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México D.F. Domingo 16 de mayo de 2004

Carlos Bonfil

Ser y tener

La utopía escolar. Ser y tener (Etre et avoir), de Nicolas Philibert, es el documental francés más exitoso desde las cintas Microcosmos, de 1996, o El mundo silencioso, 40 años antes. Más de un millón de entradas en Francia, dos millones en toda Europa. Una conquista sentimental comparable al fenómeno producido por la película de ficción Amélie, de Jean Pierre Jeunet. El tema no es aquí la exploración naturalista del mundo animal, sino sencillamente la observación perspicaz de la vida diaria en un salón de clases en la región de Auvernia, en el macizo central francés. Los protagonistas: 12 niños y niñas, entre los cuatro y 11 años, reunidos en una de las llamadas "clases únicas" que en algunas regiones rurales francesas aún colocan, bajo la tutela de un solo maestro, a alumnos de niveles distintos. El profesor es ahí algo más que un dispensador de lecciones: es mentor, amigo, confidente, guía espiritual. Más que un modelo de enseñanza alternativa, lo que sugiere la cinta de Philibert es el regreso idílico a un concepto escolar alejado del credo pragmático, del desencuentro racial y de la violencia, en un medio rural donde la actividad se concentra en las faenas ganaderas y agrícolas, y donde se preservan celosamente las tradiciones locales. En la Francia más profunda, muy lejos de Columbine.

Ser y tener no es estrictamente un documental. Philibert habla de una película "basada en lo real", o de un documento de creación, y los espectadores pueden en efecto abandonarse a lo que semeja una ficción emotiva y alegre, como una comedia de Yves Robert, La guerra de los botones, de 1962, o como el repaso de un álbum escolar del fotógrafo Doisneau. Todo contribuye a esta ilusión que difumina la frontera entre documental e invención, desde la construcción de los personajes -niños que se interpretan a sí mismos, un maestro (Georges Lopez) que escenifica su jubilación inminente-, hasta la cámara que se demora en planos fijos para observar la conducta infantil dentro y fuera del aula, el círculo familiar, las actividades extraescolares, y el rigor invernal en secuencias de lirismo melancólico. Este modo de observar la naturaleza remite al modo en que la película contempla el oficio y la vocación del maestro rural, como una disposición generosa a punto tal vez de desaparecer.

En esta incursión documental abundan los momentos divertidos, y un personaje se roba casi todas las escenas, Jojó, niño de cinco años. Considérese una escena en la que una familia entera intenta resolver un problema de aritmética para sacar al hijo de apuros, o el bloqueo mental del niño incapaz de detenerse en el número siete al contar del uno al diez, o el llanto irrefrenable del párvulo de cuatro años, con chupón al cuello, que vive angustiado la separación materna. El tono es siempre justo. Una niña asiática rompe con la representación rural hegemónica, y señala la configuración, más tangible que utópica, de una Francia multirracial muy a tono con un proyecto humanista de izquierda del que Philibert se siente y declara cercano. El maestro López es emblema de esa integración pluralista, hijo de españoles refugiados, muy apegado al terruño y con una vocación próxima al apostolado, enérgico y cariñoso, símbolo de tolerancia y mesura, figura romántica del pedagogo ejemplar. El retrato es demasiado perfecto para ser creíble, pero la relación cómplice de este profesor con sus alumnos alimenta la confianza en opciones educativas ajenas a la indolencia y al autoritarismo, o sencillamente a la enajenación mediática. Philibert reconoce la inteligencia de sus personajes infantiles, algo poco común en el cine comercial, emparentándolos con niños de otras latitudes y otras realidades sociales, como los del realizador iraní Abbas Kiarostami (ƑDónde está la casa de mi amigo?, La vida continúa), inspiración evidente, quien también hace del documental un instrumento de evocaciones íntimas, un novedoso generador de ficciones. En México se desconoce el trabajo anterior del director francés, documentales tan valiosos como El país de los sordos, de 1992. Es de esperar que el interés que hoy suscita Ser y tener, su cinta más exitosa, permita promover una retrospectiva de su obra.

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