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México D.F. Domingo 16 de mayo de 2004

Angeles González Gamio

Geometría emocional

Esos términos podrían parecer contrarios. Sin embargo, el escultor chihuahuense Sebastián logra conjugarlos en sus obras, que auténticamente provocan una gran emoción. Esto se puede constatar en la impresionante exposición que ostenta el título de la crónica, que se exhibe en el antiguo Colegio de San Ildefonso hasta julio.

La muestra ocupa la totalidad del magno recinto, lo que permite imaginar sus dimensiones; abarca desde esculturas monumentales hasta pequeñas piezas de joyería, todas igualmente bellas y conmovedoras.

Una sorpresa es la añeja capilla del colegio, que ahora muestra un vía crucis y un altar barroco con una impactante cruz, una custodia, la pila bautismal y un cáliz. Es algo que es necesario ver porque es muy difícil describirlo; imaginen un altar con columnas estípites, recubierto de oro, con toda la escencia del barroco pero absolutamente contemporáneo; es una obra de arte de un gran misticismo y que ojalá se quedara en este lugar, para el que fue diseñado especialmente, con lo que estaría presente un testimonio del arte de nuestro tiempo, en este histórico edificio dieciochesco, que ya alberga extraordinarios murales, fruto del nacionalismo revolucionario que imperó en los años 20 del siglo pasado.

Una parte muy impresionante es la que Eduardo Matos titula en el magnífico catálogo El retorno de los dioses. Impacta advertir las formas y escencia de las esculturas de los dioses y personajes prehispánicos en el colorido metal, que trae a la vida al Chac-mool, Tláloc, Quetzalcóatl, El adolescente huasteco, Ehécatl, Mictlantecuhtli y tantos otros que nos hablan del amor de Sebastián por nuestra herencia cultural. La expresión contemporánea es igualmente notable, como lo señala en el catálogo el connotado crítico canadiense Norman Briton, en un ensayo que titula Sebastián, el magnífico centauro de la modernidad.

Para enriquecer la visita, recordemos algo de la historia del soberbio edificio: a la llegada de los jesuitas a la Nueva España, en 1572, la conquista espiritual se encontraba prácticamente concluida, por lo que los recién llegados se dedicaron a labores docentes, particularmente con los jóvenes criollos. Entre las numerosas instituciones que fundaron se encuentra el Colegio de San Ildefonso, que era más bien un internado para los estudiantes que asistían a la universidad.

Creado en el siglo XVI, dos centurias más tarde el cupo era insuficiente, por lo que en 1712 iniciaron la construcción del edificio actual. Poco tiempo les duró el gusto a los jesuitas, ya que a los pocos años de inaugurado fueron expulsados. El inmueble pasó a manos del clero secular y padeció usos impropios, hasta que en 1867, al triunfo de la República, fue destinado a la Escuela Nacional Preparatoria, que dirigía don Gabino Barreda, aplicando los lineamientos del entonces de moda positivismo comtiano. Con ese fin permaneció hasta 1978, cuando fue dedicado a centro cultural.

Debido al aumento de la población estudiantil, al antiguo edificio barroco, cuya espléndida fachada da a la calle de San Ildefonso, en los años 20 del siglo XX se le agregó una nueva edificación, sobre la calle de Justo Sierra, intentando copiar la arquitectura del original, en el estilo que conocemos como "neocolonial", en general de poco felices resultados, como se advierte en un examen cuidadoso de ambos inmuebles.

Sin embargo, el conjunto es monumental y la mayor parte la ocupa la añeja construcción, que es una de las más bellas de la ciudad, con sus dos patios principales: el enorme del colegio grande, de planta cuadrada con sobrias arcadas y tres plantas, comunicadas por una escalera monumental, y el de los pasantes, con características similares, pero de menores dimensiones. En el colegio grande se encuentra el salón de actos conocido como El Generalito, que resguarda la hermosa sillería del coro de la antigua iglesia de San Agustín, labrada en finas maderas, obra del escultor Salvador de Ocampo.

Falta hablar de las fachadas, portones, murales, del anfiteatro Simón Bolívar y mil cosas más, que trataremos en su oportunidad, pues el hambre arrecia y parece que va a llover, así es que vamos a Bolívar 12, al nuevo restaurante-librería-tienda Primer Cuadro, agradable concepto que faltaba en el Centro Histórico, que permite disfrutar de sabrosas viandas en desayuno, comida o cena, adquirir buenos libros y arte popular de gran calidad, como los hermosos y finos huipiles que adornan los muros. Entre las especialidades: la crema de frijol, los tacos de machaca de camarón, el pollo o cerdo al pipián con chilacayotes, y de postre štamal de chocolate! Los viernes en la noche hay rock acústico y trova, y siempre exposiciones de arte.

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