336 ° DOMINGO  30 DE MAYO DE  2004
Reimaginar la desobediencia civil
La India
radiante y la
India verdadera

Arundhati Roy



Voz imprescindible del movimiento por la justicia global, Roy presenta un lienzo de los dos países que conviven en la India. En la siguientes líneas desfilan el terrorismo de Estado, las violencias étnica y religiosa atizadas desde el poder, los abusos policiales, la revisión de la historia para favorecer a los poderosos, la exclusión de millones, el hambre.
Escrito antes de los recientes comicios en aquel país, en este texto Roy rechaza la vía electoral como solución de fondo de esta situación, aunque no lo hace como un quisquilloso clasemediero que considera que "todos los políticos son corrruptos", sino que, a su entender, "las batallas deben ser libradas estratégicamente desde posiciones de fuerza, no de debilidad". Con todo, tras la derrota de la derecha, la autora escribió en The Guardian que los resultados electorales fueron una derrota para el comunalismo y las reformas neoliberales . "Celebramos porque una oscuridad ya pasó. ¿O no?"

RECIENTEMENTE, un joven amigo me contaba de su vida en Cachemira. Acerca del pantano de venalidad política y oportunismo, de la insensible brutalidad de las fuerzas de seguridad, de las osmóticas e incipientes fronteras de una sociedad saturada de violencia, donde los militares, la policía, los agentes de inteligencia, los servidores públicos, los hombres de negocios y hasta los periodistas se encuentran y, gradualmente, después de un tiempo, se convierten el uno en el otro. Habló acerca de tener que vivir con matanzas sin fin, cada vez más “desapariciones”, cuchicheos, miedo, rumores, la insana inconexión entre lo que realmente está pasando, lo que los cachemir saben que está pasando, y lo que al resto se nos dice que está pasando. Dijo: “Cachemira fue un negocio. Ahora es un hospital psiquiátrico”.

Mientras más pienso en este comentario, más me parece una descripción apropiada para toda la India. Sí, Cachemira y el noreste son alas separadas que albergan a los sectores más peligrosos del manicomio. Pero en la región central, el cisma entre el conocimiento y la información, entre lo que sabemos y lo que nos dicen, entre lo que es desconocido y lo que es aseverado, entre lo que es escondido y lo que es revelado, entre los hechos y las conjeturas, entre el mundo “real” y el mundo virtual, también se ha convertido en un lugar de especulación sin fín y una locura potencial. Es un venenoso brebaje que se bate y se hierve a fuego lento y se usa para los más feos y destructivos propósitos políticos.

Cada vez que hay un llamado ataque terrorista, el gobierno se apura a intervenir, entusiasmado en asignar culpas, tras poca o ninguna investigación. El incendio del tren expreso Sabarmati, en Godhra, el 13 de diciembre de 2001, el ataque al edificio del parlamento, o la masacre de los sikhs perpetrada por los llamados terroristas en Chittisinghpura, en marzo de 2000, son unos cuantos publicitados ejemplos. (Los llamados terroristas, que después fueron asesinados por las fuerzas de seguridad, resultaron ser inocentes aldeanos. Más tarde, el gobierno estatal admitió que sus muestras de sangre sometidas a un examen de ADN eran falsas.) En cada uno de estos casos, la evidencia que eventualmente salió a la luz pública planteó preguntas realmente inquietantes, así que inmediatamente fue congelada. Tomemos el caso de Godhra: en cuanto sucedió, el ministro del Interior anunció que era un complot del ISI [Servicios de Inteligencia de Pakistán, N de la T]. El VHP [Vishwa Hindu Parishad. La organización integrista Consejo Mundial Hindú, N de la T] dice que fue obra de una muchedumbre musulmana que arrojó bombas de gasolina. Las preguntas serias permanecen sin respuesta. Las conjeturas no tienen fin. Todos creen en lo que quieren creer, pero el incidente es usado cínica y sistemáticamente para despertar un frenesí comunal.

De criminal a terrorista

El gobierno estadunidense usó las mentiras y la desinformación generada en torno al 11 de septiembre para invadir no sólo un país, sino dos –y sólo Dios sabe qué más nos espera.

El gobierno de la India usa la misma estrategia, no contra otros países, sino contra su propia gente.

