La descomposición del poder se ha vuelto una amenaza para los mexicanos en ciudades, campos y fronteras. Especialmente para los así llamados marginados, o pobres. La fracción de la clase política que ocupa ahora el gobierno federal tiene miedo, lo cual, sumado a la patética inexperiencia de los funcionarios de primer nivel, pone al foxismo a punto de perder los esfínteres. Y eso es muy peligroso para la gente. Todos.
Las muertas (y muertos) de Ciudad Juárez. Esa violencia impronunciable ha devenido paradigma de la experiencia neoliberal. Nos habla de los indígenas y trabajadores expulsados de sus pueblos, sus barrios, su pasado colectivo y personal. Nos indica que sus vidas "no valen nada" y las leyes no fueron hechas para ellos. Nos prueba la complicidad entre las fuerzas criminales y del "orden" en Estados Unidos, Guatemala y México. La corrupción que exudan los tres gobiernos confirma la única triada que importa: los poderes político, económico y criminal (en un mundo sin fronteras, ahí sí). Poblaciones enteras pueden ser erradicadas, o sentenciadas a un porvenir de guerra, tortura y humillación sin límite. En el norte, el centro y el sur.
Se echan de menos la carcajadas de José Guadalupe Posada en este nacimiento del siglo XXI. Las muertas de Juárez, las maquiladoras y el kasbah de asentamientos humanos indeferenciables de los basureros, las cloacas y las mazmorras. Aquí no cabe picaresca, no da risa. La gente vive en el lodo y muere en el desierto.
Tráfico de armas, drogas y personas (en ese orden de importancia). Misoginia hiperviolenta, que para colmo es negocio, y por ende impune: alcanza para mocharse con los cherifes. Racismo sin tapujos. Saqueo de recursos naturales. La escandalosa usura que practican los bancos y los consorcios de comunicación masiva con las remesas de los trabajadores. La entrega, por parte de unos cuantos bribones de este lado a otros cuantos del otro lado del río Bravo, de todo lo que tenemos en común los mexicanos.
De Chiapas a Chihuahua, la degeneración genética inducida en el maíz y los fetos humanos pretende quebrantar las redes sociales de los pueblos, en aras de lo único que "importa": optimizar la producción o el consumo de mercancías y quitarse de encima a la chusma. Guerra encubierta contra indígenas, mujeres, niños, organizaciones populares. Un frente abierto en Guerrero, Jalisco, Morelos, Distrito Federal, Veracruz, Estado de México, Sonora, Oaxaca, Chihuahua, Chiapas.
La mafia política donde priístas, panistas e inversionistas se confunden en promiscuidad espantosa, opera en función de sus intereses, que no son suyos sino del Fondo Monetario Internacional, el Departamento de Estado de Washington y los servicios de inteligencia de la patria madre de la homeland security y la guerra global.
Pero, si son tan poderosos como dicen, ¿por qué lucen tan asustados y titubeantes? ¿Por qué si se creen tan puros son tan amenazantes los bushitas, los foxistas (y el underground salinista)? En una época donde en materia de terrorismo la competencia es cerrada, el capitalismo occidental la lleva de calle. Y no porque los fundamentalistas islámicos o cristianos de los Balcanes y el Medio Oriente canten mal las rancheras, sino porque la lógica del mercado está dispuesta a bombardear a lo que se mueva.
Por más que mientan y ladren lo contrario, los poderosos traen susto porque saben que no van ganando. La resistencia crece, se posibilita y junta en Bolivia, Argentina, Brasil, Venezuela, el México profundo. Patear a Cuba sigue siendo patear demasiado. En Ecuador la lucha sigue. Panamá vuelve a la vida. Y la patraña de Colombia, con todo y "plan", no se la traga nadie.
Sin ir más lejos, aquí tenemos pueblo. La resistencia respira en las calles verdaderas de las ciudades de Juárez y México (y no en Las Lomas de Chapultepec), en las montañas de Chiapas. El México de todos existe, aunque a los de arriba no les guste, les enloquezca el seso, les quite el sueño y les permita "confundir" con ovnis las centellas.