lo llama Noam Chomsky. De la violencia estatal "al por mayor", con el fin de sepultar las razones del movimiento que se opone a la mundialización neoliberal y sus guerras sin fin, "humanitarias" y "civilizatorias". Bajo la consigna "orden o anarquía", con los avales implícitos del presidente Vicente Fox y del secretario de Gobernación, Santiago Creel, en Guadalajara se utilizó de manera coordinada una violencia oficial sin límite (que incluyó el uso de armas de dispersión no convencionales como gas pimienta, gases lacrimógenos potenciados y espuma tóxica), mucho más extensa, tanto en escala como en poder destructivo, que la ejercida por pequeños grupos de manifestantes, entre quienes se prodigaron infiltrados y provocadores (militares y policías vestidos de civil) sembrados por los gobiernos local y federal.

La violencia oficial fue presentada como "reacción protectora". Junto con la elaboración de historias y mitos sobre baños de sangre, la táctica de "la administración de atrocidades" es un viejo recurso del poder. Una vez más la violencia de los de abajo o "al por menor", se manipuló en los medios como "irracional" o "caótica"; antítesis apropiada del mito de la "globalización" buena, inevitable y del "estado de derecho" y la "fortaleza de las instituciones" (Fox dixit). Las dos caras de una misma puesta en escena, como parte de una estrategia de la tensión manejada con habilidad. Una forma de desestabilización afín al terrorismo de Estado, patrimonio de una "violencia al por mayor" aplicada contra los "desobedientes" por la policía militarizada (PFP) y elementos de los cuerpos de seguridad y paramilitares locales.

Cuando un Estado lleva a cabo actos de agresión, vejaciones y torturas, como ocurrió en Jalisco contra manifestantes inermes al final de una jornada de protesta, su sistema de propaganda es el responsable de justificarlo y de eliminar las verdaderas razones sustituyéndolas por pretextos aceptables, incluidos juicios al vapor amañados por ministerios públicos y jueces venales y amafiados. Pero además, sicológicamente, la estrategia de presentar al público un símbolo destructivo y delincuencial (encarnado, según el discurso de los responsables de la seguridad local, por activistas chilangos y cegeacheros), y al mismo tiempo asegurarle que su gobierno está atareado en la resolución del problema, sirve para fijar modelos de comportamiento futuro.

El concepto limitado del "terror" también sirve de pararrayos para distraer la atención de los problemas de fondo, en este caso, la justeza de las demandas pacíficas y las acciones de desobediencia civil de los altermundistas, y ayuda a crear una sensibilidad y un marco mental que permite mayor libertad de acción al Estado.

De comprobarse el uso desmedido de la fuerza "legal", así como las torturas físicas y sicológicas y los ataques sádicos que infligieron a los adolescentes (mujeres y hombres) detenidos, se intentará justificar como "lamentables excesos", hechos "comprensibles", de "legítima defensa" oficial. Pero no hay que engañarse. Guadalajara es un eslabón más en una larga cadena del uso de la violencia oficial contra la protesta organizada. Uno de los objetivos buscado es el escarmiento paralizador como antídoto de los poderosos. La criminalización del movimiento busca imponer un sentimiento de inseguridad y un miedo masivo que inhiba la rebeldía potencial.

Sin embargo, otras luchas vendrán. Pacíficas y constructivas unas, mediante la desobediencia civil o la acción directa de masas otras, según dicten las circunstancias. Lo que vaya surgiendo dentro de un movimiento tan diverso y plural como el que atraviesa hoy a la sociedad mexicana. La contradicción no es pacifistas versus violentos. Otro mundo es posible, es el mensaje que surge de los de abajo. Lo alternativo se mueve, sí. La participación y la movilización son el antídoto contra el proyecto paralizador de los amos del universo y los grupos fascistas locales que se revitalizan en los intersticios del gobierno foxista.

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