Durante la última década, el número de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad asciende a miles. En Cachemira, en una situación que raya en una guerra, unas 80 mil personas han sido asesinadas desde 1989. Miles simplemente han “desaparecido”. Según los registros de la Asociación de Padres de Personas Desaparecidas, más de 3 mil personas fueron asesinadas en 2003, de las cuales 463 eran soldados. En esta era de hipernacionalismo, si las personas asesinadas son etiquetadas como bandidos, terroristas, insurgentes o extremistas, sus asesinos pueden pavonearse de ser cruzados a favor de los intereses nacionales y no tienen que rendir cuentas a nadie. Aunque fuese verdad (que seguro no lo es) que todos los asesinados eran bandidos, terroristas, insurgentes o extremistas, esto simplemente nos confirmaría que hay algo terriblemente mal con una sociedad que lleva a tanta gente a recurrir a medidas tan desesperadas.

La proclividad del Estado indio a hostigar y aterrorizar a personas se institucionalizó, se consagró, con la promulgación de la Ley de Prevención del Terrorismo (POTA, por sus siglas en inglés), que se promulgó en 10 estados. Una somera lectura de la POTA les dirá que es draconiana y ubicua. Es una versátil ley que podría aplicarse a cualquiera –desde un agente de Al-Qaeda sorprendido con explosivos hasta un adivasi tocando la flauta bajo un árbol neem, o tú o yo. Lo genial de la POTA es que puede ser lo que el gobierno quiera que sea. Vivimos bajo la indulgencia de aquellos que nos gobiernan. En Tamil Nadu, la POTA se ha usado para ahogar la crítica al gobierno estatal. En el este, en Uttar Pradesh, se usa para frenar a aquellos que se atreven a protestar contra la alienación de su tierra y por su derecho a un sustento. En Gujarat y Mumbai, se usa casi exclusivamente contra los musulmanes. En Gujarat, tras el pogrom [genocidio] efectuado con ayuda estatal en 2002, en el cual se calcula que 2 mil musulmanes fueron asesinados y 150 mil sacados de sus hogares, 287 personas fueron acusadas bajo la POTA. De éstos, ¡286 eran musulmanes y uno era sikh! La POTA permite que las confesiones extraídas bajo custodia policiaca se admitan como evidencia judicial.

En marzo de 2004, fui miembro de un tribunal del pueblo sobre la POTA. Durante dos días escuchamos estremecedores testimonios sobre lo que acontece en nuestra maravillosa democracia. Les aseguro que en nuestras estaciones de policías hay de todo: desde personas que son obligadas a tomarse su orina, a ser desnudadas, humilladas, a recibir choques eléctricos, a ser quemados con colillas de cigarros, a que les introduzcan barras de fierro en el ano, hasta golpeados y pateados hasta morir.

En el país, cientos de personas acusadas bajo la POTA, incluyendo algunos niños pequeños, han sido encarcelados y mantenidos en prisión sin derecho a fianza, y esperan juicios en cortes especiales de la POTA que no están abiertos al escrutinio público. La mayoría de los acusados bajo la POTA son culpables de uno o dos crímenes. O son pobres –la mayoría dalit y adivasi [las castas inferiores en la India. N de la T]. O son musulmanes. La POTA invierte el aceptado dictado de la ley criminal: que una persona es inocente hasta que se pruebe su culpabilidad. Bajo la POTA no tienes derecho a fianza a menos de que pruebes que eres inocente –de un crimen del cual no has sido formalmente acusado. Técnicamente, somos una nación en espera de ser acusada.

Sería ingenuo imaginar que la POTA es “mal usada”. Al contrario. Se usa por las razones que fue promulgada. Claro, si las recomendaciones de la Comisión Malimath son puestas en práctica, la POTA pronto se volverá redundante. La Comisión Malimath recomienda que en determinados rubros la ley criminal normal debería de ser alineada con las provisiones de la POTA. Así ya no habría criminales. Sólo terroristas. Qué genial.

