LETRA S
Junio 3 de 2004
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ls-foucault De la amistad como modo de vida
 

El 25 de junio de 1984, hace veinte años, el gran filósofo francés Michel Foucault muere por las complicaciones derivadas del sida. Sus incisivas críticas a los sistemas de pensamiento y a las estructuras de poder, y su revisión radical de la historia de los saberes, a partir de la reflexión sobre el nacimiento de la locura, del encierro y de la sexualidad, revolucionaron el pensamiento filosófico. La homosexualidad y la cuestión gay fueron unos de los temas recurrentes en sus escritos y declaraciones. A manera de homenaje, reproducimos esta entrevista publicada por la revista Gai Pied en 1981. En ella, el lúcido pensador analiza el potencial creativo y perturbador de la condición homosexual como un modo de vida por inventarse y no sólo como una identidad impuesta en la espiral del deseo.
 
 

Por René de Ceccaty, J. Danet y J. Le Bitoux

Tiene usted cincuenta años. Es lector de nuestra revista Gai Pied desde hace dos años.¿Le parece positivo el conjunto de sus discursos?
Me parece positivo e importante que exista la revista. Lo que podría pedirle es que al leerla no tenga yo que plantearme la cuestión de mi edad. Sin embargo, su lectura me obliga a hacerlo, y no me gusta mucho la manera en que me induce a hacerlo. Sencillamente no hay lugar en ella para mí.

Tal vez tiene que ver con la franja de edad de quienes colaboran en ella y de quienes la leen: una mayoría entre 25 y 35 años.
Seguramente. Entre más se escribe para gente joven, más concierne la revista a esa gente joven. Pero el problema no radica en concederle lugar a una edad a lado de otra, sino saber qué se puede hacer con respecto a la casi identificación de la homosexualidad y el amor entre jóvenes. Otra cosa de la que debemos desconfiar es de esa tendencia a reducir la cuestión de la homosexualidad al problema del ¿Quién soy? ¿Cuál es el secreto de mi deseo? Tal vez convendría preguntarse: ¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer, inventar, multiplicar, modular, a través de la homosexualidad? El problema no es descubrir en sí la verdad de su sexo, sino servirse, desde ahora, de su propia sexualidad para acceder a una multiplicidad de relaciones. Y es sin duda esta la verdadera razón por la que la homosexualidad no es una forma de deseo, sino algo deseable. Debemos empeñarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos a reconocer que lo somos. El problema de la homosexualidad tiene como desarrollo último el problema de la amistad.

¿Pensaba esto a los veinte años o lo ha venido descubriendo con el tiempo?
Desde que recuerdo, desear hombres significó desear relacionarme con hombres. Eso siempre fue para mí algo importante. No necesariamente bajo la forma de una pareja, sino como una cuestión existencial: ¿cómo pueden los hombres estar juntos? ¿vivir juntos, compartir su tiempo, sus comidas, su habitación, sus diversiones, sus penas, su saber, sus confidencias? ¿Qué significa estar entre hombres, "al desnudo", al margen de las relaciones institucionales, de familia, de profesión, de camaradería forzada? Es un deseo, una inquietud, un deseo-inquietud que existe en mucha gente.

¿Se puede decir que la relación con el deseo y el placer, el trato mismo que uno pueda tener, depende de la edad?
Sí, de manera muy profunda. Entre un hombre y una mujer más joven, la institución facilita la diferencia de edad; la acepta y hace funcionar. Dos hombres de edades muy distintas, ¿qué código tendrán para comunicar? Están uno frente al otro, desarmados, sin un lenguaje convenido, sin nada que los respalde en ese impulso que los lleva uno al otro. Tienen que inventar de A a Z una relación aún sin forma, y que es la amistad: es decir, la suma de todo aquello que les permite, a uno y otro, procurarse placer.

