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México D.F. Sábado 29 de mayo de 2004
El pianista cubano se presentó la noche
del jueves en el Centro Cultural Ollin Yoliztli
Omar Sosa ofreció ritual sonoro del son al rap
y del jazz al funk
El músico creó una fusión acústica
con ritmos que fueron del hip hop al son montuno, y de ahí al funk
y al jazz Brutha Los rapeó una poesía contra la política
belicista de George W. Bush
JUAN JOSE OLIVARES
El pianista cubano Omar Sosa ofreció la noche de
ayer, en la sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli,
más que un concierto de jazz latino-son-hiphop entre otros eclécticos
híbridos, un verdadero rito de experimentación sonora a los
dioses yorubas, cuyos espíritus se apoderaron de un piano, unas
percusiones, un bajo, una flauta, un saxofón, unos samplers y un
micrófono (dominado en pleno por el emcí californiano
Brutha Los), que formaron bizarro ensamble que complació a una audiencia
que, pese a no llenar el auditorio, vitoreó la alquimia de un grupo
de músicos que dominan en lo absoluto sus instrumentos.
Sosa,
oriundo de Camagüey, músico de academia que se inició
como percusionista y que, sin duda marca nuevos caminos en el jazz contemporáneo,
mostró en sus piezas de algunas de sus producciones (Omar Omar,
Free Roots, Nfumbe, Spirit of the Roots, Incide, Bembón, Prietos
y Sentir, el cual le valió una postulación a un Grammy
como álbum de jazz latino) una fusión sin fronteras por diversos
géneros. Demostró que la verdadera música no tiene
límites.
El músico y sus cómplices crearon con ritmos
jazzeados, percutivos, soneros, hip hoperos, y de funk, una fusión
acústica, una revoltura disoluta en algo que se tradujo someramente
como música contemporánea.
Fue una hora y media de excelente música iniciada
por el mic Brutha Los, quien rapeo una poesía contra la política
belicista del presidente Bush: "No hay futuro para la nueva generación,
los niños no necesitan la guerra, sino la paz, voltee a las calles
de su país...". Apareció luego el de Pinar del Río
(Cuba), Miguel Díaz, para acariciar las percusiones, seguido por
el bajista mozambiqueño Childo Thomas, luego el saxofonista de Camagüey,
Luis Depestres. Más tarde se unieron el flautista Reinaldo Pérez,
y el pianista Eugenio Toussaint, con quien Sosa ofrendó una excelente
improvización en el primer encore.
Las piezas del conjunto iban de una sonoridad a otra,
pasando por diferentes latitudes. Sosa reiteró su idea de ver el
jazz como filosofía. Salió de las reglas ortodoxas de un
pianista de escuela. Tocó las cuerdas del piano con baquetas de
escoba a dueto con las percusiones. Volteó sinnúmero de veces
a observar al público en tono retador y lúdico. Dejó
a sus músicos la libertad expresiva, aunque marcaba la pauta con
sus parábolas genéricas; es decir: con un simple teclazo
cambió del jazz al son montuno, del funk al hip hop, dejándo
que su piano divagara con loops interminables creados por los sampleadores.
Sosa (que en 1986 formó la agrupación Tributo
y con ésta viajó a Nicaragua, Etiopía y Angola, donde
refrendó su vocación espiritual) prolongó sus piezas,
entrelazándolas unas con otras. Tocaba un arrullo en solitario,
transportador, levitante, al tiempo que el bajo, el sax, las percusiones,
el scratcheo invisible del emcí Brutha, accedían
a una jam session de jazz latino.
Sosa rompe esquemas: toca a una mano mientras sonríe
con su audiencia, tira unas sonajas dentro del piano. Invita al flautista
a incorporarse. Puede tocar solo, o con indistinto número de músicos,
en un aparente desorden premeditado.
Desde que irrumpió en la escena underground
en Estados Unidos, el pianista dice que ''ha recibido mensajes de Changó,
Elegguá, Oggún, Orula, Oshún, Yemayá, Obatalá
y Babalú Ayé, mensajes que en sus composiciones, señala,
adquieren el carácter de rencuentros con la cultura africana".
Se trató de un concierto único de relatos
musicales de aparente inventiva momentánea, pero con un trasfondo
pensante que se parafraseó en sui generis propuesta, que
sin duda, merece -como lo comentó el público al final- repetirse
en la devastada escena jazzística en México.
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