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De la
amistad como modo de vida
El 25 de junio de 1984, hace veinte años, el
gran filósofo francés Michel Foucault muere por las complicaciones
derivadas del sida. Sus incisivas críticas a los sistemas de pensamiento
y a las estructuras de poder, y su revisión radical de la historia
de los saberes, a partir de la reflexión sobre el nacimiento de
la locura, del encierro y de la sexualidad, revolucionaron el pensamiento
filosófico. La homosexualidad y la cuestión gay fueron unos
de los temas recurrentes en sus escritos y declaraciones. A manera de homenaje,
reproducimos esta entrevista publicada por la revista Gai Pied en
1981. En ella, el lúcido pensador analiza el potencial creativo
y perturbador de la condición homosexual como un modo de vida por
inventarse y no sólo como una identidad impuesta en la espiral del
deseo.
Por René de Ceccaty, J. Danet y J. Le Bitoux
Tiene usted cincuenta años. Es lector de nuestra
revista Gai Pied desde hace dos años.¿Le parece positivo
el conjunto de sus discursos?
Me parece positivo e importante que exista la revista.
Lo que podría pedirle es que al leerla no tenga yo que plantearme
la cuestión de mi edad. Sin embargo, su lectura me obliga a hacerlo,
y no me gusta mucho la manera en que me induce a hacerlo. Sencillamente
no hay lugar en ella para mí.
Tal vez tiene que ver con la franja de edad de quienes
colaboran en ella y de quienes la leen: una mayoría entre 25 y 35
años.
Seguramente. Entre más se escribe para gente joven,
más concierne la revista a esa gente joven. Pero el problema no
radica en concederle lugar a una edad a lado de otra, sino saber qué
se puede hacer con respecto a la casi identificación de la homosexualidad
y el amor entre jóvenes. Otra cosa de la que debemos desconfiar
es de esa tendencia a reducir la cuestión de la homosexualidad al
problema del ¿Quién soy? ¿Cuál es el secreto
de mi deseo? Tal vez convendría preguntarse: ¿Qué
tipo de relaciones se pueden establecer, inventar, multiplicar, modular,
a través de la homosexualidad? El problema no es descubrir en sí
la verdad de su sexo, sino servirse, desde ahora, de su propia sexualidad
para acceder a una multiplicidad de relaciones. Y es sin duda esta la verdadera
razón por la que la homosexualidad no es una forma de deseo, sino
algo deseable. Debemos empeñarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos
a reconocer que lo somos. El problema de la homosexualidad tiene como desarrollo
último el problema de la amistad.
¿Pensaba esto a los veinte años o lo
ha venido descubriendo con el tiempo?
Desde que recuerdo, desear hombres significó desear
relacionarme con hombres. Eso siempre fue para mí algo importante.
No necesariamente bajo la forma de una pareja, sino como una cuestión
existencial: ¿cómo pueden los hombres estar juntos? ¿vivir
juntos, compartir su tiempo, sus comidas, su habitación, sus diversiones,
sus penas, su saber, sus confidencias? ¿Qué significa estar
entre hombres, "al desnudo", al margen de las relaciones institucionales,
de familia, de profesión, de camaradería forzada? Es un deseo,
una inquietud, un deseo-inquietud que existe en mucha gente.
¿Se puede decir que la relación con el
deseo y el placer, el trato mismo que uno pueda tener, depende de la edad?
Sí, de manera muy profunda. Entre un hombre y
una mujer más joven, la institución facilita la diferencia
de edad; la acepta y hace funcionar. Dos hombres de edades muy distintas,
¿qué código tendrán para comunicar? Están
uno frente al otro, desarmados, sin un lenguaje convenido, sin nada que
los respalde en ese impulso que los lleva uno al otro. Tienen que inventar
de A a Z una relación aún sin forma, y que es la amistad:
es decir, la suma de todo aquello que les permite, a uno y otro, procurarse
placer.
Es una concesión a los demás el presentar
la homosexualidad bajo la forma de un placer inmediato, el de dos jóvenes
que se conocen en la calle, se seducen con la mirada, y se tocan mutuamente
el trasero antes de acabar en un acostón de un cuarto de hora. Hay
en ello una suerte de imagen aséptica de la homosexualidad, y que
pierde toda virtualidad de inquietud por dos razones. Responde a un patrón
tranquilizador de la belleza, y anula todo lo que puede haber de inquietante
en el afecto, la ternura, la amistad, la fidelidad, la camaradería,
el compañerismo, todas esas cosas a las que una sociedad higienizada
no puede reconocerles un lugar por temor a que se formen alianzas y se
propicien líneas de conducta inesperadas. Pienso que es eso lo que
vuelve "perturbadora" a la homosexualidad: el modo de vida homosexual más
que el acto sexual mismo. Imaginar un acto sexual que no se ajusta a las
leyes de la naturaleza, no es eso lo que inquieta a las personas. Pero
que los individuos comiencen a amarse, ése sí es un problema.