Nos Sentimos Bien

Hoy, en Jammu y Cachemira y muchos estados del noreste de la India, la Ley de Poderes Especiales de las Fuerzas Armadas permite no sólo que los altos oficiales, sino también los oficiales de bajo rango y los suboficiales del ejército, usen la fuerza (y hasta maten) a cualquier persona sospechosa de alterar el orden público o de portar un arma. ¡Bajo la sospecha de! Nadie que viva en la India puede abrigar alguna ilusión sobre adónde lleva esto. La documentación de casos de tortura, desapariciones, muertes en custodia, violación y violación tumultuaria (llevada a cabo por fuerzas de seguridad) es suficiente para hacer que se te hiele la sangre. El hecho de que, a pesar de todo esto, la India mantenga la reputación de ser una legítima democracia entre la comunidad internacional y entre su propia clase media es un triunfo.

Yuxtapuesta a este indecoroso entusiasmo por reprimir y eliminar personas, está la apenas escondida renuencia del Estado a investigar y llevar a juicio los casos sobre los cuales hay bastante evidencia: la masacre de 3 mil sikhs en Delhi en 1984 y las masacres de musulmanes en Bombay en 1993 y en Gujarat en 2002 (a la fecha, no hay una sola condena); el asesinato, hace unos años, de Chandrashekhar Prasad, ex presidente del sindicato estudiantil de la Universidad Jawaharlal Nehru; y el asesinato hace 12 años de Shankar Guha Nyogi de Chattisgarh Mukti Morcha, son sólo unos ejemplos. Los testimonios de testigos y un montón de evidencia incriminatoria no son suficientes cuando toda la maquinaria estatal está contra ti.

Mientras tanto, los economistas echan porras desde los periódicos empresariales y nos informan que la tasa de crecimiento del PIB es fenomenal, sin precedentes. Las tiendas rebosan de bienes de consumo. Los almacenes gubernamentales se desbordan de granos. Fuera de este círculo de luz, los granjeros, cargados de deudas, se suicidan por cientos. Los informes sobre hambruna y desnutrición llegan de todo el país. Utsa Patnaik, conocido economista agrícola, calcula que entre principios de los noventa y 2001 el consumo de granos cayó a niveles más bajos que durante los años de la Segunda Guerra Mundial, incluso por debajo de la Hambruna de Bengal, en la que 3 millones de personas murieron de hambre.

Pero en la India urbana, adonde quiera que vayas, tiendas, restaurantes, estaciones de tren, aeropuertos, gimnasios, hospitales, hay monitores de televisión en los cuales las promesas electorales ya se hicieron realidad [este texto fue escrito antes de las elecciones celebradas entre el 26 de abril y el 10 de mayo]. Una India Radiante, Nos Sentimos Bien. Sólo necesitas cerrar los oídos al nauseabundo crujir de la bota de un policía en las costillas de alguien, sólo necesitas levantar la vista de la miseria, los barrios bajos, las harapientas y quebrantadas personas en las calles, y buscar el amigable monitor de televisión y estarás en aquel otro bello mundo. El mundo del baile y canto de los permanentes movimientos pélvicos de Bollywood, de los permanentemente privilegiados, permanentemente felices indios que ondean la bandera tricolor y Se Sienten Bien. Cada vez se vuelve más difícil distinguir entre el mundo real y el virtual. Leyes como la POTA son como botones en la televisión. Las puedes usar para apagar a los pobres, a los molestos, a los no queridos.

India S.A. de C.V. está camino a ser propiedad de unas cuantas empresas y grandes multinacionales. Los directores de estas compañías controlarán este país, su infraestructura y sus recursos, y sus medios de comunicación y sus periodistas, pero no le deberán nada a su pueblo. No rinden cuentas, ni legal, ni social, ni moral, ni políticamente. Aquellos que dicen que en la India unos pocos de estos directores son más poderosos que el primer ministro saben exactamente de qué están hablando. Al votar en estas elecciones, elegimos al partido político que queremos investir con los poderes coercitivos y represivos del Estado.

El pasado es impredecible

Hoy, en la India, tenemos que negociar con las peligrosas contracorrientes del capitalismo neoliberal y el neofascismo comunal. Mientras que la palabra capitalismo aún no pierde por completo su brillo, usar la palabra fascismo a menudo causa ofensa. Así que nos debemos preguntar: ¿usamos la palabra muy a la ligera? ¿Exageramos nuestra situación, lo que a diario experimentamos califica como fascismo?