Es una concesión a los demás el presentar la homosexualidad bajo la forma de un placer inmediato, el de dos jóvenes que se conocen en la calle, se seducen con la mirada, y se tocan mutuamente el trasero antes de acabar en un acostón de un cuarto de hora. Hay en ello una suerte de imagen aséptica de la homosexualidad, y que pierde toda virtualidad de inquietud por dos razones. Responde a un patrón tranquilizador de la belleza, y anula todo lo que puede haber de inquietante en el afecto, la ternura, la amistad, la fidelidad, la camaradería, el compañerismo, todas esas cosas a las que una sociedad higienizada no puede reconocerles un lugar por temor a que se formen alianzas y se propicien líneas de conducta inesperadas. Pienso que es eso lo que vuelve "perturbadora" a la homosexualidad: el modo de vida homosexual más que el acto sexual mismo. Imaginar un acto sexual que no se ajusta a las leyes de la naturaleza, no es eso lo que inquieta a las personas. Pero que los individuos comiencen a amarse, ése sí es un problema. Se toma la institución a contrapelo; con intensidades afectivas que la atraviesan, y a un mismo tiempo la cohesionan y perturban: véase el ejército, donde incesantemente se convoca el amor entre hombres y a la vez se le condena. Los códigos institucionales no pueden validar esas relaciones de intensidades múltiples, de colores variables, movimientos imperceptibles, formas cambiantes. Esas relaciones que hacen cortocircuito e introducen el amor ahí donde debiera estar la ley, la regla o la costumbre.

Decía usted hace un momento: "Más que llorar por los placeres marchitos, me interesa lo que podemos hacer de nosotros mismos". ¿Podría precisar?
El ascetismo como renuncia al placer tiene mala fama. Pero la ascesis es otra cosa: es el trabajo que uno hace sobre sí mismo para transformarse o para dar paso a ese sí mismo que por suerte jamás alcanzamos. ¿No sería hoy ése nuestro problema? Se ha desterrado el ascetismo. Nos corresponde avanzar en una ascesis homosexual que nos haría trabajar sobre nosotros mismos e inventar, no digo descubrir, una forma de ser todavía improbable.

¿Quiere esto decir que un joven homosexual tendría que ser muy prudente con respecto a las imágenes homosexuales y ocuparse de otra cosa?
Me parece que tendríamos que ocuparnos no tanto de liberar nuestros deseos, sino de volvernos, nosotros mismos, infinitamente más susceptibles de experimentar los placeres. Es preciso rehuir esas dos fórmulas muy asentadas que son el mero encuentro sexual y la fusión amorosa de las identidades.

¿Podemos ver premisas de fuertes construcciones relacionales en Estados Unidos, en todo caso en ciudades donde parece resuelto el problema de la miseria sexual?
Lo que me parece cierto es que en Estados Unidos, aun cuando subsista el fondo de miseria sexual, se ha vuelto algo muy importante el interés por la amistad: no se inicia simplemente una relación para poder llegar al consumo sexual, el cual se da muy fácilmente. Lo que interesa y polariza a la gente es la amistad. ¿Cómo acceder, a través de las prácticas sexuales, a un sistema relacional? ¿Es posible crear un modo de vida homosexual?

Me parece importante esta noción de modo de vida. ¿No habría acaso que incluir una diversificación distinta de aquella atribuible a las clases sociales, a las diferencias de profesión, a los niveles culturales, una diversificación que sería también una forma de relación, y que sería el "modo de vida". Un modo de vida puede compartirse entre individuos de edad, estatus y actividad social diferentes. Puede dar lugar a relaciones intensas que no se parezcan a ninguna de las ya institucionalizadas, y me parece que un modo de vida puede también dar lugar a una cultura y a una ética. En mi opinión, ser gay no es identificarse con los rasgos sicológicos y con las máscaras visibles del homosexual, sino procurar definir y desarrollar un modo de vida.

¿No es una mitología decir: Estamos tal vez en las primicias de una socialización entre los seres que ignorará las diferencias de clase, edad, o nación?
Sí, es un gran mito decir: no habrá ya diferencia entre homosexualidad y heterosexualidad. Pienso por lo demás que ésta es una de las razones por las que la homosexualidad surge hoy como un problema. Así, afirmar que ser homosexual es ser un hombre y amarse, afirmar este modo de vida, va en contra de esta ideología de los movimientos de liberación de los años sesenta. En este sentido cobran significación los "clones" con bigote. Es una forma de responder: "No tengan miedo. Entre más liberados estemos, menos nos gustarán las mujeres, y menos nos fundiremos en esa polisexualidad donde ya no hay diferencias entre unos y otros". Esto no corresponde para nada a la idea de una gran fusión comunitaria.