Se toma la institución a contrapelo; con intensidades afectivas
que la atraviesan, y a un mismo tiempo la cohesionan y perturban: véase
el ejército, donde incesantemente se convoca el amor entre hombres
y a la vez se le condena. Los códigos institucionales no pueden
validar esas relaciones de intensidades múltiples, de colores variables,
movimientos imperceptibles, formas cambiantes. Esas relaciones que hacen
cortocircuito e introducen el amor ahí donde debiera estar la ley,
la regla o la costumbre.
Decía usted hace un momento: "Más que
llorar por los placeres marchitos, me interesa lo que podemos hacer de
nosotros mismos". ¿Podría precisar?
El ascetismo como renuncia al placer tiene mala fama.
Pero la ascesis es otra cosa: es el trabajo que uno hace sobre sí
mismo para transformarse o para dar paso a ese sí mismo que por
suerte jamás alcanzamos. ¿No sería hoy ése
nuestro problema? Se ha desterrado el ascetismo. Nos corresponde avanzar
en una ascesis homosexual que nos haría trabajar sobre nosotros
mismos e inventar, no digo descubrir, una forma de ser todavía improbable.
¿Quiere esto decir que un joven homosexual tendría
que ser muy prudente con respecto a las imágenes homosexuales y
ocuparse de otra cosa?
Me parece que tendríamos que ocuparnos no tanto
de liberar nuestros deseos, sino de volvernos, nosotros mismos, infinitamente
más susceptibles de experimentar los placeres. Es preciso rehuir
esas dos fórmulas muy asentadas que son el mero encuentro sexual
y la fusión amorosa de las identidades.
¿Podemos ver premisas de fuertes construcciones
relacionales en Estados Unidos, en todo caso en ciudades donde parece resuelto
el problema de la miseria sexual?
Lo que me parece cierto es que en Estados Unidos, aun
cuando subsista el fondo de miseria sexual, se ha vuelto algo muy importante
el interés por la amistad: no se inicia simplemente una relación
para poder llegar al consumo sexual, el cual se da muy fácilmente.
Lo que interesa y polariza a la gente es la amistad. ¿Cómo
acceder, a través de las prácticas sexuales, a un sistema
relacional? ¿Es posible crear un modo de vida homosexual?
Me parece importante esta noción de modo de vida.
¿No habría acaso que incluir una diversificación distinta
de aquella atribuible a las clases sociales, a las diferencias de profesión,
a los niveles culturales, una diversificación que sería también
una forma de relación, y que sería el "modo de vida". Un
modo de vida puede compartirse entre individuos de edad, estatus y actividad
social diferentes. Puede dar lugar a relaciones intensas que no se parezcan
a ninguna de las ya institucionalizadas, y me parece que un modo de vida
puede también dar lugar a una cultura y a una ética. En mi
opinión, ser gay no es identificarse con los rasgos sicológicos
y con las máscaras visibles del homosexual, sino procurar definir
y desarrollar un modo de vida.
¿No es una mitología decir: Estamos tal
vez en las primicias de una socialización entre los seres que ignorará
las diferencias de clase, edad, o nación?
Sí, es un gran mito decir: no habrá ya
diferencia entre homosexualidad y heterosexualidad. Pienso por lo demás
que ésta es una de las razones por las que la homosexualidad surge
hoy como un problema. Así, afirmar que ser homosexual es ser un
hombre y amarse, afirmar este modo de vida, va en contra de esta ideología
de los movimientos de liberación de los años sesenta. En
este sentido cobran significación los "clones" con bigote. Es una
forma de responder: "No tengan miedo. Entre más liberados estemos,
menos nos gustarán las mujeres, y menos nos fundiremos en esa polisexualidad
donde ya no hay diferencias entre unos y otros". Esto no corresponde para
nada a la idea de una gran fusión comunitaria.