Cuando un gobierno más o menos abiertamente apoya un pogrom contra una comunidad minoritaria, en la que hasta 2 mil personas son brutalmente asesinadas, ¿se trata de fascismo? Cuando las mujeres de esa comunidad son públicamente violadas y quemadas vivas, ¿se trata de fascismo? Cuando las autoridades se coluden para asegurarse de que nadie sea castigado por estos crímenes, ¿se trata de fascismo? Cuando 150 mil personas son sacadas de sus hogares, echadas a un ghetto, y económica y socialmente boicoteadas, ¿se trata de fascismo? Cuando el gremio cultural que maneja los campamentos de odio en el país le impone respeto y admiración al primer ministro, al ministro del Interior, al ministro de Leyes, al ministro de Desinversión, ¿se trata de fascismo? Cuando pintores, escritores, expertos y cineastas que protestan, sufren abusos, amenazas, y cuando queman, prohíben y destruyen sus obras, ¿se trata de fascismo? Cuando un gobierno promulga un decreto que exige la arbitraria alteración de los libros de texto de historia, ¿se trata de fascismo? Cuando las muchedumbres atacan y queman archivos de documentos históricos antiguos, cuando todo político menor se hace pasar por historiador medieval y arqueólogo profesional, cuando la meticulosa erudición es descartada al preferir aseveraciones populistas sin base, ¿se trata de fascismo? Cuando el partido en el poder y su cuadrilla de intelectuales de siempre consienten el asesinato, la violación, el incendio provocado y la justicia de las masas como una respuesta apropiada a un mal histórico verdadero o percibido que fue cometido hace siglos, ¿se trata de fascismo? Cuando la clase media y los ricachones hacen una pausa por un momento, tut-tut, y luego siguen con sus vidas, ¿se trata de fascismo? Cuando el primer ministro, quien preside sobre todo esto es aclamado como un hombre de Estado y un visionario, ¿no estamos poniendo los cimientos para un pleno fascismo?

En Rusia dicen que el pasado es impredecible. En la India, a partir de nuestra reciente experiencia con los libros de texto de historia, sabemos lo cierto que es esto. Ahora a todos los “seudo-secularistas” no les queda sino esperar que los arqueólogos que escarban bajo el Babri Masjid no se encuentren las ruinas de un templo Ram. Pero aunque fuese cierto que hay un templo hindú bajo cada mezquita en la India, ¿qué hay bajo el templo? Quizá otro templo hindú dedicado a otro dios. Quizá una stupa [templo] budista. Probablemente un lugar sagrado adivasi. La historia no comenzó con el hinduismo savarna, ¿verdad? ¿Qué tan profundo escarbaremos? ¿Qué tanto tenemos que volcar? ¿Y por qué mientras a los musulmanes –que son social, cultural y económicamente una parte inalienable de la India– se les llama forasteros e invasores, y cruelmente se hace de ellos un blanco, el gobierno está ocupado firmando acuerdos empresariales y contratos de apoyo al desarrollo con un gobierno que nos colonizó durante décadas?

Un fascismo exitoso es un trabajo duro. También lo es Crear un Buen Clima de Inversión. ¿Funcionan bien juntas? Históricamente, las empresas no le han rehuido a los fascistas. Empresas como Siemens, IG, Farben, Bayer, IBM y Ford hicieron negocios con los nazis. Tenemos el más reciente ejemplo en nuestra propia Confederación de la Industria de la India (CII), que se rebajó ante el gobierno de Gujarat tras el pogrom en 2002. Mientras nuestros mercados estén abiertos, un poco de fascismo hecho en casa no se interpondrá en el camino de un buen acuerdo comercial.

Es interesante que en la misma época en que Manmohan Singh, entonces ministro de Finanzas [y que ahora es el nuevo primer ministro, N de la T], preparaba los mercados de la India para el neoliberalismo, LK Advani hacía su primer Rath Yatra [festival-procesión religiosa con carruajes, N de la T], avivando la pasión comunal y preparándonos para el neofascismo. En diciembre de 1992, desbocadas muchedumbres destruyeron la mezquita Babri Masjid. En 1993, el gobierno del Partido del Congreso, de Maharashtra, firmó un contrato de adquisición de energía con Enron. Era el primer proyecto energético privado en la India. El contrato de Enron, aunque haya resultado desastroso, arrancó la era de la privatización en la India. Ahora, mientras el Partido del Congreso se queja desde la banca, el Partido Bharatiya Janata (BJP) le arrebató la batuta de las manos. El gobierno dirige un extraordinario concierto dual. Mientras un brazo está ocupado en liquidar a pedazos los bienes de la nación; la otra, para distraer la atención, organiza un aullador y desquiciado coro de nacionalismo cultural. La inexorable crueldad de un proceso alimenta directamente la locura del otro.