La homosexualidad es una oportunidad histórica de abrir de nuevo virtualidades relacionales y afectivas, no tanto por las cualidades intrínsecas del homosexual, sino porque la posición de éste, de algún modo "oblicua", y las líneas diagonales que puede trazar en el tejido social, permiten la aparición de estas virtualidades.

Las mujeres podrán objetar: ¿qué tienen las relaciones entre hombres que no tengan las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o entre dos mujeres?
Acaba de publicarse un libro en Estados Unidos sobre las amistades entre mujeres.1 Está muy bien documentado a partir de testimonios de relaciones de afecto y pasión entre mujeres. En el prólogo, la autora dice que partió de la idea de detectar relaciones homosexuales, y se dio cuenta de que no sólo esas relaciones no estaban siempre presentes, sino que era poco interesante saber si a eso se le podía o no llamar homosexualidad. Y al dejar que la relación se despliegue tal como aparece en las palabras y los gestos, surgen otras cosas muy esenciales: amores, afectos fuertes, maravillosos, soleados, o bien muy tristes, muy negros. Este libro muestra también hasta qué punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran papel, muestra los contactos entre los cuerpos femeninos: una mujer peina a otra, la ayuda a maquillarse. Las mujeres tenían el derecho al cuerpo de las otras mujeres, tomarse por la cintura, besarse. De manera más drástica, el cuerpo del hombre estaba prohibido para otro hombre. Si bien es cierto que la vida entre mujeres era tolerada, es sólo en ciertos periodos, y desde el siglo diecinueve, que la vida entre hombres fue no sólo tolerada, sino rigurosamente obligatoria: simplemente durante las guerras, para no ir más lejos.

Sucedía algo así en los campos de prisioneros. Había ahí soldados, jóvenes oficiales que pasaban meses, años juntos. Durante la guerra del 14, los hombres vivían totalmente juntos, unos sobre otros, y para ellos esto no era cualquier cosa en la medida en que la muerte estaba presente y que a final de cuentas la devoción del uno por el otro, y el servicio prestado, eran sancionados por un juego de vida y muerte. Fuera de algunas declaraciones sobre la camaradería, la fraternidad espiritual, y de algunos testimonios muy parcelarios, ¿que sabemos de los huracanes afectivos, de las tempestades sentimentales que pudieron producirse en esos momentos? Y podemos preguntarnos qué permitió que en esas guerras absurdas, grotescas, en esas masacres infernales, la gente haya, pese a todo, resistido. Se debió sin duda a un tejido afectivo. No digo que siguieran combatiendo por estar enamorados unos de otros, pero sí que el honor, el valor, el no quedar mal, el sacrificio, el salir de la trinchera con el amigo, frente al amigo, todo ello implicaba una trama afectiva muy intensa. No es por decir: "¡Ah, he ahí la homosexualidad! Detesto ese tipo de razonamiento. Pero hay sin duda ahí una de las condiciones, no la única, que permitió esa vida infernal en la que los individuos, durante semanas, se atascaran en el lodo, los cadáveres, la mierda, y murieran de hambre y estuvieran ebrios por la mañana, a la hora del ataque.

Quisiera decir finalmente que algo reflexionado y voluntario como una publicación debería hacer posible una cultura homosexual, es decir, instrumentos para relaciones polimorfas, variadas, individualmente moduladas. Pero la idea de un programa y de propuestas resulta peligrosa. En cuanto se presenta un programa, éste se vuelve ley, prohibición de inventar. Debiera surgir una inventiva que correspondiera a una situación como la nuestra y a este deseo que los norteamericanos llaman coming out, salir del closet, manifestarse. El programa debe quedar vacío. Hay que escarbar para mostrar cómo las cosas han sido históricamente contingentes, por una u otra razón inteligible, pero no necesaria. Hay que hacer aparecer lo inteligible sobre un fondo de vacuidad y negar una necesidad, y pensar que lo que existe está lejos de llenar todos los espacios posibles. Plantear un verdadero reto ineludible con la pregunta: ¿a qué podemos jugar y cómo inventar un juego?

Gracias, Michel Foucault.

1 Faderman, Lilliam, Surpassing the Love of Men. New York, William Morrow, 1980.
Entrevista publicada en la revista francesa Gai Pied, No. 25, abril de 1981, y retomada en el libro Foucault: Dits et écrits, II, Gallimard, 2001.
Traducción: Carlos Bonfil.