La homosexualidad es una oportunidad histórica
de abrir de nuevo virtualidades relacionales y afectivas, no tanto por
las cualidades intrínsecas del homosexual, sino porque la posición
de éste, de algún modo "oblicua", y las líneas diagonales
que puede trazar en el tejido social, permiten la aparición de estas
virtualidades.
Las mujeres podrán objetar: ¿qué
tienen las relaciones entre hombres que no tengan las relaciones posibles
entre un hombre y una mujer, o entre dos mujeres?
Acaba de publicarse un libro en Estados Unidos sobre
las amistades entre mujeres.1 Está muy bien documentado
a partir de testimonios de relaciones de afecto y pasión entre mujeres.
En el prólogo, la autora dice que partió de la idea de detectar
relaciones homosexuales, y se dio cuenta de que no sólo esas relaciones
no estaban siempre presentes, sino que era poco interesante saber si a
eso se le podía o no llamar homosexualidad. Y al dejar que la relación
se despliegue tal como aparece en las palabras y los gestos, surgen otras
cosas muy esenciales: amores, afectos fuertes, maravillosos, soleados,
o bien muy tristes, muy negros. Este libro muestra también hasta
qué punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran papel, muestra
los contactos entre los cuerpos femeninos: una mujer peina a otra, la ayuda
a maquillarse. Las mujeres tenían el derecho al cuerpo de las otras
mujeres, tomarse por la cintura, besarse. De manera más drástica,
el cuerpo del hombre estaba prohibido para otro hombre. Si bien es cierto
que la vida entre mujeres era tolerada, es sólo en ciertos periodos,
y desde el siglo diecinueve, que la vida entre hombres fue no sólo
tolerada, sino rigurosamente obligatoria: simplemente durante las guerras,
para no ir más lejos.
Sucedía algo así en los campos de prisioneros.
Había ahí soldados, jóvenes oficiales que pasaban
meses, años juntos. Durante la guerra del 14, los hombres vivían
totalmente juntos, unos sobre otros, y para ellos esto no era cualquier
cosa en la medida en que la muerte estaba presente y que a final de cuentas
la devoción del uno por el otro, y el servicio prestado, eran sancionados
por un juego de vida y muerte. Fuera de algunas declaraciones sobre la
camaradería, la fraternidad espiritual, y de algunos testimonios
muy parcelarios, ¿que sabemos de los huracanes afectivos, de las
tempestades sentimentales que pudieron producirse en esos momentos? Y podemos
preguntarnos qué permitió que en esas guerras absurdas, grotescas,
en esas masacres infernales, la gente haya, pese a todo, resistido. Se
debió sin duda a un tejido afectivo. No digo que siguieran combatiendo
por estar enamorados unos de otros, pero sí que el honor, el valor,
el no quedar mal, el sacrificio, el salir de la trinchera con el amigo,
frente al amigo, todo ello implicaba una trama afectiva muy intensa. No
es por decir: "¡Ah, he ahí la homosexualidad! Detesto ese
tipo de razonamiento. Pero hay sin duda ahí una de las condiciones,
no la única, que permitió esa vida infernal en la que los
individuos, durante semanas, se atascaran en el lodo, los cadáveres,
la mierda, y murieran de hambre y estuvieran ebrios por la mañana,
a la hora del ataque.
Quisiera decir finalmente que algo reflexionado y voluntario
como una publicación debería hacer posible una cultura homosexual,
es decir, instrumentos para relaciones polimorfas, variadas, individualmente
moduladas. Pero la idea de un programa y de propuestas resulta peligrosa.
En cuanto se presenta un programa, éste se vuelve ley, prohibición
de inventar. Debiera surgir una inventiva que correspondiera a una situación
como la nuestra y a este deseo que los norteamericanos llaman coming
out, salir del closet, manifestarse. El programa debe quedar vacío.
Hay que escarbar para mostrar cómo las cosas han sido históricamente
contingentes, por una u otra razón inteligible, pero no necesaria.
Hay que hacer aparecer lo inteligible sobre un fondo de vacuidad y negar
una necesidad, y pensar que lo que existe está lejos de llenar todos
los espacios posibles. Plantear un verdadero reto ineludible con la pregunta:
¿a qué podemos jugar y cómo inventar un juego?
Gracias, Michel Foucault.
1 Faderman, Lilliam, Surpassing the Love of
Men. New York, William Morrow, 1980.
Entrevista publicada en la revista francesa Gai Pied,
No. 25, abril de 1981, y retomada en el libro Foucault: Dits et écrits,
II, Gallimard, 2001.
Traducción: Carlos Bonfil. |