La orquesta dual también es un modelo económicamente viable. Una parte de las enormes ganancias generadas por el indiscriminado proceso de privatización (y las acumulaciones de “la India Radiante”) financia el vasto ejército de Hindutva –el Rashtriya Swayamsevak Sangh, el VHP, el Bajrang Dal, y la miríada de otras caridades y fideicomisos que dirigen escuelas, hospitales y servicios sociales [Hindutva es una organización de derecha hinduista, N de la T]. Entre todos estos hay decenas de miles de shakhas [secciones] alrededor del país. El odio que predican, combinado con la inmanejable frustración generada por el incesante empobrecimiento y despojo del proyecto de globalización empresarial, aviva la violencia de los pobres contra los pobres –la perfecta cortina de humo para mantener las estructuras de poder intactas y sin ser cuestionadas.

Ya Basta

Sin embargo, dirigir las frustraciones de las personas hacia la violencia no siempre es suficiente. Para Crear un Buen Clima de Negocios, a menudo el Estado necesita intervenir directamente.

En años recientes, la policía ha abierto fuego en repetidas ocasiones contra personas desarmadas, sobre todo adivasis, en manifestaciones pacíficas. En Nagarnar, Jharkhand; en Mehndi Kheda, Madhya Pradesh; en Umergaon, Gujarat; en Rayagara y Chilika, Orissa; en Muthanga, Kerala. Matan a personas por usurpar tierras forestales, al igual que cuando tratan de proteger la tierra forestal de las presas, operaciones mineras, plantas siderúrgicas.

La represión sigue y sigue. Jambudweep, Kashipur, Maikanj. En casi todos los casos de fuego policiaco, aquellos contra quienes abren fuego, inmediatamente son llamados militantes.

Cuando las víctimas se rehúsan a ser víctimas, les llaman terroristas y los tratan como tal. La POTA es el antibiótico de amplio espectro para la enfermedad del disenso. Hay otros, más específicos, pasos que se toman –fallos de la corte, que en realidad restringen la libertad de expresión, el derecho a huelga, el derecho a la vida y a un sustento.

Así que, ¿cómo puede la gente común y corriente contrarrestar el asalto de un Estado cada vez más violento?

El espacio de la desobediencia civil no violenta está atrofiado. Tras luchar durante varios años, varios movimientos de resistencia no violentos se han topado con una pared y sienten, con razón, que tienen que cambiar de dirección. Los puntos de vista sobre cuál debería de ser esa dirección están profundamente polarizados. Algunos creen que la única avenida que queda es la de la lucha armada. Dejando de lado Cachemira y el noreste, enormes trechos de territorio, distritos completos en Jharkhand, Bihar, Uttar Pradesh y Madhya Pradesh, son controlados por personas con este punto de vista. Otras comienzan a sentir que deben participar en la política electoral –entrar en el sistema, negociar desde dentro. Lo que hay que recordar es que si bien sus métodos son radicalmente distintos, ambos lados comparten la creencia de que, puesto llanamente, es Suficiente. Ya Basta [en español, en el original].

No hay debate más crucial en la India en este momento que éste. Su resultado, para bien o para mal, cambiará la calidad de vida en este país. Para todos. Ricos, pobres, rurales, urbanos.

La lucha armada provoca una masiva escalada de violencia desde el Estado. Hemos visto el pantano al que ha llevado en Cachemira y en el noreste.

Así que, ¿deberíamos de hacer lo que sugiere nuestro primer ministro? ¿Renunciar al disenso y entrar a la lucha electoral? ¿Unirnos al espectáculo itinerante? ¿Participar en el estridente intercambio de insultos sin sentido, que sólo sirve para ocultar lo que de otra manera es un consenso casi absoluto? No olvidemos que en todos los asuntos importantes –bombas nucleares, presas gigantes, la controversia en torno a Babri Masjid, y la privatización– el Partido del Congreso sembró las semillas y el BJP entró a recoger la espantosa cosecha.

