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México D.F. Miércoles 19 de mayo de 2004
Arnoldo Kraus
Tortura
Muerte y tortura son vivencias que van precedidas por el artículo femenino la. Se habla de la muerte y de la tortura. En cambio, Dios es masculino: cuando de él se habla, decimos el Dios, los dioses, o incluso hay quienes sólo dicen Él, como signo de respeto profundo. En español, los artículos le otorgan a las palabras un peso y un significado en ocasiones impensado, en ocasiones terrible: Ƒpor qué Dios es hombre?, Ƒpor qué la muerte es femenina?, Ƒpor qué tortura va precedido del artículo la, si los torturadores gringos e ingleses son hombres y mujeres, o, más bien hombresmujeres?
Al reflexionar sobre Dios, muchas voces feministas y no pocos pensadores han sugerido que si Dios fuese mujer el mundo sería mejor, a mí me hubiese gustado que se pensase en un Dios asexual. Aunque es lícito pensar en "hubiese", "habría", en "si Dios fuese mujer", no es posible "vivir la realidad" conjugando y (auto)conjugándose en esos verbos. Por eso, no creo que una Diosa mujer sería mejor que Dios hombre. Es imposible que Dios no se haya enterado de lo que hacen Bush -tan religioso y tan cerca de Él- y Blair en Irak ni del espaldarazo que ofreció el presidente estadunidense al ejército mediante el apoyo incondicional a Rumsfeld.
Las diatribas previas sirven para pensar y repensar acerca de la condición humana y de lo que de ella se aprende cuando se cavila en los videos estadunidenses que muestran cómo martirizan sus ciudadanos. A diferencia de lo que sucede con muchas enfermedades, no existen ni genes ni cromosomas que predispongan al ser humano para que "sea torturador". Ser verdugo es una condición que se aprende y que se desarrolla a lo largo del tiempo. La casa, las calles de la infancia, la escuela, la sociedad, la televisión y centros como el ejército, la policía y no pocas escuelas de políticos son algunos de los sitios donde, directa e indirectamente, se forman los torturadores.
Ya que es muy probable que los ejecutores de países enemigos sean parecidos -los de Hussein deben ser similares a los de Blair y Bush- es válido concluir que esa conducta, ese oficio, se aprenda en sitios análogos. Lo mismo dicen los estudios sicológicos de estos aprendices de humano: odio, baja autoestima, nula moral y escaso apego por la vida es lo que demuestran las entrevistas publicadas. Para ellos, la violencia es cimental y eje de identidad personal y colectiva. No es que haya una sociedad de torturadores, pero sí un lenguaje común.
En varias capitales del mundo existen museos dedicados a la tortura. En ellos se muestran diversos instrumentos y artilugios diseñados para flagelar. La infinidad de aparatos confirman que la imaginación y el odio hacia "el otro" son inagotables. Las salas de los museos muestran una miríada de instrumentos: unos son más inhumanos, otros producen muertes más dolorosas y otros acaban con la víctima después de mucho tiempo. Estos museos son testigos de la riqueza que tiene el ser humano para generar dolor y para matar tan sádicamente como sea posible.
Los métodos avalados por británicos y estadunidenses son más sutiles: casi nunca producen la muerte, al menos eso es lo que muestran las fotografías difundidas. Esta nueva escuela prefiere torturar dañando la dignidad y humillando ad infinitum. La virtud de las escuelas modernas es sembrar terror, angustia e incertidumbre; muchas veces el pánico que se genera tras estas vivencias es peor que la muerte. Sin duda, ese es uno de los leitmotiv de los torturadores contemporáneos: lacerar poco a poco y de ser posible no matar.
Como médico, sé que los enfermos sufren inmensamente por la pérdida de la dignidad. Muchos prefieren la muerte antes que transformarse en "restos humanos". Seguramente los torturadores de Washington y de Londres saben lo mismo: martirizar sin matar garantiza crueldad infinita.
Las fotos han recorrido el mundo. Han logrado que el odio se incremente -como lo muestra la decapitación reciente de un estadunidense- y han mostrado la peor de las caras de la guerra. No basta la muerte, no es suficiente la derrota, no satisface capturar al enemigo, no complace vejar. La consigna es continuar hasta humillar la última de las células del ser humano y destruir la dignidad de los afligidos y de sus familiares antes de matar. Matar implica final. Humillar permite atormentar más. Poco importa que la tortura y Dios sean de sexo diferente: ambas son invenciones humanas.
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