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COCTEL CON SABOR A CRISIS 31 de mayo de 2004

Ronald Buchanan

En medio del primer shock petrolero, en 1973 algunos lectores pensaron que los editores de la revista inglesa The Economist se habían vuelto locos. Mientras las demás publicaciones de la época prácticamente anunciaban el fin de la civilización occidental, The Economist publicó una portada que preveía "la abundancia que viene" en los mercados petroleros.

p-viena-integrantes-opep¿Locos? No tanto. En muy pocos años los mecanismos del mercado habían atraído a productores no miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ­entre ellos México­, se abrieron las válvulas y el mercado encontró de nuevo un punto de equilibrio, con mayores cantidades de crudo.

Lo mismo pasó después de la segunda crisis mundial de petróleo en 1979. Fue cuando México recibió la lección más dura de su historia en materia de economía de mercado: los precios del crudo se desplomaron y no había forma de pagar las deudas que habían sido contratadas con los bancos extranjeros, en el punto culminante del triunfalismo de la administración de la abundancia.

Suponiendo que un mercado petrolero estable es lo que más conviene a México y su industria, ¿por qué preocuparse ahora por los altos precios del crudo? En primer lugar, porque no existe la misma elasticidad de oferta que sirvió para corregir los desequilibrios de 1973 y 1979. Así, si se pone una copa de vertiginoso crecimiento de las economías asiáticas, más un par de cucharadas de volatilidad en Medio Oriente y se agita nomás un poquito, sale un coctel explosivo.

La elasticidad, o sea, la capacidad de aumentar la oferta frente al alza de los precios, no existe porque con muy pocas excepciones ­Kazajistán es una de ellas­ no se han descubierto nuevas cuencas petroleras importantes en los últimos años. En México hemos sentido el fenómeno en carne propia: No se han anunciado grandes descubrimientos desde los tiempos de Jorge Díaz Serrano como director general de Pemex (1976-81).

Y casi todos los países, tanto dentro como fuera de la OPEP están produciendo a capacidad o muy cerca de ella. Como indicó recientemente nuestro secretario de Energía en Estados Unidos, no sería fácil para México aumentar sus exportaciones de manera sustancial. De los 1.86 millones de barriles diarios que produce Pemex ahora, tal vez y con algo de suerte pudiera llegar a 2 millones en el corto o mediano plazos. Pero el aumento ­140 mil barriles diarios­ sería poco más que una gota de agua en el desierto.

BarrilArabia Saudita y, hasta cierto punto, Emiratos Arabes Unidos son los únicos países que parecen tener algo de sustancia en reserva. Pero Arabia Saudita, según algunas versiones, ya está produciendo poco más de 9 millones de barriles diarios contra una capacidad de 10.5 millones. Esta última cifra ha sido cuestionada por algunos expertos, los cuales la consideran demasiado optimista.

Tampoco un millón de barriles sauditas serán suficientes para calmar la sed del mercado, sobre todo en Asia, donde la demanda de energía está creciendo como nunca. Solamente en los próximos dos años, China va a construir casi el doble de la capacidad eléctrica que México ha instalado en toda su historia. China también ya rebasó a Japón como consumidor número dos de petróleo en el mundo. Indonesia tiene la presidencia de la OPEP, aunque ­como lo que ocurrió al cura cuando lo vieron salir del burdel­ perdió todo prestigio cuando resultó que fue importador neto de petróleo en el primer trimestre del año.

Y, como siempre cuando hay escasez de un recurso vital, brotan los conflictos. China y Japón están enfrascados en una disputa diplomática sobre proyectos rivales para importar crudo de Siberia.

Sin duda, el escenario hará realidad algunos proyectos que en otros tiempos hubieran quedado como sueños: ductos transiberianos y transoceánicos, el desarrollo de arenas asfálticas. Pero no sólo esos, sino también las aguas profundas territoriales de México en el Golfo.

Tarde o temprano, la clase política estadunidense se va a dar cuenta de que una de las posibles soluciones a la crisis de los precios está en sus propias narices.

Desarrollar proyectos de tal envergadura, sin embargo, toma tiempo. Y tiempo es de lo que el mundo menos dispone cuando Estados Unidos parece aferrado a echar más lumbre al polvorín de Medio Oriente §


Foto: AFP


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