Esto no significa que el parlamento tenga poca trascendencia y que las elecciones deban ser ignoradas. Claro que hay una diferencia entre un partido abiertamente comunal, con tendencias fascistas, y un partido comunal oportunista. Claro que hay una diferencia entre una política que, abiertamente, orgullosamente, predica el odio, y una política que astutamente enfrenta a la gente entre sí.

Pero el legado de uno ha llevado al horror del otro. Entre los dos han erosionado cualquier opción real que se supondría que la democracia parlamentaria proveería. El frenesí, la atmósfera de parque de atracciones que se crea alrededor de las elecciones, pasa a primer plano en los medios de comunicación porque todos están seguros de que, gane quien gane, en esencia, el status quo se mantendrá sin ser cuestionado. (Tras los apasionados discursos en el parlamento, repeler a la POTA no parece ser una prioridad en la campaña de ningún partido. Todos saben que la necesitan, de una u otra manera.) Lo que sea que digan durante las elecciones o cuando están en la oposición, ningún gobierno estatal o nacional y ningún partido político –derecha, izquierda, centro y de lado– ha logrado detener la mano del neoliberalismo. No habrá ningún cambio radical desde “dentro”.

Personalmente, no creo que entrar en la lucha electoral sea un camino hacia la política alternativa. No por esa quisquillosidad clasemediera –“la política es sucia” o “todos los políticos son corruptos”–, sino porque creo que las batallas deben ser libradas estratégicamente desde posiciones de fuerza, no de debilidad.

Los blancos del asalto dual del fascismo comunal y el neoliberalismo son los pobres y las comunidades minoritarias. Conforme el neoliberalismo divide a ricos y pobres, a la India Radiante y la India, se vuelve cada vez más absurdo para cualquiera de los principales partidos políticos pretender representar los intereses tanto de los ricos como de los pobres, porque los intereses de unos sólo pueden ser representados al costo de los de los otros. Mis “intereses” de acaudalada india (si aspirara a ellos) difícilmente coincidirían con los intereses de un pobre campesino en Andhra Pradesh.

Un partido que represente a los pobres será un partido pobre. Un partido con escasos recursos. Hoy no es posible luchar en una elección sin recursos. Colocar a un par de conocidos activistas sociales en el parlamento es interesante, pero no es realmente significativo políticamente. No es un proceso al que valga la pena canalizar todas nuestras energías. El carisma individual, las políticas de personalidades, no pueden lograr cambios radicales.

Sin embargo, ser pobre no es lo mismo que ser débil. La fortaleza de los pobres no está dentro de los edificios de oficinas y de las cortes. Esta afuera, en los campos, las montañas, los valles, las calles de las ciudades y los campos universitarios de este país. Ahí deben llevarse a cabo las negociaciones. Ahí es donde se debe librar la batalla.

Hoy, esos espacios han sido cedidos a la derecha india. Lo que sea que se pueda pensar de su política, nadie puede negar que están allá fuera, trabajando extremadamente duro. Conforme el Estado abroga sus responsabilidades y retira recursos de la salud, la educación y los servicios públicos esenciales, las bases del Sangh Parivar han puesto manos a la obra. Junto con sus decenas de miles de shakhas que difunden propaganda mortal, dirigen escuelas, hospitales, clínicas, servicios de ambulancias, células de manejo de desastres. Comprenden la impotencia. También comprenden que la gente, y sobre todo la gente sin poder, tiene necesidades y deseos que no sólo son necesidades prácticas rutinarias, sino también emocionales, espirituales y recreacionales. Han diseñado un odioso crisol en el cual el coraje, la frustración y la indignidad de la vida diaria –y los sueños de un futuro distinto– pueden ser decantados y dirigidos a un propósito mortal. Mientras tanto, la izquierda tradicional aún sueña con “tomar el poder”, pero se mantiene extrañamente inflexible, renuente a afrontar estos tiempos. Se ha sitiado a sí misma y retrocedido a un lugar intelectual inaccesible, donde se ofrecen argumentos antiguos en un lenguaje arcaico que pocos pueden comprender.

Los únicos que presentan algo parecido a un reto al ataque del Sangh Parivar son los movimientos de resistencia de base esparcidos en el país, que luchan contra el despojo y la violación de los derechos fundamentales provocado por nuestro modelo de “desarrollo”. Muchos de estos movimientos están aislados y, a pesar de las incesantes acusaciones de que son “agentes financiados por el extranjero”, trabajan prácticamente sin dinero o recursos. Son magníficos bomberos. Tienen la espalda contra la pared. Pero tienen los oídos en el suelo, y están en contacto con la dura realidad. Si se juntaran, si fueran apoyados y fortalecidos, podrían crecer a ser una fuerza considerable. Su batalla, cuando sea librada, tendrá que ser idealista –no rígidamente ideológica.

Recuperar el romance

En un tiempo en el que el oportunismo lo es todo, cuando parece que la esperanza está perdida, cuando todo se reduce a un cínico acuerdo comercial, encontremos la valentía para soñar. Para recuperar el romance. El romance de creer en la justicia, en la libertad y en la dignidad. Para todos. Debemos hacer una causa común, y para hacer esto debemos entender cómo funciona esta gran máquina vieja –para quién trabaja y contra quién trabaja. Quién paga, quién obtiene ganancias.

Muchos movimientos de resistencia no violenta que luchan aislados, batallas de un solo asunto, en todo el país, se han dado cuenta de que su tipo de política, con un interés específico, que tuvo su momento y su lugar, ya no es suficiente. El hecho de que se sientan acorralados e inefectivos no es razón suficiente para abandonar la resistencia no violenta como estrategia. Es, sin embargo, suficiente para realizar una seria introspección. Necesitamos visión. Necesitamos asegurarnos de que aquellos de nosotros que decimos que queremos recuperar la democracia somos igualitarios y democráticos en nuestros métodos de funcionamiento. Si nuestra lucha va a ser idealista, no podemos simplemente hacer advertencias acerca de las injusticias internas que perpetramos unos contra otros, contra las mujeres, contra los niños.

Por ejemplo, aquellos que luchan contra el comunalismo no pueden hacerse de la vista gorda ante las injusticias económicas. Aquellos que luchan contra las presas o los proyectos de desarrollo no pueden eludir asuntos de comunalismo o de política de castas en sus propias esferas de influencia –aunque el costo sea no obtener un éxito de corto plazo en una campaña inmediata. Si nuestras creencias pagan el precio del oportunismo y la conveniencia, entonces no hay nada que nos separe de los políticos institucionales. Si queremos justicia, debe ser justicia y derechos iguales para todos –no sólo para grupos con intereses especiales, con prejuicios de intereses especiales. Esto no es negociable.

Hemos permitido que la resistencia no violenta se atrofie y se convierta en un teatro político para hacernos sentir bien, que, a lo sumo, es una oportunidad para la foto en los medios, y a lo menos, simplemente es ignorado.

Necesitamos mirar hacia arriba y discutir urgentemente estrategias de resistencia, librar batallas reales e infligir daño real. Recordemos que la Marcha Dandi [la Marcha de la Sal, de 1930] no fue sólo teatro político fino. Fue un golpe al sostén económico del Imperio Británico.

Necesitamos redefinir el significado de la política. La oenegización de las iniciativas de la sociedad civil nos lleva precisamente en la dirección opuesta. Nos despolitiza. Nos hace dependientes de la ayuda y las limosnas. Necesitamos reimaginar el significado de la desobediencia civil.

Quizá necesitemos un parlamento sombra electo fuera de Lok Sabha [la Cámara Baja], sin cuyo apoyo y afirmación el parlamento no pueda fácilmente funcionar. Un parlamento sombra que mantenga un ritmo subterráneo, que comparta la inteligencia y la información (la cual cada vez es más difícil de encontrar en los principales medios). Sin miedo, pero sin violencia, debemos inutilizar las partes que hacen funcionar a esta máquina que nos está consumiendo.

El tiempo se agota. Ahora mismo, el círculo de violencia nos está encerrando cada vez más. De cualquier manera, el cambio vendrá. Puede ser sangriento, o puede ser hermoso. Depende de nosotros.

Texto leído por su autora el 6 de abril en Aligarh Muslim University, India.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright Arundhati Roy 2004)